El irlandés, crítica. Película de la semana.

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El irlandés
La historia silenciosa
Por Erick Estrada
Cinegarage

Inabarcable. El irlandés de Scorsese es sencillamente inabarcable. Ante ello, a manera de fundamentación perezosa, varios puntos que rescato de su montaje, de las ideas debajo de las ideas y de la invitación que Scorsese parece lanzar en la catarata inicial de nombres y datos, de miradas y medias voces con que arranca su película. “¿Quieres ser parte de esta historia?” parece decir con ese ir y venir en el tiempo, con su cámara de precisión abrumadora, con la voz de De Niro fuera de cuadro, consistente. La respuesta de cualquier alma sensible es “sí, llévame hasta el final”.

Ahí están las transiciones en las que nos mueve a través del tiempo. El flashback en el boliche. Los coches que ocultan fugazmente el rostro de Frank Sheeran (De Niro más que sorprendente) en un punto de la carretera. Al lado de su esposa, de su padrino tenebroso Russell Bufalino (Joe Pesci de Oscar absoluto) y la mujer de este se han detenido a fumar. Esas pequeñas omisiones, en relámpagos de luz, nos llevan a ese mismo punto en la carretera años antes: Sheeran más joven, solo, sin conocer a Bufalino.

En el montaje ello suma. Se trata del punto físico y dramático en el que inicia la historia que se nos cuenta (la de la decadencia del sicario Sheeran, la última parte de la película). Y es también el punto en donde inició la historia de este asesino a sueldo, el lugar en el que conoce a Bufalino. El inicio del final y el inicio de su vida en la mafia (el largo flashback del que despega esta última parte de la historia) quedan unidos con un hilo elegantísimo pero trágico. Eisenstein en su máxima expresión, la expresión de Scorsese.

En esas transportaciones en el tiempo Sheeran recorre -sin darse cuenta- los círculos del poder criminal y al hacerlo nos los presenta por obra y gracia del montaje y de una delicada lluvia de encuadres de inteligencia brutal. La cámara viaja, se mueve, parlotea cuando estamos en el pasado iniciático de Sheeran. Pero se aquieta y se agrieta conforme este envejece. Lenguaje audiovisual al servicio del drama y la construcción del personaje. Narración y gramática cinematográfica al servicio de nuestros sentidos y sentimientos. Este es el cine que Scorsese ha defendido todo el año.

Ahí está la banda sonora bombardeando de información sutil, profundizando los diálogos casi inservibles de la película (la cámara es la que nos habla, el montaje es el que nos da el subtexto). Estremecedora la ausencia de música en el las secuencias previas y en el encuentro final entre Sheeran y Hoffa (Pacino de ensueño). Otro silencio que también resalta.

Ahí están los travellings que tejen una acción violenta pero que nos “protegen” de ella. Uno termina en un florero y nos regala en audio una balacera mortal. El otro (mismo desplante coreográfico de la cámara) se convierte en una elipsis temporal en la que abandonaremos a Sheeran deprimido para encontrarlo moribundo.

El irlandés también es la historia de la mafia envejecida. Y la fotografía va de los colores technicolor del inicio a los ocres que muestra a un Sheeran solitario y envejecido, sumado todo al agrietamiento de la cámara y a la casi ausencia de banda sonora en la etapa final. Todo se ha callado para que escuchemos su adolorida voz, el contraste perfecto con la narración sólida del inicio. Hemos pasado del pan remojado con vino al panqué humedecido en jugo de uva, todo resaltado con los silencios de la película que desde el inicio han estado presentes en momentos determinantes. Mecánica audiovisual de altos vuelos.

Todo está ahí. Pero llama la atención el reflejo de todo en Peggy (Anna Paquin gélida y poderosa en su estatismo), una de las hijas del gris y casi despistado Sheeran (un veterano de guerra que sabe cómo matar pero que nunca ni hoy ha entendido el por qué). Scorsese recurre a ella casi matemáticamente, en cada uno de los momentos determinantes en todos esos años comprimidos en 209 minutos. Es en sus ojos en donde se entreteje todo. Sheeran recorre las esferas del poder de la mafia que lo ha cobijado pero es ella quien ata cabos mientras su padre calla y obedece. Scorsese nos convierte, o mejor, nos pide que nos convirtamos en Peggy, que entendamos con ella y a través de ella. ¿Es por eso que Peggy rechaza temerosa primero y decepcionada después a la frágil figura paterna que tiene enfrente?

¿Es por eso que Peggy rehuye también de Bufalino, el hombre oscuro y callado que da las órdenes que condenan a su padre?

¿Es por eso que esta mujer lúcida y observadora encuentra algo de cobijo en un Hoffa casi cínico pero frontal, sin hipocresías?

La respuesta parece ser afirmativa. Peggy ha vigilado todo. Scorsese la ha situado en el encuadre siempre del otro lado pero alerta: su padre lee las noticias de sus violentos actos y ella observa el otro lado del periódico fingiendo demencia. El encuadre la entrega en un momento determinante al lado de Hoffa mientras por un instante Sheeran quiere colarse sin conseguirlo en la foto que se toman. La cámara la ha recogido dominante del otro lado de la cocina mientras su padre cree dominar (sudoroso) la cena familiar. Es ella quien escucha en la televisión lo que su padre no se atreve a decirle al otro extremo del sofá. Después de estos momentos Scorsese nos devuelve a ese punto físico y dramático en la carretera, el inicio del fin, la caída del Sol para Sheeran.

Él, derrotado desde que acepta matar para la mafia, pierde en ese punto (físico y dramático) por partida doble. Tendrá que probar su lealtad al oscuro Bufalino con la sangre de Hoffa, el amigo de su hija. Nosotros sabemos que el contacto con su ella es ya irrecuperable. El peso de esta revelación es doble porque los únicos que sabemos esto último somos nosotros al lado de Peggy. Sheeran se dará cuenta en un doloroso desencuentro con ella del otro lado de un mostrador y después de escuchar una de las pocas preguntas que le lanzan sus hijas: “¿por qué?”.

Es un porqué que sugiere la historia de su familia, de Peggy, hechas a un lado, silenciadas en la vida de Sheeran. Es la historia escondida debajo de lo que muchos consideran el glamour de la mafia, inexistente en el mundo scorsesiano quien, al contrario, ha dibujado siempre un universo de pérdidas y traiciones, un discurso llevado aquí a grados de patetismo brutal, con furia madura.

“¿Por qué? Nunca supiste cómo vivimos nosotras todo esto”. Son las frases que resuenan en la cabeza de Sheeran. ¿Por qué no quiso saber lo que ocurría con su gente, su verdadera gente? ¿Por qué se negó esa historia de su propia biografía? No se trata de un cuestionamiento fácil de padre arrepentido, sino de alguien que queriendo ignorar su pequeñez en un mundo de grandes matones consideró que quienes estaban a su lado eran incapaces de comprender lo que ocurría cuando en realidad eran todas ellas, comenzando con Peggy, quienes vislumbraban cada minuto de su caída en picada sin que él se diera cuenta deslumbrado por la situación.

Llama la atención esa historia callada, esa Peggy observadora, que cuestiona. Quizá la única de entre todo mundo, un mundo de matones con códigos apenas defendibles. Es ella quien vio desde un inicio el plano final de la historia de Scorsese. Es un plano que apenas nos deja ver a Sheeran, disminuido en tamaño, en importancia, en utilidad, con la puerta entrecerrada como símbolo de los secretos que se llevará al ataúd que se acaba de comprar (y a los que otorga en un acto desesperado un valor que no poseen), un ataúd que se dibuja en la puerta de su habitación, último símbolo visual de la caída anunciada del matón.

Los silencios importaron toda la película. Y Peggy guardó silencio para subrayar su propia figura.

Genial e inabarcable.

CONOCE MÁS. Esta es la crítica de Erick Estrada a la película Silencio, dirigida por Martin Scorsese.

El irlandés
(The Irishman, EUA, 2019)
Dirige: Martin Scorsese
Actúan: Robert De Niro, Al Pacino, Jose Pesci, Anna Paquin
Guión: Steve Zaillian
Fotografía: Rodrigo Prieto
Duración: 209 minutos

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