Apóyate en mí, crítica

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Apóyate en mí.
Cuando las promesas mueren
Por Erick Estrada
Cinegarage

La vida de Charley ha sido una escapatoria constante. Fue abandonado por su madre y ha estado al cuidado de su padre quien ha hecho todo lo posible para tenerlo en la escuela y procurar que busque una vida mejor. Apóyate en mí comienza, convenientemente, con Charley corriendo sin huir. Los metros que recorre a todo pulmón lo hacen escapar de esa realidad rota entre su familia desintegrada y un, aparente, futuro mejor.

Todo está a punto de cambiar. El Estados Unidos donde todo ocurre está deshilachado entre promesas que saben a probadas del pasado, un pasado que mantiene atada a su población a un sistema económico que más que impulsar, oprime las oportunidades de cambio y evolución y Charley irá perdiendo todo en un verano que para él representaba la oportunidad de dar un paso más.

La memoria de su tía, una única luz en el túnel en que se convierte su vida sin ningún aviso, lo lleva a moverse y en consecuencia a buscarse. Charley necesita reencontrarse con ella y tiene que abandonar a una descarnada Portland para conseguirlo. En ese túnel, Andrew Haigh (que aquí dirige y adapta la novela de Willy Vlautin) con todavía más pulso del que le vimos en 45 años (Reino Unido, 2015) su extraordinaria película anterior, obliga a Charley a destruir una larga serie de símbolos para comunicar una de las ideas centrales del cine y sobretodo de las road movies, género que la película adopta en su casi onírica segunda mitad: la transformación.

Para comenzar todo Charley queda desnudo. Después de dejarnos saber que a su edad no crece más y que está listo para entrar en la madurez física a pesar de no contar con la madurez emocional (“tengo pesadillas y a veces me hacen sentir desesperadamente triste” confiesa en algún momento), lo pierde absolutamente todo: su padre se desvanece y la triste figura de autoridad que encontró en un deslavado entrenador de caballos de carreras y de su empañada pero luminosa jinete (Steve Buscemi y Chlöe Sevigny, gigantes) se pierde en un pantano de poca pero triste profundidad. En ese periodo, en el de las carreras parejeras y las apuestas, Apóyate en mí incluso evoca la seca soledad que primero comunicó Roberto Gavaldón en El gallo de oro (México, 1964) y que después Arturo Ripstein llevó a la maravillosa arena de la sordidez rural mexicana en El imperio de la fortuna (México, 1986), ambas basadas en un relato igualmente desolador pero con consecuencias más oscuras escrito por el inconfundible Juan Rulfo (adaptada para estas películas por otros inconfundibles, Paz Alicia Garciadiego, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y el propio Roberto Gavaldón).

La desesperanza en los tres relatos es quizá el sello en común y eso las hermana emocionalmente sin copias y sin que ninguna imite el tono de la otra. Haigh usa ese tufo, ese impulso demoledor para dotar a su narración de su propio “gallo amuleto”: un caballo cuarto de milla llamado “Lean on Pete” en el que Charley proyectará su desamparo, sus ansias de escape y libertad del desierto humano que lo rodea. Tras apropiarse del animal y convertirlo en su decadente amuleto y al encontrarse desprotegido material y emocionalmente, Charley decide rescatar a Pete de su inminente destino (como a los boxeadores, si deja de ganar en las apuestas Pete se vuelve prescindible) para, como el Dionisio de Ripstein y de Gavaldón, rescatarse a sí mismo. Ambos se vuelven fugitivos de su propia vida y del sistema que desde antes de serlo los ha convertido en eso, en fugitivos.

Comienza entonces su violenta carrera en la que otros símbolos que se antojan obvios (pero que aquí no lo son) se destruyen al estrellarse con la realidad de una vida (de la vida) de Charley: el dinero, cuando hay, no funciona, confiar en los demás tampoco es útil, hay que darse cuenta que nadie hace nada por uno de forma gratuita. Tras la desintegración Charley tiene que despojarse de sus antiguas esperanzas, olvidar las promesas que se le hicieron y tras confesar prácticamente todas sus ilusiones y memorias a un caballo lastimado que ahora parece ser él mismo (símbolo también del trabajador que terminará por volverse desechable para el sistema), seguir adelante solo. Es aquí donde las semejanzas con los Dionisios terminan pues en lugar de hacerse de otro fetiche, Charley se da cuenta que es él mismo quien puede (y debe) salir de ese túnel atascado de estalactitas que es su paso al mundo adulto. ¿Es la búsqueda incansable de la meta una de las lecciones que el destartalado caballo le regala al chico en una especie de premio animista casi referencial a los nativos norteamericanos? Porque Charley sabe que ahora, pase lo que pase, no puede detenerse.

Con un zurcido incansable pero también prácticamente invisible (la película es absorbente) el capítulo siguiente se ha anunciado ya desde que los dos fugitivos se dan la mano. Apóyate en mí es también una road movie alimentada con el decaimiento de su figura central, un Charley que primero corría para buscarse el futuro en el equipo de fútbol se convirtió en el adolescente que corre para salvar su vida y que lo hace primero con la gasolina contada, luego al lado de un caballo al que es imposible rescatar para transformarse finalmente en un caminante lánguido, casi transparente, casi indefenso, demasiado verde para las calles de una rural Norteamérica llena de coyotes traicioneros.

Es en esa road movie que Charley pierde la venda en los ojos. A estas alturas de la película Haigh ha jugado ya con elementos centrales del drama americano (al que parece entender como pocos sin ser él mismo americano), desde al aura rural, magnética pero agresiva, de las carreteras angostas, el símbolo del caballo y la indispensable transformación que aparece si a ese drama americano le agregamos suficiente de road movie introspectiva. Todo se convierte en una imparable pero elegante y sutil maquinaria en la que al desaparecer los símbolos de la supervivencia del pensamiento America is Great (basar todo en el trabajo duro, dinero, alfa machismo, competir sólo para ganar, no mirar atrás) la personalidad de Charley se ve transformada al límite al concluir la road movie planteada por Haigh. Charley es una nueva persona, esculpida en un cuerpo -que ya no crece- a golpes de borracho sociópata; una nueva persona con recuerdos tatuados con vidrios rotos, que busca la meta no por ganar sino para cambiar, que busca el cambio para vivir y no para sobrevivir.

Apóyate en mí es una apasionante narración de soles que no brillan, de horizontes fantasmales, de futuros que no llegan, de tanques de gasolina que jamás se llenan. Es una narración de esperanzas robadas por un sistema herido de muerte que no pudo derrotar a un chico de 16 que antes corría sin huir y que ahora cierra esta historia corriendo para no volver a huir: la esperanza contra estos sistemas somos nosotros mismos. Apóyate en mí es un ciclo magistral, duro, cruel, casi criminal, entregado en envoltorio de terso papel de arroz.

CONOCE MÁS. Esta es la videocrítica de Erick Estrada a la película 45 años, dirigida por Andrew Haigh.

Apóyate en mí
(Lean on Pete, Reino Unido, 2017)
Dirige: Andrew Haigh
Actúan: Charlie Plummer, Steve Buscemi, Chlöe Sevigny, Travis Fimmel
Guión: Andrew Haigh
Fotografía: Magnus Nordenhof Jønck
Duración: 121 min.

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