Zama, crítica

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Zama.
La fiebre vacía
Por Erick Estrada
Cinegarage

Don Diego de Zama es un oficial español del siglo XVII atorado en Asunción y que busca su transferencia a Buenos Aires. Zama intenta ser un dardo mortal a las pretensiones de los oficiales y de los colonizadores españoles que buscaban replicar en América los modos de vida europeos y que aquí son retratados con algo de saña, exhibiendo bastante de su decadencia y muy poco de su pompa. Zama podría ser a partir de ello una exhibición de los aires de grandeza de la burguesía que busca siempre el “ascenso” social aunque ello represente enormes sacrificios. Zama pudo ser un laberinto mortal que retrata lo bajo y lo mundano de las colonia españolas en Sud América.

Pero no. Teniendo tantas oportunidades como minutos (largos) tiene la película, Lucrecia Martel se embarca en el seguimiento de un personaje acomplejado (con el que Daniel Giménez Cacho batalla de manera sensacional, eso sí) y débil, al que hunde en divagaciones que, por ejemplo sí ejercita poderosamente Cabeza de Vaca (México-España-Reino Unido-EUA, 1991) en su viaje iniciático a las nuevas culturas y a las geografías fantasmales del mundo recién descubierto, pero que aquí se vuelven sin sentidos premeditados que pretenden mostrarnos el poder del corte pero que evidencia más desgano que experimentación, más desunión que discurso visual radical.

Zama quiere ser febril en los deseos no cumplidos de su traslado, en su maldición de no poder estar a gusto no importa dónde esté. Quiere comunicar con artificios obscenos y pretenciosos (ese tercio superior de la pantalla, permanentemente ocupado por bloques visuales que al final ni oprimen, ni modifican el discurso ni evolucionan en nada), con paisajes que le deben cada milímetro al cine (ese sí) reflexivo, encriptado y rompedor de Tarkovski (elijan ustedes su película favorita), pero que aquí se alejan por un callejón que quiere ser místico pero que no es otra cosa que la búsqueda de la búsqueda, una redundancia formal que huye despavorida de un fondo inexistente y que en consecuencia se vuelve uno más de los fantasmas que acosan a Zama, el personaje.

El algún momento el diseño de audio parece que nos dirá algo, bastante de la pesadilla previa a la muerte en la que podría estar este personaje perdedor y desilusionado: rechinidos, aullidos, ese niño muerto que parece aterrizará este (muy premeditado, muy pensado, muy prefabricado) disparate cósmico que ni siquiera busca esconder su rebaba. Pero no.

En sus rebotes entre ese Cabeza de Vaca, el Tarkovski y una de sus asimilaciones más sólidas como lo es El renacido (Hong Kong-Taimwán-EUA, 2015) -sigamos hablando de viajes místicos en geografías demandantes-, Zama se deja caer rendida y nos lleva a nosotros entre sus esfuerzos, a veces recortados en bellísimos encuadres, pero esfuerzos a final de cuentas.

Zama
(Argebtina-España-Francia-Holanda-EUA-México-Brasil-Portugal-Líbano-Suiza, 2017)
Dirige: Lucrecia Martel
Actúan: Daniel Giménez Cacho, Lola Dueñas, Matheus Nachtergaele, Juan Minujín
Guión: Lucrecia Martel
Fotografía: Rui Poças
Duración: 115 min.

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