Amor mío, crítica, película de la semana

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Amor mío
Rey mío
Por Erick Estrada
Cinegarage

¿Se puede arruinar todo como si el mundo fuera nuevo? ¿Por qué el hombre que parece el amor encarnado se convierte tras unos pequeños guiños, a través de discretas grietas en sus maneras, un embustero total?

Mon roi, pésimamente renombrada en México como Amor mío, dirigida por Maïwenn (mujer, para quien no tenga en el mapa a esta actriz / escritora / directora) se decide desde su vertiginoso arranque a recorrer esas grietas y a usar a este embustero encantador llamado Georgio (un sorprendente Vincent Cassel) como el aditivo para llevarnos por 10 años en la vida de su verdadera protagonista, acertada y cruelmente llamada Marie-Antoniette (una no menos sorprendente Emmanuelle Bercott, tabién actriz y directora).

Esta María Antonieta es deslumbrada por los hechizos de un miembro de las nuevas realezas: las que desarrollan su vida en las cúpulas de la decadente civilización occidental sin pagar impuestos, acomodando deudas, encargándose de trabajos que no requieren sudor para ser considerados como tales, fotógrafos, modelos, actores y actrices de segunda, la nobleza que desprecia al mundo que no consideran a su altura.

Enamorados, el Rey Georgio y su Reina María Antonieta siguen los pasos que dicta esa sociedad en decadencia: la vida en pareja, el matrimonio, los hijos.

Pero algo se ha fracturado.

Maïwenn surce con delicadeza pero con un filo demencial un cuadro de dos piezas que caminan paralelas hasta que son obligadas a tocarse y después dispararse en direcciones opuestas. La historia arranca con un accidente en el que, frente a su hijo, María Antonieta lastima severamente su rodilla, lo que la obliga a alejarse de todo y de todos (hijo incluido) para seguir un estricto régimen de recuperación. Uno a uno, el pasado que la llevó a esos escenarios alpinos y a sufrir el accidente (esa escena con la psiquiatra hace sufrir e ilumina al mismo tiempo) se alterna con el presente de su recuperación en el que poco a poco recupera la movilidad.

En el pasado, día a día, conversación a conversación, descubrimos los embustes de Georgio, las mentiras que su círculo social considera incluso necesarias para sostenerse donde está, para construir con la paciencia de una hormiga una dulce tiranía sobre la mujer a la que dice amar. Georgio se rebela como un macho metrosexual disfrazado de progresista que oculta en realidad una lista interminable de frustraciones que por si fuera poco consigue proyectar en su antes reina ahora súbdita María Antonieta.

Ella, sorda ante los avisos lanzados oportunamente por voces que desacredita (ese cruel vendedor de la farmacia), embelesada con los trucos baratos del encantador de serpientes, se hunde en la teleraña pasivo agresiva de un Rey Bufón (parece que le gusta la conquista a través del humor absurdo), atrapada por amor, enganchada una y otra vez tras morder el anzuelo, devota de su dureza; se sumerge en la inhumanidad de Georgio hasta convertirse en una esclava emocional de lo que ahora ya es un vampiro de emociones, un hombre que de manera clara y trágica necesita oprimir a los demás (en este caso María Antonieta), lentamente, con tiempo y tétrica paciencia.

Georgio socava el pequeño poder que María Antonieta desarrolla ante su hijo, ejecuta un ajedrez psicótico que la humilla incluso cuando él no se da cuenta, entreteje un ataque visceral envuelto en terciopelo que su esclava acepta una y otra vez de la misma forma que Georgio lo ha hecho (una y otra vez), todo descubierto ante nosotros en discretos campos y contracampos en la cinta.

Machismo de nobleza, le llamarían algunos.

Este juego de dominante y dominado, lleno sí de placer sadomasoquista emocional, se dibuja con tintes naturalistas, sin engaños ni trucos extra a los que el enloquecido rey de esta fábula envenenada despliega para satisfacer su sed de miseria ajena. Un monarca en todos los sentidos. Un perdedor despistado en el tiempo. Una película que lo describe con naturalidad demencial.

Al regresar al presente de la recuperación de María Antonieta, vemos cómo recupera movilidad mientras en el pasado se ataba a la desesperación de no descifrar los malabares de Georgio. Ahí Maïwenn rompe de nuevo su historia y cuando María Antonieta descubre que puede moverse por sí sola, cruza ambas historias y las dos se disparan una hacia el pasado truculento y atormenado, la otra a un futuro que por incierto resulta angustiante.

El acierto final es la ausencia total de aromas moralinos. Maïwenn ha dejado claro que en su fábula urbana, descarnada y visceral (aunque puesta en escena con una racionalidad abrumadora) retrata a dos personajes dependientes de muchas cosas, amantes de pocas. Pero si se consigue dar la vuelta a la lluvia de información que representa la película, si revisamos por segunda ocasión esos guiños, esas miradas, esos close ups que nos dicen lo que miran este monstruo y esta esclava que lo ve como a un Rey Tirano, sabremos que mucho de lo que los lleva en ese tránsito doloroso es amor. Ambos están enamorados.

Rescatando el tono naturalista que corre en la película surge entonces la pregunta final: ¿consiguió Maïwenn un retrato descarnadamente realista del amor, doloroso, hiriente, que deja cicatriz, punzante, enloquecido?

Quizá lo que Georgio le dice a María Antonieta, justo a la mitad de su engaño prepotente es la forma como muchos ven al amor: vivamos juntos los momentos felices, los demás, los que no lo son, estemos separados.

Probablemente entonces Maïwenn dibuja así, con este Rey sometiendo brutalmente en movidas parecidas a las de las cortes feudales, un esquema del amor que sí existe: el que hiere, el que duele, el que deja cicatriz, el que nos abandona sin decir adiós.

Amor mío
(Mon roi, Francia, 2015)
Dirige: Maïwenn
Actúan: Vincent Cassel, Emmanuelle Bercot, Louis Garrel, Isild Le Besco
Guión: Etienne Comar, Maïwenn
Fotografía: Claire Mathon
Duración: 124 min.

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