Saint Laurent, crítica

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Saint Laurent
El nudo final
Por Erick Estrada
Cinegarage

Dueña de la situación una modelo entra a la pista de baile y suelta las caderas con la misma naturalidad que habría empleado para echarse a nadar. Yves Saint Laurent se levanta de su mesa y le pide que modele para él. Ella lo rechaza: es modelo de Chanel.

¿Quién es Yves Saint Laurent? No querer responder esa pregunta es una de las más grandes cualidades de la película de Bertrand Bonello (El pornógrafo, 2001). En su lugar, serpenteando en un audaz guión que escribió junto con Thomas Bidegain, Bonello se dedica a romper en pedazos -unos más grandes, otros tan pequeños como un ataque de furia del gran diseñador de modas en una mala tarde en París- una historia que de otra manera habría sabido a pan con lo mismo.

En su narración, casi lineal pero suficientemente fragmentada, el personaje central es el montaje. Habiendo tantos Saint Laurent (el fúrico, el enamorado, el festivo, el deprimido, el ególatra, el artista pop), Bonello decide montarlos frente a nosotros, atacarnos con secuencias sencillísimas pero dotadas de imaginación (ese desfile de modas al lado de una escalera en pantalla compartida con imágenes de los convulsos años sesenta y setenta) y permitir que como una hoguera un solo cuerpo surja de esos cimientos, un cuerpo que muta y es a la vez reconocible pero indescriptible.

Es el montaje quien nos lleva y nos trae las ideas, las inspiraciones, las decepciones de un hombre que si bien se encuentra en la cima de su éxito (periodo en el que se ubica la película), vive a la vez confundido y decepcionado no sabemos si por su genio o por las circunstancias que hace que ese genio se note en todo el mundo. La película sin embargo, no busca eso.

La exploración de Bonello va más por la idea, por la suma de las partes que a veces son oníricas secuencias de la vida erótica del diseñador casi en tono Pasolini en mezcla con Pink Floyd y otras, largas y extenuantes conversaciones (Bonello nos pide ese sacrificio que aquí, sin embargo, no sabe a tal) en las que datos y hechos biográficos de Saint Laurent son regalados a los amantes de las trivias. Todo a favor del mural final, uno que se convierte en la llave de entrada a la cabeza de un hombre presa de sí mismo (nadie ha dicho que el éxito sea fácil de sobrellevar, ni que la inspiración espera dentro de un cajón a que se le invoque) y de un círculo social que a la vez desprecia y ama mientras hace que quienes están en él (como Yves) lo desprecien y lo amen.

Yves es para Bonello un artista esclavo de sí mismo, de su método, de su fortuna y de su infortunio y de ahí que otra gran jugada sea dibujar ese lado opaco centrado en el momento más exitoso de su carrera y dibujando situaciones que muchos considerarían de lujo y despilfarro.

¿Bonello enfoca antiburguesamente a una de las figuras que masificaron la imagen del burgués de la segunda mitad del siglo XX? Probablemente.

Lo que resulta sorprendente y aleccionador es el método: estricto y riguroso montaje para definir la silueta de un personaje del que otros habrían hablado frívolamente. Situaciones que van y vienen, que nos llevan, nos dejan a medias y se complementan con otras que en apariencia no tienen nada que ver con lo ya narrado.

El final, el desenlace de esta casi no narración, catarata de ideas que se unen en el impacto 20 metros abajo, es un nudo en el que las lenguas de la hoguera convergen como en una soga de alta resistencia, un nudo de situaciones y sensaciones producto del montaje que nos ha acompañado a lo largo de dos horas, vinculado a él pero casi independiente de lo dicho.

La forma en este caso le gana a la frivolidad de un artista atormentado pero que se cartea con Andy Warhol: ¿Visionario? ¿Frágil? ¿Determinante? ¿Demasiado humano para los burgueses? ¿Demasiado burgués para los humanos? Todas esas preguntas son las lenguas de fuego que Bonello deja danzando tras construir una película tan sólida en su narración como un vestido de alta costura.

Saint Laurent
(Francia-Bélgica, 2014)
Dirige: Bertrand Bonello
Actúan: Gaspard Ulliel, Jerémie Renier, Léa Seydoux, Aymeline Valade
Guión: Bertrand Bonello, Thomas Bidegain
Fotografía: Josée Deshaies
Duración: 150 min.

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