Tío en segundo grado, crítica

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Tío en segundo grado
La bofetada al absurdo
Por Andrés Azzolina
Cinegarage

Es un poco odioso decir que la vida es un chiste, como lo es tomárselo todo demasiado en serio. Lo cierto es que hay una gran dosis de absurdo en todo este asunto de estar vivos. Como dice Woody Allen en el inicio de Annie Hall (EUA, 1977): “La vida está llena de miseria, soledad y sufrimiento, y se acaba demasiado pronto”. No podemos terminar de entender cómo es que estamos vivos ni por qué, ni mucho menos podemos tolerar las ideas de muerte e intrascendencia. Creo que muy en el fondo, la gente hace películas queriendo superar esa barrera, intentando dejar algo de ellos que permanezca para la… ¿eternidad?

Tal vez toda la insatisfacción radique en la percepción del tiempo. En la noción de que las cosas suceden una después de otra, sin parar, hasta el día en el que dejan de suceder. Y conforme ese día se acerca, el futuro se acorta y el pasado se vuelve gigante. Ambas ideas, el futuro y el pasado, son conceptos que nos parecen casi tangibles, incuestionablemente reales, pero que radican en nuestra propia subjetividad irracional. Llenamos de cargas emocionales nuestra propia interpretación de las cosas que nos suceden, y de esa forma construimos nuestra memoria. Gracias a la memoria construimos una identidad, un sentido de vida. Y con ello creemos ganar en nuestro esfuerzo absurdo por burlar al absurdo.

Tío en segundo grado, la película del neoyorkino Alan Berliner, es una bofetada a todo este absurdo proceso. Berliner se dedicó a lo largo de cinco años a retratar a su tío (en segundo grado), Edwin Honig, quien sufría de Alzheimer. La película es una larga entrevista que se realiza en múltiples tiempos y que tiene como base la repetición y las variaciones que de ésta se desprendan. Edwin Honig fue un poeta y traductor, maestro amado y padre despreciado. Su mente funciona de formas laberínticas, influenciado -pero no exclusivamente- por la enfermedad. La vida avanza y Edwin existe cada vez más únicamente en el presente. Gracias a la combinación de poesía, olvido y laberintos, pareciera que Edwin hubiera vuelto de su enfermedad una gran obra de arte, y que Alan Berliner estuviera ahí solo para dejar un registro. Cada frase que que pronuncia está llena de verdades sintetizadas y formuladas de las maneras más complejas e insólitas.

La película, al igual que su protagonista, es mayoritariamente optimista. Se vale de un montaje lúdico que le permite combinar los años en los que sucede la gran entrevista, con las contradicciones de las variaciones, con las opiniones encontradas de los personajes satélite que rodean la historia de Edwin. Hay un sentido de gran seriedad y al mismo tiempo de muchos juegos. Lo que se logra con esto es una estructura narrativa de lo más interesante. Por un lado, la entrevista repasa de forma ambigua la vida de Edwin cronológicamente, desde la infancia hasta los últimos años, como lo haría cualquier retrato convencional. Por el otro, la entrevista se desarrolla en un tiempo tan distante que podemos encontrar una progresión narrativa-cronológica en sí misma. Es muy impactante y a veces perturbador que convivan por montaje los Edwins de cinco años, respondiendo las mismas preguntas. Son dos dimensiones de progresión narrativa que suceden simultáneamente.

Al final queda una película que se enfrenta con una sonrisa al absurdo de una vida sin tiempo, que continúa en automático. Sin pasado ni futuro, Edwin se vuelve un desterrado de la realidad. Se distorsiona la propia visión de sí mismo y por lo tanto del mundo que lo rodea. Abordado de una forma empática y simpática, lo que logra la película de Alan Berliner es propagar esa distorsión, nos hace mirar al vacío a los ojos, y no tenerle miedo. Como dice Edwin, lo único que hay que recordar es que hay que olvidarlo todo.

Tío en segundo grado
(First Cousin Once Removed, EUA, 2012)
Dirige: Alan Berliner
Con: Eli Berliner, Edwin Honig, Margot Honig, Stuart Blazer
Fotografía: Ian Vollmer
Música: Miranda Hentoff
Duración: 78 min.

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