La noche devoró al mundo, crítica. Película de la semana.

0

La noche devoró al mundo.
El rompimiento final
Por Erick Estrada
Cinegarage

Sam es un hombre solitario que en una clara noche de verano es obligado (quizá incluso por él mismo) a entrar a un espacio lleno de gente y ruido. Una fiesta se lleva a cabo en el departamento de la nueva pareja de su ex novia y él necesita unos cassettes que ella tomó, no sabemos si por error, cuando abandonó a Sam.

Hay confusión, algo de caos y en la espera Sam se queda dormido en una habitación cerrada, oscura y silenciosa. Al despertar no hay nada que hacer: el mundo padece una epidemia zombi y Sam se encuentra a sí mismo atrapado en la nueva casa de su ex novia, en el edificio si tiene un poco de suerte, en la cuadra si es que de verdad nos ponemos optimistas.

Con un arranque que guardando las distancias nos remite a veces a 28 días después (Reinos Unido, 2002), Dominique Rocher se separa pronto del caos de la epidemia y de una historia que nos habría sabido demasiado parecida a otra tantas alrededor de una epidemia zombi, para entrar a la cabeza de Sam -en más de un sentido- y regalarnos una película que poco a poco se transforma en una sucesión de inteligentes símbolos que nos dan, por si esto fuera poco, una de las películas de fin del mundo más interesantes de los últimos años, mucho más parecida a Buscando un amigo para el fin del mundo (EUA, 2012) que a Guerra Mundial Z (EUA, 2013); más en la exploración de la conciencia y las tormentas mentales del sobreviviente, que en la construcción de un héroe a toda prueba que logra resolver el enigma de los infectados.

La noche devoró al mundo no tarda mucho en entregar visiones y acciones que van desde lo más profundo de “Soy leyenda” (la novela de Richard Matheson) hasta Omega Man (EUA, 1971) -una de sus adaptaciones- pero que más tarde prefieren los aires de Náufrago (EUA, 2000), esa visión efectiva pero un tanto romantizada del Robinson Crusoe más fresa pero narrada con tino y precisión por el infalible Robert Zemeckis.

Si bien Náufrago cumple a toda regla sus propios cometidos, nuevamente Rocher usa esa inspiración sólo para impulsar su reflexiva, callada y bien montada historia para después llevar a Sam a la tragedia extrema: no es sólo un náufrago en una isla, es probablemente el último ser humano en la Tierra.

Ahí, en esa radicalización de una idea que tantas decepciones nos ha entregado en el cine de horror, Rocher se las ingenia para remarcar la contradicción en la que vive Sam. Su necesidad de estar solo se ha convertido en una pesadilla real y cruel pues ahora, aunque decida no estar solo, probablemente no consiga contactar con otro humano jamás. La ex novia que tanto lo atormentó (¿pero a la que se niega a dejar?) es esa casa, y Sam está prácticamente obligado a recordarla aunque él mismo se lo niegue. ¿Está entonces solo? ¿La memoria de esa pareja perdida lo persigue o es su necesidad de conservarla? ¿Es esta pesadilla real y tangible -Sam mismo se entretiene disparando balas de pintura a los infectados que transitan lastimeramente y hambrientos por la calle- un símbolo de su estado mental, el del solitario obligado a estar solo?

Como aquel Tom Hanks hablando con Wilson (Rocher le regala a Sam un pasaje similar al lado, nada menos, que de Denis Lavant), este último hombre sabe que su salud mental pende de un hilo, pero como ese Robinson Crusoe atormentado por su desgracia, no sabe si esa salud mental depende de la confirmación de ser el último ser humano en la Tierra o en la probable nueva maldición de encontrar a alguien más, un alguien que rompería el círculo de soledad en el que quiso vivir y ahora está obligado a repetir al infinito.

Paradójica y sincera, la película de Rocher, con elementos mínimos pero estupendamente alineados, bien acomodados, afinados en un discurso visual que por momentos incluso es sorprendente (¿cuántas películas de zombis han decepcionado con su maquillaje digital de las calles?), La noche devoró al mundo manipula la mente de Sam hasta el enloquecimiento: ¿es ese ahumado encuentro con una masa de zombis hambrientos una réplica de la fiesta en la que quedó atrapado en la casa de su ex novia?, ¿pesadilla recurrente a lo largo de su vida? Ahora que su manía de soledad se ha cumplido en grado extremo, ¿Sam disfruta de esa soledad o es ella un mecanismo de defensa ante problemas mucho más serios? Encontrar a alguien, ¿es una señal de alivio o ese alguien romperá su círculo de soledad haciéndolo evidente y convirtiéndolo en algo extremadamente incómodo? ¿Qué tan solo y tranquilo está encerrado en la casa de su ex novia, que pasea como un fantasma sanguinolento en su memoria? ¿Sam se queda en esa casa por necesidad, por una decisión racional o por miedo a abandonar lo que queda de esa relación tan mal resuelta con una mujer irreplicable pero ausente a final de cuentas?

Si es así, La noche devoró al mundo, la historia que Rocher nos cuenta es la de un Sam acobardado por la separación final, indeciso ante un nuevo comienzo desde cero en el que todos serán desconocidos, si esto es la historia de Sam decidiendo (o no) que ya no quiere de verdad nada más con su ex, estamos ante una de las más imaginativas, sangrientas y entretenidas historias alrededor de un rompimiento, sin malabares acrobáticos ni en lo visual ni por parte de sus actores (olviden a Brad Pitt), sin lecciones aspiracionales, sin una salvación definitiva, como le ocurre a los enamorados que dejan de estarlo. Una pequeña isla paradisiaca, desierta pero agradable, en el a veces pantano repetitivo del cine de zombis.

CONOCE MÁS. Este es el episodio en el que Cinegarage y Mándarax (Erick Estrada y Alejandra Ortíz Medrano) analizan al cine de zombis.

La noche devoró al mundo
(La nuit a dévoré le monde, Francia, 2018)
Dirige: Dominique Rocher
Actúan: Anders Danielsen Lie, Golshifthe Farahani, Denis Lavant, Sigrid Bouaziz
Guión: Jérémie Guez, Guillaume Lemans, Dominique Rocher
Fotografía: Jordane Chouzenoux
Duración: 93 min.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *