El club de los insomnes, crítica.

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El club de los insomnes.

La soledad acompañada

Por Erick Estrada

Cinegarage

En un limbo de luz blanca habita Danny, un alma solitaria en busca de almas solitarias que le hagan entender su estado. Ese limbo es una tienda de conveniencia en la que tiene que trabajar el horario nocturno, ese en donde no hay nadie y nadie compra nada de lo que hay.

Hasta ahí llega todas las noches Santiago, un hombre común y corriente que se tiene prohibido hacer lo más común y corriente del mundo: dormir y transitar de la noche a la mañana para continuar con la rutina de su vida.

Ambos han encontrado la manera de acompañar sus soledades desde no sabemos cuándo y por ello, cuando aparece la veterinaria Estela, sola y sin amparo, la acogen como una criatura más de la noche, una más de las que busca compartir su soledad y diluirla en la soda que a partir de ese momento y cada 24 horas consume con esos dos extraños en una especie de última cena ultra pop en la que esa luz blanca e incómoda es lo más acogedor que encontrará jamás: la hostilidad de Danny es un mecanismo de defensa y por lo tanto es eterna, y la indiferencia de Santiago es un refugio en el que no quiere entender el origen de su insomnio.

Con esas cartas puestas en la mesa, Joseduardo Giordano y Sergio Goyri Jr. debutan al alimón y la mezcla así, en la mesa, tiene un aroma interesante, con temas que probablemente deben ser rescatados y que hemos olvidado hoy en la vorágine tanto de comedias románticas ligerísimas y transparentes, como de un modo de vida que ha dejado de apreciar pequeñas ganancias personales que se oponen por mecanismo a la ambición que gobierna cada uno de nuestros días: los Mcjobs que normalmente son una prisión pero otras tantas el principio (e inlcuso objeto) de un proyecto; la necesidad de voltear alrededor y detectar a los otros, a los seres ajenos; la noche, su paso urbano, su escondido escenario para la anti rutina, pero que también nos da los ingredientes para generar insomnio; ¿por qué nadie se ha quejado nunca de tener insomnio en el día?, ¿será que como se nos ha dicho que se debe dormir de noche, quien lo hace de día es considerado perezoso? Ese es el margen en el que viven estos personajes

Algunos de esos temas, herencia (aquí involuntariamente asumida) de historias relacionadas a la Generación X, surgen a veces en la narración de El Club de los insomnes que cobija, con cierta timidez (no es un tema asumido sino involuntariamente explorado), a esos seres nocturnos que comparten soledades y que la película pronto convierte en camaradas haciendo de lado la pólvora que detonaría un drama más profundo y prefiriendo un desarrollo casi desinteresado del encuentro de estos espíritus llenos de abismos. Discreción parece ser la palabra. Tenemos enfrente, con limitaciones pero con oasis escondidos, un drama discreto, de esos que ocurren detrás de la cortina.

En su tono medio (a veces demasiado compungido, hay que decirlo) la película encuentra las ligas necesarias para jugar a veces con el insomnio de Santiago y los símbolos de su pesadilla recurrente (hay una señal ahí, tenue pero presente de lo que le cuentan sus sueños dolorosos), otras con los sueños urbanos de Danny y por supuesto, con las dudas y los dolores de Estela, que casi retorcidamente cura su enfrentamiento con la maternidad en el puente que establece con un grupo de cachorros a los que tiene que ayudar a nacer (un momento extraño, también hay que recalcarlo).

A pesar de ello (no todo es miel sobre hojuelas), El club de los insomnes deja de ser un club al entrar en su último tercio y opta, casi de manera indetectable, por dejarnos ver todo a través de los ojos de Santiago, el insomne central sin duda, pero no el único.

Al descifrar sus sueños, al terminar con la rutina que lo aprisiona, la película encuentra un punto al final del túnel, pero lo hace a costa de abandonar a medias a sus otras dos criaturas y con ello a construir una reflexión más general, más de grupo, todavía más de club, todavía más nuestra.

Si la decisión fue llevar todas las miradas hacia Santiago y su redención ante el sistema (incluso ante su propio sistema), el ejercicio se logra pues incluso al dejarnos en ayunas de matices de sus otros personajes, se encuentran casi como fantasmas las aventuras del Club de los cinco (EUA, 1985), de Reality Bites (EUA, 1994), de esa Generación X que parece volver a aparecer en nuestras calles, aunque más con los modos de ese otro encierro insomne -pero diurno- que es Temporada de patos (México-EUA, 2004).

En una narración en la que tres personajes se prohíben dormir (uno por vivir un círculo vicioso, otra por darle vueltas a una rabia contenida y la otra por obligación del trabajo), el ojo evita hacerse más crudo aunque ello implique exigir un poco menos a quien ve, pero volviéndose discreta, nada cursi, que era, de hecho, el mayor de sus peligros.

CONOCE MÁS. Este es el episodio de Fierros en el que hablamos con Catalina Aguilar Mastretta y Cassandra Ciangherotti sobre su película Las horas contigo.

El club de los insomnes
(México, 2017)
Dirigen: Joseduardo Giordano, Sergio Goyri Jr.
Actúan: Cassandra Ciangherotti, Leonardo Ortizgris, Alejandra Ambrosi, Humberto Busto
Guión: Joseduardo Giordano, Sergio Goyri Jr.
Fotografía: Iván Vilchis Ibarra
Duración: 90 min.

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