La libertad del Diablo, crítica. Vean aquí la película.

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La libertad del Diablo. Aquí la película. Más abajo encuentran la crítica.

La libertad del Diablo.
Todos somos culpables
Por Erick Estrada
Cinegarage

La barbarie que narran los entrevistados de Everardo González les impide sentir empatía o fraternizar con quienes los agredieron: policías federales, municipales, sicarios, y a sicarios, militares, cobradores con sus víctimas, con sus familias ejecutadas. Por lo menos eso es lo que dicen a cuadro cuando La libertad del Diablo se resbala por la pantalla con una belleza incomprensible, la de la simpleza y la crudeza, la del paisaje mexicano anegado de contradicciones, la de la neblina que atemoriza y tranquiliza al mismo tiempo.

En este documental la forma es fondo y el fondo es brutal. Personas enmascaradas se suceden ante la cámara para narrar sus trágicas experiencias desde los distintos y variados lados de la compleja y viscosa guerra contra el narco, hoy enredada en sí misma y en la vida mexicana de tal forma que, como sugiere el uso de las máscaras, no se sabe quién es quién: todos somos afectados.

En su juego de máscaras y en un principio, González parece prohibirnos también fraternizar con sus entrevistados, una apariencia que conforme el tiempo avanza, conforme las historias se detallan y profundizan, se transforma de manera brutal. Muy pronto, detrás de las arrugas y los rasgos que se ocultan y desde esas ventanas, que son los ojos, a un ser humano vivo pero mutilado en más de un sentido, brotan lágrimas invisibles pero que dibujan en las máscaras que uniforman nubes húmedas que delatan un alma que abre una herida en un país herido, un recuerdo que sale para nosotros quizá por primera vez.

Las máscaras nos evitan juzgar. Son las voces desde el estómago de estas personas sin nombre las que se cuestionan y se responden a sí mismos.

Son las máscaras las que a fuerza de ocultar tanto delatan sentimientos no hablados pero tan reales que se dejan ver en esos planos que González alarga una vez que la respuesta a sus preguntas ha sido lanzada. Segundos en silencio, con la cámara fija en ellos en afrenta pero también en súplica de querer ver ahí detrás a un ser humano (y que también puede ser tanto víctima como victimario), que nos muestran el giro en la cabeza, la mirada que se derrumba al suelo, el pestañeo que desnuda, el dolor de ese “nadie” que somos todos y que conecta poderosamente más allá del close up dominante en el discurso visual.

Las máscaras recrudecen el discurso y por alguna mágica y afortunada razón (¿en realidad necesitamos imágenes de lo que nos cuentan?) se vuelven en sí mismas, iluminadas por los ojos lastimados de quien platica con González, ilustración suficiente de los excesos que se nos narran, del caos que hace imposible que fraternicemos.

Las máscaras ocultan la cara de quien dice “mi rostro cambió cuando maté por primera vez a un niño” pero los segundos en silencio dibujan su arrepentimiento, un arrepentimiento insuficiente para alcanzar el perdón de las víctimas, que también empapan su cubierta con lágrimas invisibles y memorias negras.

Las máscaras nos hacen verlos a todos víctimas de una violencia inhumana pero al mismo tiempo nos dan lo más humano de ellos, los ojos.

Las máscaras nos dicen sin hablar, que los entrevistados de González son todo presas. Las máscaras nos dicen, al escuchar las narraciones, que en este caos inhumano, todos llevamos una y todos somos culpables.

CONOCE MÁS. Les dejamos la lista completa de ganadores en los Premios Fénix en donde fue premiado el documental La libertad del Diablo.

La libertad del Diablo
(México, 2017)
Dirige: Everardo González
Guión: Diego Enrique Osorno
Fotografía: María Secco
Música: Quincas Moreira
Edición: Paloma López Carrillo
Duración: 74 minutos.

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