Lady Macbeth, crítica.

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Lady Macbeth.
Aire fresco y aire viciado
Por Erick Estrada
Cinegarage

Esta será, desde el punto de vista mínimo, una batalla entre el aire fresco y el aire viciado.

Estamos en el cierre del siglo XIX y Katherine acaba de ser vendida a su futuro esposo, un hombre amargado y discapacitado emocional a quien como recompensa extra por haber comprado a quien seguramente era una hija problemática se le ha dado un buen trozo de tierra para vivir de ella.

Alexander, su dueño/esposo prohíbe a Katherine salir de casa a pesar de que ella le dice claramente que se siente mejor afuera. Alexander impone (no sin esfuerzos) una voluntad que él considera vital: mantener a su mujer dentro de la casa guarda su propia imagen y es parte del auto engaño de la masculinidad o de lo que significa ser masculino.
Con una fotografía que cubre de un inquietante pero muy atractivo terciopelo las paredes y las ventadas, las mantas y los vestidos de una casa que en otras circunstancias sería un palacio atascado de placeres, Ari Wegner (fotografía) retrata en Lady Macbeth la rutina de la nada en la que cae sin posibilidad de escape real una Katherine atrapada en esa cárcel de piedra y madera.

¿Cómo pelear contra la sumisión obligada ante el dueño, ante el corsé, ante el vestido que es una jaula dentro de la jaula? Se pelea peleando y Katherine, en un acto visionario y reivindicador, decide atacar el fuego con el fuego.

Ante el macho autoasumido como masculino ella pone a otro, bestial, animalizado, pasional ante la supuesta razón de su marido. Ante un Apolo sin cimientos, de caretas y poses Katherine edifica con el chasquido de sus dedos a un Dionisios que huele a estiércol, que atenta con su mera presencia con la pulcritud proto burguesa de las telas planchadas y las camisas almidonadas.
¿Qué de malo tiene usar la potencia sexual femenina para derrumbar el mito del macho dominante al enfrentarlo a un ser irracional impulsivo, atraído por las feromonas puestas en su camino? Si todo es en busca de aire más limpio, nada, no tiene nada de malo.

¿Eso atenta contra la lógica imperante (en esos años y ahora mismo) en el que la mujer no puede ser dueña de su potencia sexual? Sí, y es ahí donde el punto de vista mínimo de Lady Macbeth se magnifica y sirve de marco para un lienzo que retrata pulsiones y pasiones que muchos quisieran saber olvidadas.

Katherine ha desatado a la lujuria y la ha encarcelado al mismo tiempo pues ahora, siendo propiedad de alguien ha conseguido apropiarse de su vehículo de escape y si bien el lienzo que se elabora frente a nosotros tiene un lazo visible y claro con la Lady Macbeth (sangrienta y ambiciosa pero al final un poco pasiva) de Shakespeare, poco a poco también entra a terrenos más perversos que más bien nos refieren a esa pareja endiablada que se aparece casi a voluntad en las páginas de “Otra vuelta de tuerca” de Henry James o en los fotogramas de su adaptación al cine, Posesión satánica (Reino Unido, 1961) de Jack Clayton: deseo, fetichismo, tanatos enredado en un eros oscuro y debajo de la superficie.

Alrededor de Katherine, ante la sorpresa del nuevo trono que logra fundar para abrirse libertades (a estas alturas parecería que abrirse esas libertades a partir de un crimen no es sino algo natural, que debía hacerse) hay testigos que desajustados guardan un silencio traumático: la normalidad ha sido despedazada.

Tras ese crimen algo del aire fresco de afuera se cuela en la vida de Katherine, lejos de los encierros y los artificios esclavizantes, pero también se anuncia mucho de lo que va a venir. Ella, habiendo probado la libertad que nunca ha tenido parece estar dispuesta a aniquilar cualquier cosa que se atraviese en ese camino que no busca sino hacer con su vida, con sus ideas, con su cuerpo, con sus pulsiones y sus pasiones lo que le venga en gana, como aparentemente lo hacen todos los hombres a su alrededor. Ahí, la película abandona cierto tono naturalista (aterciopelado, ya lo hemos dicho) para volver al relato algo más fantasmagórico.

Es natural. Desde la óptica del sistema, del mandato del macho, Katherine parece un animal suelto, una amenaza , una enfermedad mortal. Y lo es (sólo para ese sistema).

Después, esta Lady Macbeth que ha probado la sangre y que con ella pintará la ruta a su propio trono (no al de alguien más), hace de esta película una declaración de independencia que como todas, es violenta. Alrededor de ello, sabiamente, William Oldroy evita la redundancia y el tremendismo (ello habría hecho de esta declaración de independencia un circo de gritos y sombrerazos) y mantiene su cámara lejos del detalle de esa muerte que desata la pasión. El plano se mantiene distante respecto a los personajes y tanto la tragedia de una pasión que es señalada y castigada (el primer escape de Katherine) como la boda de sangre que le siguió para abrir las ventanas de una mujer oprimida, quedan como lo que son, capítulos de esta historia que hace viajar a su personaje del encierro en colapso al maravilloso caos al aire libre que ella conoce como libertad.

El deseo minúsculo de salir y respirar aire fresco se ha convertido debajo de la opresión de un sistema diseñado para encerrar y silenciar, en una batalla que podrá tener como consecuencia la libertad en una nueva rutina de nada (ese plano en el que Katherine respira con su viejo vestido, casi igual pero diferente a las veces que lo ha hecho antes frente a nosotros), pero en libertad a final de cuentas.

Katherine despega, respira, sabedora de su lado luminoso y conocedora de su lado oscuro. Ello suena a amenaza para un sistema acostumbrado a ver a todas las Katherines en su esquema como corderos obedientes. Lo es y lo es en mucho debido al elocuente guión de Alice Birch que le da la plataforma de despegue a los tonos marcados por Oldroy. Es una amenaza y así lo verán muchos.

CONOCE MÁS. Esta es la crítica de Erick Estrada a Yo, Tonya, que le dio el Oscar a Allison Janney.

Lady Macbeth
(Reino Unido, 2016)
Dirige: William Oldroy
Actúan: Florence Pugh, Cosmo Jarvis, Paul Hilton, Naomie Ackie
Guión: Alice Birch
Fotografía: Ari Wegner
Duración: 89 min.

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