Tres anuncios por un crimen, crítica. Película de la semana.

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Tres anuncios por un crimen.
Un millón de baldes de agua
Por Erick Estrada
Cinegarage

La imagen es literal pero su parte figurativa es en mucho lo que le da el poder a la narración de Martin McDonagh: Mildred (Frances McDormand digna de aplauso), su personaje central en Tres anuncios por un crimen, tiene que apagar un incendio con un balde de agua.

Mildred tiene el coraje de reclamar contra la pasividad de la policía en Ebbing, Missouri, ante el desalmado asesinato de su hija. ¿Cómo lo hace? Coloca los tres anuncios del título de la película para narrar en ellos, con poquísimas palabras señaladas en negro sobre rojo, las últimas horas de vida de su hija (“Violada mientras agonizaba”) y lo que no ha ocurrido después (“No hay ningún detenido”, “¿Cómo está eso Jefe Willoughby?”).

En un mundo hundido en el conservadurismo más ramplón -como es el nuestro- los anuncios se ven más como un llamado a un enfrentamiento que como la necesidad de solucionar un problema que al afectar a Mildred le afecta a todo Ebbing, y al afectar a Ebbing, nos afecta a todos: el pueblo se vuelve en su contra y los anuncios son al mismo tiempo motivo de ofensa y objetivo de ataques. Mildred tiene que enfrentarse a todo ello, a las quejas y a los ataques, con lo único que tiene, sus manos y su hijo, fruto de un matrimonio desmantelado a base de abusos y violencia intrafamiliar. El incendio a su alrededor (el incendio de y con sus anuncios) tiene que sofocarse con un balde de agua.

Literal y metafóricamente la imagen es evocadora, provocadora y perturbadora. ¿Ese es el mundo en el que vivimos?

Martin McDonagh responde que sí y lo hace con la que es probablemente su película más apegada a la narración realista; sin pequeños y oportunos regodeos visuales que alimentan un tono de desenfado casi scorsesiano con toques del más simpático Guy Ritchie en bien de una atmósfera festiva y explosiva a la vez (Siete Psicópatas, 2012); sin esa dulce y violenta melancolía del criminal fracasado antes de consagrarse, sin el aura del antihéroe que casi se anuncia pero que niega haberlo hecho (En Brujas, 2008); en Tres anuncios por un crimen opta por un discurso visual casi estándar, sin inquietudes, pero sin ataduras (esa gran secuencia en la que Sam Rockwell/Dixon cruza la calle para abusar de su autoridad policial) y con ese acercamiento a lo real que nos hace creer que podemos tocar a quienes forman parte de este drama inyectado de una comedia tan negra que se pierde en la penumbra en la que vive Mildred, McDonagh repite que sí, ese es el mundo en el que vivimos.

En el torbellino que provocan los anuncios de Mildred chocan ella misma y el aludido Jefe Willoughby, un personaje que en sus innumerables (e impredecibles) matices hará que nuestro ánimo hacia él vaya de la antipatía a la comprensión: ¿qué representa guardar y hacer guardar las formas en un típico “pueblo chico infierno grande” hundido en el midwest de un Estados Unidos tan contradictorio como el que atestiguamos día con día? ¿Es la figura del policía una que impone respeto o miedo? ¿Es la apatía de Willoughby justificada, comprensible, aborrecible?

Woody Harrelson se apropia de tal forma del guión escrito por McDonagh, que debate con Frances McDormand en niveles que hoy pocas veces se ve en dramas de cualquier tipo y su personaje consigue mostrarse como el policía digno de respeto del pueblo entero así como del monstruo represor y machista que sólo protege a sus colegas ante los reclamos de Mildred. Y detrás de ello, quizá la construcción más difícil de todas y desde la que comienza a apuntar la enorme dosis de humanidad que Tres anuncios por un crimen terminará por entregar: ¿un sólo hombre puede soportar los horrores y las pesadillas que se viven día con día en una estación de policía? Otras propuestas han apostado por una respuesta heroica, trágica, cómica incluso. Aquí no.

jugando con sus tiempos a través de un guión calibrado a la perfección, la salida por la que opta Willoughby llega sin insinuar siquiera ser parte de la solución del incendio con el que  pelea Mildred.

Debajo de Willoughby, esperando una oportunidad para hacerse con el control de Ebbing que regala la placa de Jefe de Policía, conocemos poco a poco a Dixon, un hombre prepotente, machista, racista, estereotipo indiscutible del policía de barrio, de pueblo pequeño, de hombre inculto del medio oeste infestado de otros estereotipos.

Si algo podía alimentar el incendio de Mildred era precisamente tener que lidiar con Dixon en alguna ausencia de Willoughby y en ese triángulo es en el que McDonagh basa el desarrollo más sorpresivo de su propuesta en una figura metafórica de un Estados Unidos (MIldred) atrapado entre sus autoridades maduras incapaces (o cansadas) de lidiar con los problemas gigantescos que aparecen cotidianamente (Willoughby), y el resurgimiento de figuras autoritarias, de pensamientos rancios y caducos al cobijo de un descontrol consecuencia de un ambiente político conservador y puritano súbitamente acomodado en el poder (Dixon).

En muy pocas palabras, Mildred no tiene salvación. “Ninguno de los anuncios que has puesto te va a devolver a tu hija” le dice Willoughby quizá sabiendo que lo más importante de esta historia no sea averiguar quién es el asesino de su hija; probablemente tampoco lo sea saber por qué el departamento de policía parece entorpecer las investigaciones. Se lo dice porque hoy probablemente sea más importante saber que así es el mundo y tenemos que averiguar cómo se puede vivir en él.

En consecuencia, más que una historia de vengadores civiles o de una anécdota detectivesca -ya muy manoseadas por Hollywood- McDonagh propone un thriller estoico, una apuesta por manejarse dentro del fuego antes que forzarse a apagarlo con un balde de agua.

Y es que el fuego llega para Mildred y llega también para el insufrible Dixon: Estados Unidos él mundo- está en llamas. Ambos personajes, en una historia que se revuelve con un sentido de la orientación brutal, son obligados a bajar a su propio infierno y son matizados por un guión implacable, que los obliga a enfrentarse, a dialogar entre contrarios, a debatir y evolucionar entre adversarios.

Al destrozar su triángulo fundamental (Mildred-Willoughby-Dixon) y obligarnos a trepar a una balanza que provoca desconfianza (el policía corrupto y abusivo frente a la ciudadana urgida de justicia y luz), McDonagh obliga a sus dos estereotipos, a sus dos criaturas convencionales, a entrar al territorio de lo poco convencional, de lo “impensable”.

Lo mejor de Tres anuncios por un crimen es que en el brillante guión de McDonagh, en ese debate final, en ese duelo dentro del pueblo (y no en sus afueras) sus personajes enfrentados y confrontados encuentran algo de iluminación sin necesidad de que sepa a iluminación. Cierto, la apuesta de la película de McDonagh es por la redención. Quizá la redención de Mildred está más allá de saber el nombre del asesino de su hija, quizá esté en poder averiguar qué hará una vez que lo sepa: “Ninguno de los anuncios que has puesto te va a devolver a tu hija”.

Probablemente la redención de Dixon no esté siquiera en el hecho de atrapar al asesino, si es que eso sigue importando a estas alturas de una historia que ha virado varias veces sin perder nunca su objetivo final, llena de pistas que parecen falsas y de certezas que en nada ayudan a un caso que si bien nunca parece menor, ahora se ha convertido apenas en el motivador de preguntas más humanas todavía: ¿qué vamos a hacer para, si es posible, cambiar este estado de cosas? Tres anuncios por un crimen logra convertir al asesinato de la hija de Mildred en el asesinato de todas las hijas de todas las Mildred del mundo.

La película propone la redención de Mildred (una bomba molotov oportuna e inquietante) una vez que consigue adormecer su furia y transformarla en gasolina justiciera. Pero propone también la redención de un Dixon sorprendente -irritante y oprimido a la vez, un monstruo atormentado, como un Prometeo campirano y frugal, como un Frankenstein al que le incendian el castillo- un descastado que tiene una nueva opción frente a él. Tras bajar a los infiernos ambos reciben una nueva oportunidad.

La decisión que toman -la decisión que los hace tomar el guión- la salida por la que optan, construye en Tres anuncios por un crimen uno de los finales más sorprendentes y humanos que hemos visto en mucho tiempo. Es un rezo a favor de la redención, pero no de la esperanza a ultranza y desaforada, sino la de un par de bestias que se han decidido, empapados de estoicismo, por la última opción que pudiera cruzar por su cabeza.

Tres anuncios por un crimen nos pide considerar eso como una opción para navegar en un mundo como el que vivimos, lleno de incendios que nadie va a poder apagar ni siquiera con un millón de baldes de agua. ¿Qué vamos a hacer para, si es posible, cambiar este estado de cosas?

CONOCE MÁS. Aquí pueden ver el avance de Tres anuncios por un crimen.

Tres anuncios por un crimen
(Three Billboards Outside Ebbing, Missouri, Reino Unido-EUA, 2017)
Dirige: Martin McDonagh
Actúan: Frances McDormand, Woody Harrelson, Sam Rockwell, Abbie Cornish
Guión: Martin McDonagh
Fotografía: Ben Davis
Duración: 115 min.

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