¡Madre! Crítica de Erick Estrada.

0

¡Madre!

Circular

Por Erick Estrada

Cinegarage

Ella, Jennifer Lawrence en close up. Estallido pre apocalíptico que da lugar a un casi sueño en el que lo que estaba en ruinas se reconstruye, desde la óptica de Él (Javier Bardem), casi por acto de magia. Él, en esa misma ensoñación captura el momento en un objeto que parece serlo todo y no es nada.

La primera señal dentro de ¡ Madre ! ha sido lanzada. La propuesta, como siempre ha ocurrido con Aronofsky, estará llena (y en este caso premeditadamente saturada) de símbolos, de señales.

La historia supeditada a ese diluvio de símbolos es tan sencilla como elaborada y en consecuencia el resultado es tan sencillo como elaborado. Una casa reconstruida por Ella a partir de las cenizas de un devastador incendio que le ha arrebatado todo a Él, es el refugio de esta pareja que vive sin tiempo ni espacio: lo tienen todo, todo el tiempo. La forma que Aronofsky sigue en esta introducción es tan clásica como obsesiva, tan perteneciente al cine tradicional como punzante lo fueron sus primeras películas. En esta exploración del espacio y del tiempo de la pareja Aronofsky pisa con toda la intención las alfombras del Polanski que ya nos narró la historia del Bebé de Rosemary y las obsesiones psicóticas de Repulsión (el peinado de Jennifer Lawrence no debe ser por completo una casualidad) y comienza a plantear también el camino a la surreal situación que con pincel fino dibujó en 1962 Luis Buñuel en el Ángel exterminador.

Hasta este punto la película de Aronofsky se muestra evasiva, con la brújula aparentemente magnetizada, críptica. Quienes vemos, en una especie de infancia dentro de su propuesta, no comprendemos del todo lo que ocurre y buscamos (inútilmente porque no la hay) una respuesta racional a los caminos que parece seguir. Por su lado, Aronofsky prepara las capas que después pueden otorgarse a esta puesta en escena que apelará más a nuestras reacciones viscerales que a nuestro gusto cinematográfico, que nos pedirá que nos orillemos más a los discursos irracionalmente elegantes del mejor David Lynch (ese suelo sangrante que nos conduce al sótano palpitante) que a una historia convencional con planteamiento, desarrollo y clímax.

Un poco más tarde, en una jugada que dibuja la única línea a seguir para entrar finalmente a su propuesta, Aronofsky profundiza en sus líneas de inspiración que van de ese juego PolanskiLynch a sus obsesiones con la cábala.

Primera pista: hasta este momento Ella ha caminado su casa, premeditamente presentada en formas circulares (la escalera, el recibidor, el jardín), completamente descalza y no ha cruzado el umbral una sola vez (de hecho, no lo hará en toda la película). Entonces Ella es un símbolo, todo es un símbolo, esta es una representación.

Segunda señal: en este mundo paradisiaco antes del diluvio (la película anterior de Aronofsky se llamó Noé, recordemos) ha aparecido un discordante e imperfecta pareja surgida de la admiración hacia Él y su obra: un poeta que aquí es incapaz de crear hasta que esta pareja comienza a abrirle el camino. Ambos, el padre débil y poco cabal por un lado y una mujer harta y aburrida por el otro (una Eva que Michelle Pfeiffer materializa en una mirada) introducen el discurso de lo sexual pero también son el vehículo a través del cual se nos presenta al fruto de su unión, un Caín y un Abel que, como siempre, cumplen su papel, destierro eterno incluido.

En el caos que sigue (la casa comienza a poblarse de deudos que probablemente no conocen a nuestro Adán y menos a nuestra Eva) la madre de estos hermanos primigenios suelta la sentencia que define el futuro de Ella y que detona el derrumbe intencionado tanto de la casa, como de la forma casi clásica que Aronofsky había adoptado hasta ahora: “¡ser madre significa dar, dar, dar!”. Ella, que quiere ser madre, está condenada pues, en la esperpéntica (aunque a veces atrabancada) propuesta visual que sigue, lo comprobará minuto a minuto.

No sin esfuerzos, no sin empujar ante las falsas guías de Aronofsky (que se siente tan tramposo como enfermamente inspirado en su historia) finalmente nos deja abrir la puerta y unir lo que hasta ahora era cabos sueltos (¿somos ya los observadores adultos?): el eterno close up sobre Jennifer Lawrence nos ha convertido en Ella y estamos obligados a mantener su punto de vista, uno desde el cual Él se ve errático y ególatra y los demás, engendros de Él, amantes de Él, discípulos acríticos de Él, son también egoístas e irrespetuosos, ¿a qué? A la casa en la que buñuelianamente todo ocurre y en donde Sodoma y Gomorra se materializan.

Lo circular vuelve. Ella desesperada recorre su espacio y la vemos al centro de su recepción que se convierte luego en el centro de un encuadre que nos muestra a la casa hundida en la nada de ese bosque eterno y que nos lleva directo al pecho que amamanta al hijo que Ella y Él consiguieron engendrar en el caos gomórrico de allá afuera.

Es necesario limpiar y un diluvio defensivo elimina todo rastro de las visitas. Y a partir de ahí, no hay pierde.

Si bien a muchos ha irritado el enfoque de la historia -empapado del Antiguo Testamento- hay que conceder también que es, después de todo, el que más claramente puede detectarse en el hemisferio occidental. Aceptado eso, sí, la historia de Aronofsky es la de la humanidad de esos textos: una humanidad irascible y envidiosa, seguidora de falsos p(r)o(f)etas, explotadora de sus recursos, autocomplaciente (“el lamento es el sonido de la vida” se dice más de una vez, cuando el derrumbe comienza y cuando el derrumbe es inevitable), una humanidad belicosa, intolerante e irracional.

Tras el caos final (un caos que ingenua pero efectivamente se comunica sin citas ni nombres que habrían hecho de esto un desastre inútil) las preguntas comienzan a flotar en medio de capas de lectura que, ahora sí, pueden acomodarse prácticamente donde se necesite.

¿Es esta historia la de una polanskiana mujer enamorada enfermizamente de un amante poderoso y egoísta, macho y violento, demandante hasta la muerte? ¿Es la historia de una pareja en la que ella, la madre del título, es capaz de crear por amor pero en la que él es incapaz de demostrar amor a través de su creación, detenida irracionalmente mientras la de ella puede esperar sin miedo a destruirse? ¿Es la lynchiana historia de un matrimonio que cede ante las presiones sociales, absurdas, violentas, irracionales, sin fundamento y vacías hasta el hartazgo? ¿Es la historia de una madre Tierra invadida en su juventud eterna por un dios errático y narcicista? ¿Es la historia de la explotación que se ha hecho de una madre Tierra (circular) que a pesar de ello cumple su sentencia y da, da y vuelve a dar porque esa es su eterna y circular naturaleza? ¿Es la historia de una humanidad que se amamanta de ella ingenua y envidiosamente creyendo que, como la casa, todo se reconstruirá para volver a comenzar sin pagar deudas ni presentar cuentas? ¿Es la historia de la creación y el Apocalipsis que probablemente ya está encima de nosotros?

Sí, puede ser todo eso.

Y entre esas capas está quizá la reacción que Aronofsky busca: la del enojo, la del malestar, la de la incredulidad, la de la búsqueda de la explicación racional ante algo que claramente no la tiene, la de la necesidad de devolver todo al molde de lo racional (planteamiento-desarrollo-clímax) y del que Aronofsky se escapa de una forma necesariamente burda con una puesta en escena irritante, neurótica, desmadrada, confundida (que no confusa) como lo está Ella, incapaz de comprender la rapiña de la que es objeto. Ella, después de este torrente de símbolos y señales, termina por convertirse en la casa.

Esa lectura racional, entonces, no cabe, mucho menos cuando se ha insistido tanto en el círculo que es el proceso creativo y también la casa y sus alrededores, el planeta y las situaciones abigarradamente puestas en pantalla (hay cierto enojo y desesperación, necesaria y comprensible debajo de todo), que no dejan de suceder y que probablemente no lo harán nunca. Esa lectura es inútil ante la propuesta circular de este casi performance visual, casi demolición narrativa, de esta maliciosa revisión de lo que no hemos sido, que si bien no llega tan lejos como se lo propone, cuida sus detalles y nutre su propuesta con cosas tan elementales como cerrar con el discurso con el que todo comenzó: Ella, Jennifer Lawrence en close up. Estallido pre apocalíptico que da lugar a un casi sueño en el que lo que estaba en ruinas se reconstruye, desde la óptica de Él (Javier Bardem), casi por acto de magia. Él, en esa misma ensoñación captura el momento en un objeto que parece serlo todo y no es nada… Aunque ahora hay un agregado: Él (¿nosotros?) recita ególatramente “Yo soy el que soy”. ¿El retorno al principio es una bendición para Él y una maldición para Ella?

Un juego que tras lo ejercitado comunica desesperanza antes que tranquilidad.

¡ Madre !
(Mother!, EUA, 2017)
Dirige: Darren Aronofsky
Actúan: Jennifer Lawrence, Javier Bardem, Ed Harris, Michelle Pfeiffer
Guión:  Darren Aronofsky
Fotografía: Matthew Libatique
Duración: 115 min.

CONOCE MÁS. Esta es la videocrítica de Erick Estrada a la película francesa Frantz, que es parte del Tour de Cine Francés.

CONOCE MÁS. Esta es la crítica de Erick Estrada a Paterson, película dirigida por Jim Jarmusch.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *