Barry Seal, sólo en América, crítica de Erick Estrada. Película de la semana.

0

Barry Seal, sólo en América
La Casa Blanca
Por Erick Estrada
Cinegarage

En un estupendo tono Polaroid (ese juego en la fotografía de César Charlone) que nos transporta en el tiempo sin que podamos darnos cuenta, Doug Liman le pide al carismático embustero al que encarna Tom Cruise, que guiñe a la cámara cuando apenas comienza a contarnos su historia.

Barry Seal, “el gringo que siempre cumple”, obedece la orden y a partir de ese momento esos guiños a la cámara, esas señales lanzadas a quienes vemos, se convierten en una confesión hecha por él a falta de que la hagan quienes deberían estar en el confesionario. La historia que se nos va a contar es una real, conocida y estudiada e involucra a la CIA, al gobierno de los Estados Unidos en sus más altas cúpulas, a gobiernos centroamericanos, al narcotráfico y a grupos paramilitares que en conjunto elaboraron el convulso, agresivo y violento tejido político económico y social de la Centroamérica de los años 80.

Si uno no está familiarizado con lo ocurrido entre el gobierno de Reagan, la desastrosa y voraz ingenuidad de su administración, los gobiernos centroamericanos, el narco colombiano, la CIA que puede presumir de todo menos de inteligencia, no importa. Es precisamente ese tono de confesión lo que ayuda a la comprensión de la telaraña porque, sabiendo que se trata de un periodo agresivamente ingenuo en la historia del intervencionismo de los Estados Unidos, tampoco es que estemos frente a una trama extrema en complejidad. Mejor aún, resumiendo todo y aterrizando nombres y apellidos mencionados en la bizarra confesión de Barry Seal (un contrabandista de segunda convertido en contrabandista oficial), Sólo en América es, como todos los thrillers, la historia de los bandidos sin placa que se enfrentan a los bandidos con placa.

Desde esa pista de despegue, Barry Seal abreva a veces del tono desparpajado de Buenos muchachos sabiendo, por supuesto, que estos personajes no están involucrados en la “pulcra” mafia italiana o en la pandilla de colegas absorbidos por ella, sino que son parte de una malévola maquinaria internacional puesta en marcha a través de tráfico de cocaína con la pestilente mafia colombiana. Probablemente por ello Barry Seal se despoja del salpicón violento de la película de Scorsese y se empeña (y acierta) en la construcción de sus tensiones de mandíbula trabada, de nudillos blancos, porque blanco es el color de esta película, un blanco dentro del cual se susurra el rojo de su violencia.

Volvemos a Scorsese. Al saber que se realiza un retrato  de un patético equivalente del ya de por sí insufrible Jordan Belfort, Barry Seal evidencia aquí un arco de acción similar, de la base a los cuernos de la luna para entrar después en el trayecto descendente (que a su vez inicia con un aterrizaje forzoso) hacia su propio círculo del infierno con su personaje ridiculizado y atemorizado, convertido en un Bozo de medio pelo con la cara blanca en polvo de coca: desde ahí Barry Seal es mitad payaso y mitad delincuente (¿recuerdan la sobredosis de Quaaludes en la película de Scorsese?).

En ese punto, incluso los centros débiles del estupendo guion de Gary Spinelli (impresionante que se trate apenas de su segundo) cierran como magnetos que atraen a los contrarios. Ahí las figuras de los narcos, retratadas con cierto dejo de simpatía en la primera mitad de la película, toman su verdadera dimensión y son evidenciados ya como realmente son: patéticos locos ignorantes. Ahí la trampa de trabajar para un gobierno mentalmente débil pero malicioso también se hace presente para Barry Seal que ha mantenido con lujo de detalle su confesión: la celebración se termina cuando dejas de ser útil, y eso aplica no importa si gobiernas Panamá o vives alejado en un pobre pueblo escondido en Norteamérica. Es el paso de la fiesta interminable a la cruda insoportable.

De ahí la importancia de subrayar con fría delicadeza la existencia de otros Barry Seals, de otras figuras que serán útiles mientras al gobierno les sean útiles y de ahí que el juego que Doug Liman ha desarrollado alrededor del color blanco tome una nueva dimensión cerca del cierre de esta tragicómica historia (real de arriba a abajo): la cara blanca del hombre que se confiesa ante nosotros, la Casa Blanca en la que se encuentra con un símil que luce triste como él mismo, la pantalla en blanco cuando el clímax de la historia  exigía, quizá, una pantalla en negro.

El malabar de información y datos es afortunado. El tono Polaroid de mirada a la cámara libera y tranquiliza la narración de hechos que en su momento aterraron al mundo. Con ello el dedo que señala todo lo aquí ocurrido más que inquisitorial quiere potenciar la historia a través de la tragicomedia para que alcance una velocidad que en lugar de vertiginosa es suficientemente ágil.

Lo mejor, Tom Cruise no se atora en el papel del carismático embustero, sino que logra dar el último giro y deja a su personaje en el tono necesario que, ojalá, disparará las reflexiones sobre lo que aquí, entre risas y tensiones, ha logrado comunicar tan bien Doug Liman.

La banda sonora merece mención aparte.

Barry Seal, sólo en America
(American Made, EUA, 2017)
Dirige: Doug Liman
Actúan: Tom Cruise, Caleb Landry Jones, Jesse Plemons, Sarah Wright
Guión: Gary Spinelli
Fotografía: César Charlone

CONOCE MÁS. Este es el avance de Barry Seal, sólo en América,

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *