La estudiante y el Sr Henri, crítica

0

La estudiante y el Sr. Henri
No escuches a tu padre
Por Erick Estrada
Cinegarage

Quizá el hecho de que La estudiante y el Sr. Henri esté basada en una obra de teatro escrita y adaptada por el director de la película, explique la discreción de su lenguaje cinematográfico. Pero, de cualquier manera, plantear situaciones bastante cercanas al límite también exigía esa discreción, ese lenguaje promedio que juega a favor de lo que Ivan Calbérac quiere contar.

Todo arranca cuando Constance (precisa Noémie Schmidt) llega a París pretendiendo estudiar pero escapando en realidad de una vida de desastre en la que mucho tiene que ver su terco y dominante (eso cree él) padre, que deposita en ella, hija mayor de una familia de clase media trabajadora, muchas de sus frustraciones.

Constance consigue una habitación en el competidísimo París de nuestros días. La habitación es parte de un departamento que el viudo Sr. Henri (potente Claude Brasseur) alquila contra su voluntad. Su hijo, con quien tiene severas diferencias desde siempre (ahondadas cuando decidió casarse con la joven pero anciana Valérie) quiere conseguirle algo de compañía, probablemente una que él no está dispuesto a darle pues las peleas están aseguradas en cuanto ambos se encuentran.

La situación es ideal para una serie de despropósitos y de exageraciones brutal, pero Calbérac solidifica los cimientos a tiempo y justamente, para que en cuanto esta estudiante sin dinero y sin amor se vea metida en la trampa de un viejo huraño y egoísta sus situaciones se acurruquen en un casi inasible tono de comedia mezclado con drama ligero que no arranca carcajadas pero que tampoco suelta la conciencia: el señor Henri le propone a Constance perdonarle el alquiler si ella consigue que su hijo abandone a su esposa.

Y todo lo dicho, que quede claro, son aplausos a lo logrado por Calbérac y su grupo actoral quienes, con el lenguaje visual (ahora comprensiblemente) en el promedio, sin espantar pero sin apantallar, sacan las emociones a flote pues la cámara cumple sólo la función de dejarse abrazar por ellos y por ellas (las emociones).

Lo cotidiano y lo sensato comienzan entonces una danza en la situación que este Mefisto invertido ha desatado. La bella damisela debe conquistar a su hijo para que el demonio desatado pueda, de hecho, burlarse de uno más de los “errores” de su hijo (aquí disfrazado de acierto): abandonará a su esposa mojigata y superficial. Y de repente, entre ese cotidiano y esa sensatez, aparecen los elementos críticos a la burguesía que nos llevan directo a un Molière igualmente sarcástico y contenido, que hace que en lugar de gritos y sombrerazos sus ácidos ataques a esa doble moral, a esas pretenciones, a esas costumbres caducas, salgan a la superficie con el roce de frases y situaciones, con mucho tono y poco escándalo.

Probablemente ahí está el origen que buscó (y que encontró) Calbérac, el de la comedia seca pero puntillosa que no permite que este saco lleno de patetismo se desborde (la situación es patética y los personajes se entregan la estafeta de lo patético en cada capítulo de la película) y haga del mal gusto de la situación algo incómodo. Por el contrario, al lanzar su crítica a las motivaciones y a las ideas de la burguesía de esta época, La estudiante y el Sr. Henri consigue que muestren el otro lado, el humano, el lúcido, incluso el esperanzador, un lado en el que Constance reconoce que tiene la oportunidad de cerrar las heridas con su temperamental e impulsivo padre a través de su malhumorado casero; y en el que Henri se da cuenta que a través de ella puede curar las heridas abiertas en la relación con su hijo.

Entonces la película establece entre estos personajes un juego de reflejo casi de psicodrama pero con una frescura deslumbrante, en el que Constance repara el discurso roto de Henri y de su hijo, y en el que Henri, en un proceso de autoexpiación (“no escuches a tu padre” le suelta a Constance a manera de consejo previo a la madurez), se congratula con su hijo a través de todo lo que ocurre con Constance.

Up (EUA, 2009), esa maravilla de Pete Docter y Bob Peterson, también establece una lectura de re encuentro generacional, de pérdida y de búsqueda y aunque aquí la situación se extiende a dos personajes con los que no cuenta Up, los nexos, los saltos, las frases de lo cotidiano y lo sensato, recuerdan mucho a esta propuesta que llegó desde Pixar.

E igual que en ella, la conclusión casi abierta en donde nos abandona La estudiante… carece afortunadamente de todo enfoque moralino, de sanación de conciencias, de consecusión de logros que cuestan más de lo que parece y de lo que la propia película quiere contar. Y esa es su cualidad final, que después del paseo de situaciones y declaraciones patéticas, en el preciso tono crítico de un teatro en el que Francia se refleja con puntería extrema (Molière en pocas palabras era todo un genio) La estudiante y el Sr. Henri nos devuelve a cubetadas a una realidad ahora sí sin entretelas ni fantasías, una realidad en la que el final feliz está asumido como una imposibilidad, pero una realidad a la que está bien volver con la calidez y con la claridad con la que, ahora nos damos cuenta, Calbérac ha narrado y desarrollado su discurso. No se trata de sutileza, se trata de inteligencia y brillo.

La estudiante y el Sr. Henri
(L’etudiante et Monsieur Henri, Francia, 2015)
Dirige: Ivan Calbérac
Actúan: Noémie Schmidt, Claude Brasseur, Guillaume de Tonquédec, Frédérique Bel
Guión: Ivan Calbérac
Fotografía: Vincent Mathias
Duración: 98 min.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *