Snowden, crítica. Película de la semana

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Snowden
El patriota en discordia
Por Erick Estrada
Cinegarage

El gran hermano está frente a tí y domina la pantalla, la suya propia, a través de la que te vigila y con la que se comunica con todo mundo, y la que Oliver Stone construye a partir de ella, disminuyendo el tamaño del interrogado para convertirlo en un símbolo de sí mismo, disminuído, atrapado, vigilado. Un ojo lo observa y es capaz de leer el pensamiento de ese hombre empequeñecido en que se ha convertido el Edward Snowden que Stone describe en esta película.

El gran hermano ha llegado al lugar correcto en el momento indicado y de repente todo parece estar hecho y alineado para ese interrogatorio, desde apuntar de nuevo a la voraz industria militar de los Estados Unidos como responsable de muchos de los males del sistema político de ese país, hasta la divulgación de la idea que ha sostenido desde hace mucho los discursos críticos (unos más, otros menos) de Oliver Stone: “No tienes que estar de acuerdo con tus políticos para ser un patriota”. Y aquí, una vez más, Stone (que en los momentos débiles de la película, como esa pequeña sesión de aplausos cerca de la conclusión, parece dejar hablar más a Snowden) se dará la libertad de disentir con sus políticos sobre el tema de la información, el acceso a ella y el manejo que de ella (nuestra información) hace el gobierno de los Estados Unidos cobijado con los pretextos que para ello ha fabricado desde siempre su aparato militar en las más altas esferas.

La excusa para ello, mucho de lo que ya había desmadejado Stone en la que quizá sea su película más rebelde, JFK: la seguridad y el terrorismo. La diferencia es que en aquella, el terrorismo, los embates tanto de la mafia como del mundo comunista venían de fuera y amenazaban con desmantelar la democracia americana. En Snowden, el terrorismo tiene la cara que hoy todos identificamos y en busca de ella el ejército más poderoso del planeta se convierte también en esa enorme plataforma en la que el Gran Hermano se oculta en cientos de rostros para vigilarnos.

La vuelta de Stone es, quizá por ello, maestra: en un guión bastante menos serpenteante, más directo si es que podemos llamarlo así que el de JFK, con un estilo narrativo más sereno, con menos juegos de espejos (aquí sospechamos de nuevo que la voz de Snowden quizá se entromete demasiado), el terrorismo que el aparato de vigilancia de Estados Unidos busca y del que en un principio era parte el propio Snowden se vuelve contra ellos mismos y en consecuencia un trabajo ordinario como el que este hombre realizaba se convierte de la noche a la mañana en un trabajo criminal y el instrumento de persecusión se convierte rápidamente en el perseguido por el propio gobierno que lo capacitó.

Ese Gran Hermano amenazante en big close up interroga temeroso de que sus secretos se desvelen, pero lo oculta siendo a la vez un Mago de Oz que presume más fuerza de la que tiene, especialmente después del retrato que de él, del Mago, del Hermano, del gobierno de los Estados Unidos, ha hecho Stone durante la película.

Lo más preocupante de ese Gran Hermano es que según Snowden, la película, no opera gracias a ese temor, sino que ese temor es parte del disfraz que utiliza para que sus verdaderas intenciones (o incluso los verdaderos rostros) no se descubran. Stone plasma ahí un gobierno traicionero que miente a conveniencia (el rostro de Obama y sus declaraciones de campaña aparecen con oportunidad quirúrgica para dejar claro que esas promesas se tergiversaron a conveniencia de todo mundo menos del pueblo americano) y que opera, como ya nos lo había mostrado en JFK, con espías internos con más entrenamiento que corazón.

Si bien la película camina con sigilo y presteza a través de los bosques de información con que cuenta este caso (todavía abierto como el caso mismo de John F. Kennedy) y si bien el punto de vista crítico de Stone sella la película de principio a fin, se echa de menos (especialmente si hablamos de enfoque crítico) ese intento de mostrar todas las caras del caso como se hizo en JFK.

Snowden y las vueltas de su caso, de perseguidor a perseguido, de patriota acrítico a uno que cuestiona la ética de su gobierno, el parecido con los juegos de la mafia (“se entra a la CIA pero jamás puede uno salir de ella”) es un traidor a los ojos de ese gobierno pero tambien un producto de ese propio gobierno, entrenado por él, mantenido por él. ¿Dónde están los otros puntos de vista? ¿Dónde acomodar ya sea una idea misteriosa o una pregunta incómoda que nos haga voltear 180 grados para alimentar la lista de preguntas sobre el caso? ¿Dónde está esa mirada ruda y retadora de Garrison en JFK? Porque lo que nos entrega Stone aquí, con una eficacia estremecedora, es la mirada misma, cercana a la justificación, de Edward Snowden, demasiado presente en la conclusión de la película, como para echar de menos el vigor casi desmadrado de aquél Stone y lamentar un poco la sobriedad de este.

No tenemos que estar de acuerdo con el director para seguir disfrutando de sus películas.

Snowden
(Alemania-EUA, 2015)
Dirige: Oliver Stone
Actúan: Joseph Gordon-Levitt, Shailene Woodley, Scott Eastwood, Nicolas Cage
Guión: Kieran Fitzgerald, Oliver Stone
Fotografía: Anthony Dod Mantle
Duración: 134 min.

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