RMFF 2016 – 2 Un ángel caído y dos goles mexicanos

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RMFF 2016 -2
Un ángel caídos y dos goles mexicanos
Por Erick Estrada
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Cinegarage

Película uno del día 2
Yo, Olga Hepnarová

Planos que comienzan largos, que se alejan todo lo posible del corte en un intento de mostrarnos lo tremendamente monótono y casi arcaico de la vida de Olga, una chica que sin ese tratamiento gramatical y sin el blanco y negro casi adormecido de la película conquistaría a cualquier público del mundo.

Pero no, el truco ha funcionado y muy pronto nos damos cuenta que algo dentro de Olga está roto y que, queramos o no, nos duela o no (y nos va a doler) veremos esta historia desde sus ojos. ¿Qué nos dicen sus ojos? ¿Qué nos susurra la fastidiada voz de Olga, de quien todo mundo abusa? ¿Qué canta es “ángel caído”, como ella misma se define, ante la crueldad del mundo? Precisamente eso, que el mundo está demasiado ocupado en sí mismo como para prestarle atención a aquellos que se han quedado sin alas y Olga, hay que aceptarlo de una vez, está perdiendo su mente a trozos.

Un suicidio fallido, una aventura sexo amorosa que como todas -porque así es la vida de Olga- terminará mal. Vivir duele y Olga se refugia en sí misma incapaz de comprender al mundo, desprovista de “poderes sobrehumanos para comprender a los humanos”.

La confusión la aborda pero el refugio en que se encuentra (a veces la cabaña campirada de su familia en donde incuba una rabia brutal, otras su propia mente que la obliga a mirarnos disimuladamente a través de la pantalla aunque sabemos que se mira a sí misma) desata demonios desconocidos ante los que el mundo es casi robótico. La familia de Olga se mueve y la trata como si ellos fueran maniquíes, como si fueran parte de una máquina que busca desesperadamente atrapar a Olga… Y la tragedia se transforma en deseo.

La muerte, la amante perfecta de los ángeles caídos, es la solución a la tormenta en la cabeza de Olga que desde esta historia casi minimalista (pero con un lenguaje cinematográfico lleno de solidez y estupendamente cimentado en sí mismo) es la muerte a través de las máquinas a la máquina en que el universo se ha transformado.

La carretera de muerte que busca Olga en esta película de cortes separados, de miradas enloquecidas pero que se internan en la ternunra, de close ups desconcertantes pero oportunos y sinceros (aquí nadie quiere vernos la cara), de pláticas crueles en una mezcla de sonido árida y pantanosa al mismo tiempo, será una lluvia de máquina contra máquina pero al mismo tiempo será la aceptación de la muerte propia y un canto de cisne a favor de los desprotegidos, de las vírgenes somnolientas, de los oprimidos en un mundo que busca ser normal cuando es obvio que lo anormal es lo natural.

Y la venganza de Olga es eso, una larga lista de pensamientos contradictorios (se trata además de un caso real) pero que no por ello están desprovistos de sentido. ¿No se hizo santa a una Juana de Arco por aseveraciones similares? ¿No busca ese discurso final de Olga -ante la setencia que le lanza un jurado estilo M (Alemania, 1931)- en un close up tan violento como amoroso del de la Juana de Carl Theodor Dryer? Por lo menos Petr Kazda y Tomás Weinreb corren ese riesgo, se lanzan a esa búsqueda.

Y en el remate el encuentro con la amante perfecta, ese encuadre que nos descubre a la última Olga suspendida como un ángel oscuro, que usa de telón a estos jueces-mendigos que lidiarion con una pregunta que derriba sus escalas morales: ¿sentenciar a muerte a quien quiere morir es válido?, ¿justo?, ¿ético?

La pregunta se mantiene porque en ese mismo encuadre queda en entredicho el papel de las ciencias psiquiátricas a partir de los reclamos de Olga: ¿curan al enfermo o curan a una sociedad que quiere curarse de los enfermos?

Una bomba en blanco y negro.

 

Película dos del día 2
Atl Tlachinolli
La desatención
Por Erick Estrada
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Cinegarage

La ciudad que surge del agua.

Su enamoramiento con el ajolote, mitad dios, mitad mito, mitad realidad, mitad curiosidad, mitad de mitades.

El juego del agua y del fuego.

Un lenguaje que de entrada parece optar por lo hipnótico, entre las aguas muertas de Xochimilco (hay una extraña fascinación de Alexander Hick con los plásticos y la basura chilanga) y las imágenes de una ciudad de cabeza, que a veces parece reflejada en las aguas del lago que ya no existe y otras una nave nodriza de ciencia ficción destructora de mundos.

Y todo cabe en la película porque se trata en realidad de una narración que se autopoetiza, que quiere vincular el mito del ajolote y su desparición de las aguas de Xochimilco con el infortuno que el país vive, con la pérdida de su misticismo que convierte a los ladrones en policías y a las ciudades en colchones de asfalto de indigentes. Pero más tarda Hick en apuntar a todos estos temas que en caer en su propio abismo de divagaciones y distracciones oscurantistas, que lo mismo se enamoran de un águila cazadora de pichones (y que no nos deja ni siquiera una reflexión sobre el mito mexica aunque se tratara de la jugada obvia) que de la fascinación científica por los ajolotes, que también se derrumba tan pronto la cámara en eterno fuera de foco se deja llevar por lluvias torrenciales que escuchamos pero no vemos y por la eterna necesidad de la ciudad post colonial, tema que pudo dar algo de sentido a este enjambre desarticulado de imágenes sin montaje.

La búsqueda del ajolote.

La búsqueda del agua que redima a la Ciudad de México.

El mito del Quetzalcóatl creador y su pavor al inframundo.

Diego Rivera.

Todo estaba a punto. Nada fue tomado en cuenta.

 

Película tres del día 2
Maquinaría Panamericana
El derrumbe de la oficina kitsch
Por Erick Estrada
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Cinegarage

Todo comienza como una comedia negra en la que una empresa a la que se le ha venido el tiempo encima pierde a su cabeza, fundador, señor de los pagos. Todo comienza con cantos de superación personal y teléfonos a los que nadie hace caso. Todo arranca con los montones de papel haciéndose evidentes en oficinas y pasillos como símbolo de la cabeza de los trabajadores de Maquinaria Panamericana que viven o sobreviven en la mecánica paranormal de perder el tiempo pensando que los demás harán el trabajo, cualquier cosa que el trabajo sea.

40 años sirviendo a un jefe.

La miscelanea cajonera que complemente un salario que seguramente es insuficiente.

El contador que busca lo imbuscable en busca de que nadie lo busque mientras busca. Y es que Maquinaria Panamericana toma como pretexto la desaparición de su jefe para convertirse poco a poco en un cuadro barroco que retrata naturalezas muertas, ya sean estas el cadáver del dueño de la empresa en una mesa de oficina que mira de frente al aeropuerto de la Ciudad o los archivos gigantescos y empolvados en donde algún niño que estaba en el lugar equivocado ha dibujado caballos rojos jugando con el papel carbón.

Encerrados, los trabajadores deciden convertir a su jefe en un Mío Cid para tratar de salvar su futuro, buscando que su pensión y su vida diaria se componga cuando el maná caiga del cielo en lugar de levantar las cosas ellos mismos. Con ese otro pretexto, entre ultra realista y absurdo (en la mejor ascepción del término) Joaquín del Paso toma todos los riesgos (unos terminan bien, otros no tanto) y se mueve atrevidamente (a veces tropezando, otras dando saltos cual gacela con patas nuevas) entre el Buñuel más rabioso y fastidioso (el encierro del Ángel exterminador es la referencia obvia) y el Alcoriza de radiografías sociales y de close ups sudorosos en una carrera igualmente panamericana. La ventaja es que Del Paso no busca directamente ni al uno ni al otro; usa endurecidamente las herramientas pero no dirige el misil ni a la alta burguesía mexicana ni a una clase popular que evidencia las fracturas de la nación. Del Paso se acomoda en una clase media en vías de extinción (quizá sus últimos miembros han decidido encerrarse en las oficinas de esta película) y la analiza con un filo venenoso pero lleno de verdades que los mismo nos regala desfogues carnavalescos de alcances lúdicos (esos mecánicos fabricando bebidas embriagantes con perfumes y gasolinas y esas máquinas pesadas perforando autos viejos y fabricando lumpen-jacuzzis a medio patio), que frases y actitudes agrias que convierten a este puñado de humanos reales y al mismo tiempo abarrocados para hacer funcionar la historia, en símbolo de un país que busca que no lo busquen, que culpa a otros de sus desgracias y que nunca responde los llamados o del teléfono o del destino, acolchonando sus desgracias en frases de superación personal y en laberintos burocráticos que a su vez son símbolo de su desorientación personal.

Maquinaria Panamericana, con sus aciertos y sus desaciertos por falta de solidez narrativa (que seguro llegará con el tiempo), dibuja en papel carbón a este país atorado en sí mismo, un país que se pregunta para qué sirven sus propias máquinas, con las que ha convivido toda la vida, que se cura las resacas embriagando mortalmente a los dueños de esos montones de papel empolvado y atascado de ratones y a los que una vez que ha asesinado cobardemente cubre con la bandera nacional como si se tratara de héroes, héroes sólo dentro de este cosmos caníbal, enmohecido, profundamente mexicano.

 

Película cuatro del día 2
El paso
Dureza y elegancia
Por Erick Estrada
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Cinegarage

Película revisada en el Festival Internacional de Cine de Morelia 2015 pero también proyectada en el Riviera Maya Film Festival 2016.

El tema se deposita de golpe al comienzo de este nuevo documental de Everardo González. Lo hace sólo para después dejar que las historias que se contarán a sí mismas se desenreden con violencia tácita, la de la memoria que cuenta una y otra vez por qué gente común y corriente se ha visto forzada a dejar su casa en México para pedir asilo político en Estados Unidos.

Las amenazas del narco, las ineficacias gubernamentales, la corrupción de un gobierno que prefiere a su gente más callada que protegida han provocado un éxodo ocultado por los medios y que ahora Everardo González con rigor extremo pero acercándose a un documental más “tradicional” que al que acostumbra, trae a la superficie con nombres y apellidos, pariendo historias que se nos terminaron pronto pero que aquí, en encuadres que parecen callados pero que en realidad no lo son, se extienden hasta el presente de incertidumbre en la que viven los casos registrados en El paso.

En el documental hay dureza y elegancia al mismo tiempo, sin las obviedades que manchan otras narraciones que buscan el shock antes que la reflexión, el gran regalo de El paso: al contarnos la historia de aquellos a quienes siguen contando la suya a un país que les ofrece lo que este les niega (¿son ellos la otra dolorosa migración?) nos hace conocerlos diciéndonos que debimos haberlo hecho en tiempo real, mientras su caso, hoy en las cortes de la nueva cultura fronteriza (la del narco, la del otro intercambio migratorio), se desarrollaba ante nuestros ojos.

El remate, así, sin deslumbrarnos en la superficie, sin señalarnos ni sentenciar nada, es igualmente duro y elegante. Estos hombres y mujeres que en El paso buscan escapar de una guerra que como todas nadie pedimos -la que se desarrolla con(tra) el narco- no pueden ser olvidados pues nunca los habíamos conocido.

Everardo González los trae hasta la pantalla del cine.

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