RMFF 2016 – 1. La noche inaugural

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RMFF 2016 1
Almodóvar para la inauguración
Cinegarage

Comenzó ya la quinta edición del Riviera Maya Film Festival, una de las propuestas de programación cinematográfica más sólidas con las que cuenta México y una lucha más que válida -y con resultados- para traer cine de calidad a una zona del país que normalmente se cuadra a los estrenos megacomerciales.

De paso, como lo hemos dicho en otras ediciones, programar más cine, distinto cine, cine diferente, dota de una calidad inigualable al tiempo libre de los habitantes de esta zona de la Península de Yucatán y, por supuesto, a los turistas que ante el movimiento que se detectó desde ayer por la tarde en la zona comercial y en los alrededores del Teatro de la Ciudad en donde se desarrolló la gala inaugural, comienzan ya a preguntar en dónde son las funciones del festival de cine.

Playa y cine de calidad, no hay mejor oferta para una zona turística (o no) que de repente puede ver cómo nuevas fronteras de la región se abren para competir: La Habana y Cuba en general.

La respuesta de Playa del Carmen, de Quintana Roo, de la Península de Yucatán, una respuesta que es además un as bajo la manga, es darle a esas playas un plus que ya cumple cinco años: un festival de cine con programación de primer nivel, con películas que al terminar llenan bares y restaurantes, con invitados que transportarán la benevolencia de este festival y de Quintana Roo a sus países de origen, un grupo de cineastas mexicanos que verán aquí exhibidas sus propuestas cerrando el círculo de la promoción cultural que a veces se pregona tanto sin resultados como los que ofrece el RMFF.

Esta semana, completa, los medios cinematográficos mexicanos hablarán casi exclusivamente del Riviera Maya Film Festival y eso es impagable.

¿La gala inaugural? Nada menos que la película más reciente de Pedro Almodóvar, apenas desempacada del Festival de Cannes y de su estreno en España. Les dejamos la crítica de Erick Estrada.

 

Julieta
Rojo y azul
Por Erick Estrada
Cinegarage

Azul y rojo.

En una película llena de transiciones, a veces necias, a veces tan sutiles que sorprenden, Pedro Almodóvar pinta de nuevo de azul y rojo a su personaje central: Julieta, una chica española que queriendo escapar de no sabemos qué, conoce en un tren al que será el amor de su vida, un Ulises real que trágicamente elige la aventura que le propone el mar en lugar de ver su vida realizada ante una chica que frente a él parece mágica.

Sin embargo, a Julieta todo y todos la orillan y al conocer la historia de su enamorado, al enterarnos de la desgracia que ha abordado a su madre, al ver con compasión el refugio casi frívolo (aunque nunca sabremos en verdad lo es) en que habita su padre, la vemos desfallecer, dejar un poco de sí en estas secuencias, en estos momentos que si bien son pintados con el tino almodovariano por excelencia, carecen de la fuerza y de la inspiración de otras mujeres abatidas por un mundo en el que los hombres suelen tener las de ganar.

No tendremos aquí el brío conmovedor de Volver (2006) y su casi romántico baño de sangre; no encontraremos aquí los cuestionamientos casi de thriller psicológico de Todo sobre mi madre (1999); no habrá tampoco un viaje estremecedor estilo Carne trémula (1997).

Lo que Almodóvar propone, sin embargo, es un arco bicolor en el que la Julieta de antes, la joven, vestida de azules y engreñada la melena, abre los ojos a un mundo de odiseas y de viajes: por eso conoce al amor de su vida en un tren, por eso tiene que desplazarse por todo el país para ver a su padre, por eso emprenderá un viaje todavía más largo en busca de su hija que, queriéndola pero sin poder negar el poder del destino, la abandona sin dejar ni querer dejar rastro.

No es común que Almodóvar castigue tanto a sus mujeres, que las despoje de hojas y capas para dejarlas desnudas, a media faena. Pero tampoco es común que las deje en el desamparo… A menos que esa sea la idea.

Julieta poco a poco, entre un flashback y un flashforward, cambia esos azules y esa greña de la Movida por rojos que saben a luto: se ha dado cuenta que la orillan, que poco a poco y paso a paso su deriva la lleva a donde no hay nadie, como perdida en la mar. Y sí, a media historia Julieta lleva ambos colores, a veces jugando con las ropas de su hija, el último refugio que le queda, pero cuando esa hija toma la misma decisión que los demás, Julieta se convierte en roja, en un fogón en busca de incendio.

Desgraciadamente el incendio nunca aparece, el nudo en la garganta de Volver ni siquiera asoma pues bicolor es también la propuesta almodovariana, penduleante sin objeto extra al de mover la maquinaria de este reloj de la desgracia a una anticlimática misión final, a un reencuentro que, lo sabemos porque Almodóvar nos lo ha dicho durante toda la película, de afortunado no tendrá nada.

Sabemos que Julieta seguirá sola. Sabemos que la orilla está lejos. Lo que no sabemos es para qué nos ha traido Almodóvar hasta acá.

Está el estilo. Nos hemos quedado con ganas de brío.

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