Un gran dinosaurio, crítica

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Un gran dinosaurio
La orfandad y Chaplin
Por Erick Estrada
Cinegarage

Dejemos de lado la extraña y ultraconservadora controversia que ataca ya a Un gran dinosaurio antes de verla. No nos interesa aquí que todo arranque de la suposición de que el famoso asteroide que desencadenó la extinción de los dinosaurios jamás haya impactado la Tierra y que coloca a la película más en el plano de la ciencia ficción que “justifica” no sólo que los mamíferos presentes en ella (humanos incluidos) estén menos desarrollados y los dinosaurios sean capaces de hablar y de vivir muy humanamente, sino de que todos ellos convivan de manera convencional (¿alguien habló de El planeta de los simios?).

Lo que nos debe llevar a las puertas de la película es todo aquello que es tradicional cada vez que nos encaramos con una película llegada de Pixar. En primer lugar, el desarrollo y perfeccionamiento de softwares y trabajo digital que en este caso alcanzan un nivel de brillantez nuevamente sorprendente.

El agua fue una de las primeras cosas que la animación digital se apropió. Prepárense para admirar el nivel que en Pixar han alcanzado en su desarrollo y retrato.

El cabello representó por años un desafío gigantesco a los animadores, tanto que Pixar retrasó la conclusión de Monsters Inc. hasta que no pudieran darle al pelaje de uno de sus personajes principales la naturalidad que ellos buscaban. Pues bien, aquí el pelo, las pieles y los ojos sorprenden por la cercanía a la “realidad real” en medio de la “realidad Pixar”.
Las multitudes que antes de que Pixar se empeñara en desarrollar su software se movían mecánicamente duplicando y repitiendo, copiapegando los movimiento de uno para emular el de cientos y que en Cars y Bugs fueron desarrolladas poderosamente, alcanzan tal nivel en Un gran dinosaurio que se convierten en parte emotiva de la narración.

En ese nivel, el toque realista perfeccionado al límite puede llegar a desconcertar a algunos. El choque entre escenarios muy pulidos para representar lo más realistamente posible a la naturaleza norteamericana, con personajes que a veces se acercan demasiado a la caricatura (los propios protagonistas de la historia lo son), puede resultar incómodo, difícil de empatar.

Ello, sin embargo, es un acierto. Caricaturizar, desnaturalizar el entorno en el que personajes tan poco probables se iban a mover (un dinosaurio que habla y un humano que gatea), pudo haber generado un mundo muy cercano al de la familia cavernícola viviendo en una ciudad de piedra que funciona como las nuestras. El entorno Ratatouille, con sus logros en el retrato realista de París y con su amplia investigación y desarrollo para representar a la comida, cumple el mismo cometido aunque en un nivel distinto, no tan ultra realista podríamos decir.

Del otro lado, como siempre, el complemento: el desarrollo de la historia a cargo de un equipo -eso sí- más numeroso de lo acostumbrado. Peter Sohn, Erik Benson, Meg LeFauve, Kelsey Mann y Bob Peterson arriesgan y a diferencia de muchos otros productos de Pixar que lo usan como herramienta, hacen del género de la comedia la razón de la película.

Un gran dinosaurio es una comedia abierta y franca que de repente se ve atrapada en una sucesión de gags inteligentes y brillantísimos sólo aceptados en el general porque ese general es una comedia total, con patiños y villanos que no solamente hacen referencia a otros personajes Disney (recuerden ustedes a los zopilotes en El libro de la selva y a las hienas en El rey León), sino que tienen toques desconcertantes cercanos a la locura (podemos bautizar aquí a algunos como pterodáctilos milenaristas) que los hacen al mismo tiempo temibles e inofensivos.

En esa comedia, sobre todo, aparecen guiños -probablemente involuntarios pero muy cercanos- al mejor Chaplin, al de la Quimera del oro y sobre todo al de El chico: comedia slapstick, física y arrolladora en la que el tema de la fraternidad y la humanidad se desenvuelven en un segundo plano de peso importante y que sólo sale a flote en el momento indicado.

Ese timing, ese toque físico en la comedia de Un gran dinosaurio, esas enormes secuencias que se valen del cine silente (prácticamente los últimos 10 minutos de la película transcurren sin palabras, como sin palabras comenzaba WALL*E y posterioremente lo hizo Up), unidas a una historia fraterna e incluyente en la que -de manera intrigante pero coherente- las familias que se nos muestran están todas fraccionadas (la sanguinaria compuesta por T-Rexes es la favorita), el tema de la orfandad y el mensaje de la aceptación del miedo (no de su dominio, algo que nos habría llevado a tierras mucho menos luminosas), remiten de nuevo al Chaplin más pulido y nos alejan poco a poco de la menos elaborada fábula de “El pato feo” que es de donde esta historia adquiere su planteamiento.

En esa fuerza, en la de la comedia que nos habla y no la que busca la risotada en el acto reflejo, es donde Un gran dinosaurio encuentra la médula de su discurso y si bien no se trata de un nuevo clásico, a manera de transición tecnológica y de riesgo al entrar de manera definitiva y clara a la comedia, estamos ante un punto de inflexión en la historia misma de Pixar. Que los cielos y las nubes que vemos en esta nueva propuesta, que sus movimientos y texturas que engañan al ojo y apoyan estupendamente el discurso sean parte de ese vaticinio porque, de nuevo, en esas nubes y en esos cielos está otra vez lo que nos ha maravillado siempre desde estos estudios de animación: ellos son al mismo tiempo resultado de la última tecnología para animación y parte importante de la historia. En ellos está el cierre de la gigantesca metáfora que es Un gran dinosaurio.

Un gran dinosaurio
(The Good Dinosaur, EUA, 2015)
Dirige: Peter Sohn
Voces: Judy Greer, Neil Patrick Harris, Bill Hader, Frances McDormand
Guión: Enrico Casarosa, Bob Peterson
Música: Mychael Dana
Duración: 100 min.

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