Mad Max: furia en el camino, crítica. Película de la semana

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Mad Max: furia en el camino
La amenza mecánica en la era digital
Por Erick Estrada
Cinegarage

Sumergido en su locura. George Miller presenta a un hombre sumergido en su locura que a su vez se ha convertido en el símbolo de un mundo contaminado, militarizado, atrapado en las religiones falsas que ahora, después del apocalipsis y en cabalgata de gasolinas en vías de extinción, se han mezclado todas para dejar más claro en medio de estos desiertos eternos que antes eran mares que todos los dioses eran falsos por la simple razón de que todos eran ciertos.

En un golpe de timón George Miller atrapa todo el mundo pasado de Max; Max el furioso; Max el loco que se ahoga; Max el antihéroe que trae en sus espaldas los rostros polvosos de todos aquellos a los que no pudo rescatar, para dejarlo aterrizar en la segunda década de nuestro siglo XXI, tan parecido al mundo que esculpe Miller en estos desiertos rojos que es indudable que sabe de qué va la ciencia ficción y para qué sirve: nos hablará a la cara todo el tiempo y estos personajes -sus personajes- somos nosotros sin maquillaje bélico.

Ese golpe de timón es la primera secuencia de Furia en el camino que se convierte en una cápsula del tiempo en la que pasamos de las guerras por la gasolina que ataparon la imaginación retrofuturista del Guerrero de la carretera (Australia, 1981) a la revaloración de la sangre pura (de alto octanaje, se nos hace saber, para comenzar las muchas referencias al Ballard más bizarro), sin contaminar, como si de una debacle zombi se tratara, a la glorificación de la locura (“El sueño de la razón produce monstruos”) y después a la guerra por el agua, tan presente en nuestros tiempos (ese lance a una empresa que ha privatizado al agua como “AguaCola” para poder venderla) y tan ignorada a pesar de la necesarísima reconciliación con la madre Tierra.

Ahí la guerra de este mundo en que Max vomita su locura y su desilusión se transforma en una guerra por la supervivencia en esos paisajes postapocalípticos delirantes y rabiosos.

Todo lo que vemos lo vemos desde la óptica de Max, que de nuevo se presenta como un eterno observador y Miller lo comunica a través de la imagen, en una película de diálogos fugaces pero con una puntería que hiela la sangre, frases que dan sólo las pistas necesarias para que comprendamos que lo que la pantalla despliega en colores que explotan (a diferencia de otras aventuras sci-fi que deslavan y emparejan los matices para comunicar desolación), es apenas la superficie de una compleja sociedad que se ha mordido la cola tras la explosión nuclear: y esa sociedad es la nuestra.

Movimientos mecanizados en una cámara acelerada que monstruorizan las persecusiones, que machetean una simple marometa; montaje ultra veloz (también de alto octanaje) que descompone movimientos que duran segundos en ocho, nueve, diez imágenes distintas que comunican, que nos hablan, que narran esta desoladora carrera de escape, este road movie que usa delirio mental como gasolina.

Miller deconstruye todos los miedos contemporáneos y nos los presenta de nuevo en una orgía coreografiada real, palpable, tangible. Palpable y tangible porque esos miedos son los nuestros, los de hoy. Palpable y tangible porque prescidiendo al máximo de las imágenes generadas por computadora, de la pantalla verde y de la animación digital, usó dobles, extras, construyó armatostes devoradores de hombres para potenciar esa orgía de arena y pólvora (también reales). Se atrevió (y consiguió), elaborar una película de acción en plena era digital en la que el principal miedo de quien ve y de quien interpreta es ser devorado por mecanismos poderosos y reales, engrasados y vivos como si los mamuts huiesen resucitado.

Ahí está uno de los enormes puntos a favor de este retrato cubisurrealista de nuestros días, en donde vemos y reconocemos perfiles y frentes al mismo tiempo, todo mezclado en religiones que apelan al Valhalla pero que piden la inmolación de los humanos como cualquier religión tradicional radicalizada. Sacrificio y paraíso pagano gobiernan la ciudadela de la que escapa una mujer que se transformará al final del recorrido (Charlize Theron poderosísima), igual que Max que, sin embargo, permanecerá hundido en una multitud de locuras indescriptibles. Miller parece decir que la historia de Max es sólo una de miles y ahí -a pesar de los tragos de adrenalina y emoción que la película regala con dosis maquiavélicas- ahí está la desesperanza.

Max ve cómo las religiones y su parafernalia se han mezclado con el rock y su extravagancia, con su frugalidad y simbolismo. “¡Me miró! ¡Me miró a los ojos!” dicen los creyentes ante la imagen mosntruosa y endiosada de Immortan Joe que en el nombre lleva la penitencia, y que viaja a las guerras que se inventa con un aparato digno de una Papa y de una mega estrella del rock al mismo tiempo.

Y abajo, en un mundo lleno de radiaciones sólo lo mecánico sobrevive: de ahí los autos y la lógica del tuneo extremo, de la reverencia al combustible y el poder de la máquina. Lo digital ha muerto para que los humanos -mecánicos a final de cuentas- sumen también todo eso a la religión que los mantiene ocupados: la sangre limpia es “de alto octanaje” y se comercia como si fuese combustible, el steam punk es rey y esas máquinas se integran a los sobrevivientes no al estilo cyborg, sino al estilo que Ballard describió elegantemente en “Crash” para que después Cronenberg lo transportara al cine insertando erotismo en el asunto (Crash, Canadá-Reino Unido, 1996). Aquí no, pero sí: el cromo es belleza y los guerreros se maquillan de cromo las mandíbulas como un auto de poder saliendo del taller; la fugitiva (Theron) sabe que enfrentará sola a lo que resta del mundo y su cara de guerra está maquillada con grasa de motor para lograr conectar con las últimas amazonas, expertas en supervivencia y en mecánica.

Miller no deja descansar y solamente marca giros: lo nocturno de este nuevo Max, la búsqueda de una “zona verde” que nos hace pasar nieblas, neblinas y una tormenta de arena tan posible como futurista. ¿Seguimos en el planeta Tierra?

Tras nuestra guerrera Furiosa (Theron sin un brazo) un mundo hiper masculino que se ve ridículamente grotesco por la sencilla razón de que el mundo hiper masculino en el que vivimos actualmente es ridículamente grotesco. En la contraparte incluso los motores de las amazonas que buscan al “color verde” tienen mejor lógica, son menos dinosáuricas y ahí está el último golpe maestro de Miller.

Después de mostrar su dominio del montaje de acción (esa fragmentación de giros, de choques, ese ritmo dentro del encuadre y no en el choque de los encuadres) Miller lanza la señal de una salida necesaria ahora y seguramente en el futuro: el alto octanaje, la velocidad, el poder y el músculo nos han llevado a pelear con la madre Tierra, con el lado femenino, nos han hecho asesinar a madres antes de serlo y el regreso a ella, a esa placenta comunal, es ahora más que necesaria un último recurso.

Todo a 200 kilómetros por hora y todo con un dominio del encuadre que hoy pocos conocen y muchos menos lo ejercitan. Todo con gente real, planos reales que construyen acción en segundo plano, obligando al ojo a vigilarlo como si nos encontráramos ahí, en esos desiertos eternos que antes eran mares.

Eso es Mad Max: furia en el camino.

Mad Max: Fury Road
(Australia, 2015)
Dirige: George Miller
Actúan: Tom Hardy, Charlize Theron, Rosie Huntington-Whiteley, Nicholas Hoult
Guión: Nick Lathouris, Brendan McCarthy, George Miller
Fotografía: John Seale
Duración: 120 min.

Comments (4)

  1. Yo no estoy de acuerdo con lo aqui reflejado, pienso sinceramente que hay muchos elementos que no han podido ser tenidos en cuenta. Pero valoro mucho vuestra exposicion, es un buena web.
    Saludos

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  2. Conciente de lo lineal de los acontecimientos, los cabos sueltos y que la pelicula podría ser catalogada como mala, fue una pelicula que disfrute bastante. La poca informacion que se nos da para saber el mundo en el que se encuentran es suficiente y mas hubiera sido incecesario. Casi al empezar la pelicula empieza una eterna persecición inyectada con esteroides en la que ni los perseguidores ni las fugitivas estan dispuestas a seder.
    Me preguntaba por que en el poster de la pelicula aparecia Charlize Theron adelante y mas clara que mad max. me dí cuenta que ella es en realidad el personaje principal en este pelicula.

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  3. Creo que la película vale mucho la pena, yo la calificaría con un bien merecido 9, ya que mas que un remake u homenaje, George Miller recrea muy bien ese mundo apocalíptico de su obra maestra “Mad Max -The Road Warrior” (Australia, 1982), como bien escribe Erik Estrada con toda esa locura y obsesión por la gasolina; aunque Tom Hardy hace una buena/correcta actuación (a su estilo, sin copiar al original de Mel Gibson) es Charlize Theron quien mas sobresale por su bien fundamentado papel. Quizá para mi gusto le falto desarrollar un poco mas el origen de Mad Max, porque esos flashbacks fueron insuficientes, aunque la cinta esta pensada y realizada para los verdaderos fans de la trilogía, “Mad Max – Fury Road” destaca como una de las mejores producciones de este año. El regreso de uno de los mejores antihéroes de la cinematografía mundial y con la buena noticia de que se confirmaron mas cintas (2 al menos para formar otra trilogía), en hora buena a Miller por darnos al menos con toques digitales, su personal visión sobre un mas que posible y verosímil futuro inmediato, cercano, devastador en la naturaleza violenta del ser humano.

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  4. Tengo una apreciación diferente sobre la película. Me parece más bien un relato de un universo paralelo a la serie de Mad Max sobre Max es poco importante, muy poco.

    Acá le pueden echar un ojo: cinemaventana.blogspot.mx

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