Las vueltas del destino, crítica. Película de la semana.

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Las vueltas del destino
El dolor, el dolor
Por Erick Estrada
Cinegarage

Estamos a punto de observar a una mujer de la oscuridad. La oscuridad de su edad, de su enfermedad, de un cáncer que le quema la boca, un oscuro hueco del que como el fuego que la consume hay verdades que necesita dejar salir. Una cura metafórica que provocará que los demás la vean enferma pero que a ella la sanará en su desluz, una que necesita permanentemente para anidar la migraña que nubla su conciente. El inconciente que empuja hacia afuera, que saca el dolor provocando dolor.

Su compañero de toda la vida muere una noche y alrededor de esta mujer se reúnen sus hijas. Todos se sientan a la mesa en la cena del funeral. La ceremonia está a punto de comenzar y el fuego gris que vive en la boca de la mujer de la oscuridad crece y la convierte en un dragón. La cámara registra sus movimientos fieros, su mirada asalvajada, sus pupilas dilatas.

La mujer se llama Violet Weston y es interpretada con fuerza dragoniana (ya lo había dicho) por Meryl Streep quien, con un par de pinceladas escapa de un encuadre casi vacío para aparecer transformada y, mejor aún, transformarse de escena en escena. Violet es una pálida mujer consumida por el trabajo, por la vida, por una historia que la ha obligado a callar cosas que deberían haberse dicho. Es también la imagen de una época distinta a la nuestra, en la que la verdad incomodaba como siempre, pero era valorada antes que la mentira blanca que disfraza a la hipocresía.

¿Querer decir la verdad es una enfermedad? Visto desde fuera, desde un mundo al que le duelen las verdades y las miradas a los ojos, sí. Es una enfermedad y tiene nombre. Pero para Violet el mundo gira al revés: callar lo que debe decirse, hacerse de cargas inútiles en la vida la han llevado a ese estado. Su cáncer es una figura retótica de ello y prácticamente está obligada a esculpir la verdad enfrente de una familia que, parece (casi nos empujan a descubrirlo), se ha ocultado más de lo que se ha dicho.

Ese volcán naciente, esa farmacia ambulante en que Violet es convertida por millares de pastillas, es el centro de atención en esa cena funeraria y ahí, sin aviso, los encuadres de Adrian Goldman dibujan primero el contraste entre luz y oscuridad, lucidez y locura de esta mujer atormentada por el dolor, para después trazar las arrugas de su rostro y los colmillos de su fiereza, con su rostro entrando de repente a la pantalla, como un aguijón armado y poderoso.

Con aquello que todos en esa familia -quizá no tan atípica- quieren callar pero con las verdades dolorosas atragantando la enferma garganta de Violet, la cena se convierte de repente en un festín de vampiros, en sonrisas que se ven malévolas y rostros casi demoniacos ante la inocencia combativa de la mujer más joven de la familia y la directa y casi cínica mueca de Violeta que reina desde la cabecera de la mesa.

“Me atraganté con un trozo de miedo” ladra uno de los hombres con crudeza y todo lo que John Wells tardó en acomodar sus instrumentos de cirugía de alto riesgo se acelera ante nosotros: Las vueltas del destino es una disección del dolor, del dolor de quedarse solo, de seguir acompañado, el dolor de que nada nunca sale como se desea, el dolor de seguir vivo cuando se sabe que se va a morir, el dolor inherente al ser humano que un mundo empeñado en su propio beneficio quiere ahogar y olvidar.

El dolor es parte de nosotros, la verdad también, pero en una sociedad ultra compulsiva como la que nos gobierna hemos aprendido a negar el dolor y ensalzar la felicidad, a adorar la comodidad y a rechazar todo lo que atente contra ella, comenzando con las grandes verdades.

August: Osage County, nombre real de la película, describe el entorno, el oeste americano de llanuras plácidas atacado por un inegable Sol de agosto en pleno verano. La incomodidad del sudor, de aquello que sale del cuerpo sin que realmente lo queramos; la luz cegadora que nos hace fruncir el ceño y que impide que las imperfecciones se oculten; la doradísima luz que efrenta a la oscuridad de Violet; la casa negra en que todos se reunen para un bautizo de dolor verdadero y de verdades dolorosas. Una transportación dramática e intensa de la obra de teatro de Tracy Letts que aquí, gracias a los rostros cambiantes de Meryl Streep ante la siempre en transformación mente de Violet, gana en planos y en secuencias rabiosas y veloces, siempre tras la estela de Streep que, de nuevo, encarna lo que se le antoja, en este caso, el infierno de familias atadas con alfileres pero que se sienten esclavas de sí mismas, que se mienten antes de decirse la verdad. La agonía de descubrir que la siempre perfecta madre es en realidad una dama de la negrura.

El dolor es parte del ser humano y Las vueltas del destino es dolorosa, salvaje, porque es a la vez el espíritu de una mujer que finalmente acepta su violencia y su dolor y que ante la aparente (in)felicidad (escondida) del resto de su familia, se siente más viva que ellos, aún con ese cáncer que le quema la boca, que la hace escupir fuego purificador, que la hace verse ante su prole como un ser enfermo.

El dolor es parte del ser humano.

Las vueltas del destino
(August: Osage County, EUA, 2013)
Dirige: John Wells
Actúan: Meryl Streep, Julia Roberts, Chris Cooper, Ewan McGregor
Guión: Tracy Letts
Fotografía: Adriano Goldman
Duración: 121 min.

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