El lobo de Wall Street, crítica. Película de la semana

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El lobo de Wall Street
La otra mafia
Por Erick Estrada
Cinegarage

“Hide in the hiding place where no one ever goes.
Put it in your pantry with your cupcakes.
It’s a little secret just the Robinsons’ affair.
Most of all you’ve got to hide it from the kids.”
Mrs. Robinson
Simon & Garfunkel

Acérquense. Éste es Martin Scorsese. Acérquense y contemplen lo profundamente americano de este hombre y lo alegremente universal de su obra. Acérquense y tomen un bocado del festín que ha puesto en la mesa un lobo voraz pero impertinente, El lobo de Wall Street.

Mucho más compleja de lo que parece (quien venga buscando lecciones financieras saldrá con un palmo de narices) El lobo de Wall Street está armada de tres piezas fundamentales.

Cine puro, las palabras de profeta Scorsese (Gustavo García habría amado la película) comienzan como toda historia que se precie: cimentando y pavimentando. La primera de las tres horas que Scorsese se toma para dibujar el alma de un ser despreciable por donde se le enfoque, está dedicada a ello y en sí misma podría considerarse una película. Un ametrallamiento de ires y venires, flash forwards y regresos a un presente nebuloso y harto de cocaína (el ritmo es casi descabellado, la intensidad a punto de desbordarse) en que conocemos las pequeñas y casi insignificantes motivaciones de este hombre-sueño-americano que se inspiró en Gordon Gekko para alcanzar su cima, la cima que los Estados Unidos prometieron a todo mundo en el final de la modernidad: los años ochenta.

La proeza de esa primera hora es la de dibujar con tanta precisión -y con tantas referencias a la cultura pop americana- el marco para este hombre -a veces predicador, a veces William Wallace embrutecido en testosterona- además de dejar claro que esto no es ni una apología de la avaricia ni una materialización del Sueño Americano que la justificaba. Se trata de una confesión. Este hombre ha pecado incluso ante sí mismo (las advertencias de su padre y el pago de las consecuencias de sus actos no son premonitorias sino anticipadas) y en la última acción honesta que le queda, la confesión, convierte a la cámara en confesionario y a nosotros en confesores: habla directo a ella y, en consecuencia, se refiere a nosotros.

“Joven, hambriento y estúpido”, los tres jinetes de este apocalipsis personal se hacen presentes en el montaje (de la narración, del personaje) que, tras una hora, deja ver su esqueleto: es un magnífico flashback en el que queda claro también que ésta hiena hambrienta que se ve a sí misma como lobo sólo pudo haberse materializado en esos Estados Unidos donde todo estaba permitido, en donde la incorrección política explotaba como fuegos artificiales al final de una Serie Mundial, en el que las drogas definían épocas y marcaban el camino y en donde Wall Street más que una sucursal del paraíso era una copia barata de las orgías romanas de Nerones y Calígulas. Antes del colpaso, el festín de la última noche.

 

Centrándose siempre en la experiencia personal de Jordan Belfort (el lobo), tras ese gran flashback, Scorsese inicia la segunda hora de la narración transformando la forma. A partir de aquí todo será hacia adelante, sin juegos de tiempo. La película camina desde ahí en línea recta dándonos respiros con metáforas tan reales que no parecen metáforas, un nuevo instrumento visual para la cinta. Con ellas engaña -de tomarlas como situaciones reales sabrían a ridículo- pero al mismo tiempo alecciona y en un visionario despliegue visual de Rodrigo Prieto (el cinefotgrafo mexicano) que captura todo con pericia suicida, impulsan la anécdota ahorrándose tiempo e inyectando con ellas un humor tan negro y violento que tampoco parece humor: las mujeres envueltas en dinero, las montañas de cocaína, los ejecutivos de cuenta que salivan como caníbales en slow motion revelador, el avión en llamas a través de la ventana del yate ya desproporcionado de Belfort, la cámara que flota en esas orgías gigantescas, el coito sobre montañas de dinero.

Es la entrada de su personaje a la batalla, a la búsqueda de la meta final. Montaje y más montaje. Juegos visuales en los que Scorsese refuerza sus referencias a otras películas, a personajes emblemáticos, a frases y discursos, a motivaciones de la época, a esa Norteamérica que marcó el futuro del mundo entero.

De ahi que los discursos de Belfort se parezcan a los de William Wallace pero arrojen a sus huestes a batallas más parecidas a las de Conan el bárbaro (EUA, 1982). Son discursos de guerra lanzados a ejércitos hambrientos de sí mismos, sin ética, sin otra motivación que no sea su propio presente. Es la otra mafia, la de cuello blanco, la que no tiene códigos ni reglas internas sino instructivos mecánicos, pero retratada por el genio que conoce tan bien a la mafia italiana, la de los trajes impecables y códigos estrictos. Que no extrañe entonces lo familiar que resulta desde el comienzo Buenos muchachos (EUA, 1990) y sus auto referencias, pero lo distante que suena todo ante las desproporcines capitapocalípticas de El lobo de Wall Street. Belfort lanza una y otra vez a sus grises ejércitos de encorbatados a una guerra no sólo suicida sino sin trofeos a la vista. Quizá sabemos ahora quién debió haber filmado American Psycho (EUA, 2000) o mejor aún, quién lo acaba de hacer sin que nadie se diera cuenta.

 

El final es el choque frontal de ese emperador motivacional de ejércitos finacieros con su propia realidad, el bajón de las drogas, la resaca que convierte un Ferrari conducido a 10 km/h en un paseo mortal con quaaludes invadiendo cada circunvolución en el cerebro. Es también el plan maestro de la mafia descubierto finalmente. Si en el cine negro (incluídas las aportaciones de Scorsese) el desenmascaramiento del plan se transforma casi siempre en una golpiza entre cabecillas, en El lobo de Wall Street el guante (blanco) da la vuelta y la secuencia de dos hombres embrutecidos de sí mismos (y de quaaludes) toma su lugar, una pelea de drogas y desesperación, de cerebros convertidos en rings de box donde se golpean la extraña lucidez de que todo se va a la mierda y el sopor de la droga escapando del sótano, tomando cada célula del cuerpo; la certeza redundante de que nunca hubo futuro en un mundo que glorificaba el presente. Aquí no hay muerte de Sonny Corleone, sino un despliegue dramático y casi paralizado a manos de DiCaprio y Jonah Hill redondeado por una tragicómica metáfora (el Popeye de la tele que aparece casi como redentor motivacional) que anuncia la entrada al tercer acto.

La debacle.

La pérdida de la inocencia.

El general de discursos sangrientos ha caído y se ha transformado en un predicador religioso. El músculo se ha desvanecido, pero Scorsese no se permite un sólo momento de descanso. Ante la caída de la máscara, después de haber mordido el anzuelo, la confesión del principio se detalla con los encuadres de Scorsese y Prieto, algo menos extravagantes pero no menos intensos (ese en el que DiCaprio ve desde la cima de sus escaleras a los investigadores que vienen a visitarlo, es tan noir como de Wall Street).

Privado de las drogas, del dinero, de todo lo que habitaba dentro de su castillo de naipes, Belfort baja la guardia y Scorsese multiplica las referencias pop. El fiscal es el útimo héroe americano (porque también están contando la historia de la América de esos años) como héroe americano fue Joe Di Maggio (que detonó tantos fuegos artificiales en tantas Series Mundiales): la integridad como última canoa frente al diluvio.

El remate entonces no es gratuito. Suena “Mrs. Robinson” con Lemonheads (parte de una extensa banda sonora con sus altas y ss bajas) y el círculo se cierra. Es la canción de una época (recordemos que es la que adorna la pérdida de la candidez de Ben Braddock frente a la señora Robinson), la que evoca a los héroes ya casi inexistentes (el propio DiMaggio convertido en figura a imitar) y la que entona también el derrumbre de un sueño americano ante el cambio de época, la de los secretos descubiertos, como descubierta ha quedado una época que seguimos pagando (esos ochenta de la codicia protegida), los personajes que la “adornaron” (Belfort uno de los peores) y los procesos que la hicieron posible. Los procesos de las mafias de cuello blanco.

Gracias Scorsese.

El lobo de Wall Street
(The Wolf of Wall Street, EUA, 2013)
Dirige: Martin Scorsese
Actúan: Leonardo Di Caprio, Jon Favreau, Spike Jonze, Rob Reiner
Guión: Terence Winter
Fotografía: Rodrigo Prieto
Duración: 165 min.

Comments (9)

  1. A mi me encantó la película! Me parece que es necesario salirse de la zona de confort para poder acceder a las múltiples reflexiones que la película propone. Sí, hay drogas, lujuría y excesos pero también es el retrato del comienzo de una sociedad en donde ya no hay reglas, no hay límites, no hay honor. Una sociedad en la que las amistades varían conforme varía la cuenta bancaria. No hay amores verdaderos, no hay padres preocupados por sus hijos, no existe ese ganarse el pan de forma honrada.

    Lo que más me gustó fue confrontar esa creencia de que el que la hace la paga o que todos tienen su merecido. La película propone que quizá esto no sea cierto, que quizá es una fantasía que nos permite tener esperanza a aquellos que seguimos queriendo una sociedad con valores, con futuro. Pero Scorsese nos expone que esto no es verdad: El lobo conquistó, engañó, robó, lastimó y no dejó de tener lo que quería, al final sale triunfante, incluso hasta recupera un lugar honorable en la sociedad. ¿Cómo puede pasar esto? ¿Cómo alguien tan corrupto, sin ética, sin moral y sin ningún buen principio puede salir airoso de esa situación? ¿Dónde queda esa esperanza de que el malo muere al final?

    Scorsese nos la arrebata para que nos sigamos preguntando sobre la vida y sobre el mundo que estamos construyendo…. Y para muestra un ejemplo mexicano: gloria trevi, que hasta conciertos sigue dando pffff

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  2. Excelente pelicula. Pareceria excesivo 3 horas, pero se van rapidisimas por lo bien hecho de la pelicula (creo que es lo que le falto a gravity, un poco mas de guion y nada mas, perdera el oscar por eso, pero Cuaron ganara como director), la narrativa por el protagonista es llevada a un ritmo adecuado para el espectador, simplemente excelsa pelicula, Aunque como tal, creo que aún “Captain Phillips” lleva la delantera rumbo al Oscar. Me falta ver 12 years of slave y her, solamente esas dos, y creo que ganara Captain Phillips.

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  3. Sin duda es un film de proporciones gigantescas que no me sorprenderá cuando se una al club del cine de culto. Aun asi, he de confesar que no me gustó tanto como quizá debería.

    Martinito se luce a propósito con su lobo, ya que regresa al cine que más le gusta: ese de los buenos muchachos y del aviador.

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    Es normal que en cinegarage no pueda ver el post que acabo de enviar? me pasa siempre.

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