Gloria, crítica

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Gloria
La revolución espiritual
Por Erick Estrada
Cinegarage

No tenemos que saber nada del pasado de Gloria para entrar a su historia, la que Sebastián Lelio decide contar a partir de un pequeño encuentro en un club nocturno. Buscando algo de diversión, una mujer madura pasea los ojos por la pista de baile, escucha el rozar de las suelas de los zapatos, sonríe y así, desenfadadamente, de manera muy libre, Lelio entra a los pequeños detalles de la mujer. Es guapa, está viva: se siente viva.

La exploración que a partir de ahí hacemos de ella es completamente seductora. Gloria se deja consentir, se deja conquistar mientras nos conquista a nosotros con poquísimas palabras. Todo es obra del ritmo pausado, del casi silencio en que Lelio desarrolla sus secuencias (probablemente improvisadas en cuestión de diálogo en un ejercicio de realismo y veracidad que no le cae nada mal a la película). Sumadas todas las partes los conquistados por el personaje somos nosotros no solamente por los encantos naturales de lo que a leguas se ve es un espíritu libre, sino porque a pesar de lo que otros cines nos dicen que debe ocurrir, el hecho de que una mujer madura, soltera y guapa busque diversión e incluso encuentros de una sola noche, no genera en ella ningún conflicto.

Pareciera, de verdad, que Lelio nos pregunta en esos momentos reflexivos de Gloria si está mal que alguien de su edad haga lo que hace. La respuesta, viendo que lo único que hace Gloria es estar viva, es simplemente no.

¿Cuántas veces hemos explorado con tanto agrado una película que casi a la mitad de su narración no presenta ningún “conflcto” tradicional? La verdad es que muy pocas, y Gloria lo consigue.

Cuando finalmente el conflicto aparece, tan natural como el resto de la narración, cuando el tono de drama se ha mezclado en buena fórmula con la comedia seca, la Gloria de Lelio se fortalece con actos sutiles, ligeros, pero directos, sin ambigüedades. Es ahí cuando la piedra cae en el lago, cuando la sirena suena y vemos que esta mujer, en medio de su efímera felicidad (como es la felicidad en realidad), es un discurso en sí misma, una apelación en contra de la maldición actual hacia lo viejo y la muy superficial glorificación de la juventud.

En su película Lelio ni siquiera se toma la molestia de responder directamente contra esa postura. De manera simple y fugaz, deja ver que la experiencia debe generar fortaleza, la misma que desaparece cuando la juventud se va. Así, el sexo por despecho, las noches desenfrenadas, las venganzas de pareja, no son exclusivas de amoríos de juventud pero tampoco están vetadas para los mayores. Gloria lo deja claro con sus actos y en ellos desata una pequeña revolución.

Claro, la respuesta de una sociedad -atrapada en pensamientos más conservadores de lo que parecen- la rechaza (y en esto cabe también quien ve la película) e inevitablemente Gloria pierde acompañantes en su viaje.

Sin temer a la “soledad”, Lelio deja a Gloria como nos la presentó la primera vez: rodeada de gente ajena y en medio de una canción. Su pequeña revolución la devuelve a lo que parece el mismo punto de partida, solo que ni ella ni nosotros somos los mismos.

El discurso es sutil, a veces demasiado y el tono mencionado permanece hasta el final endulzando un poco el remate, a veces demasiado. Sin embargo, una nota festiva con personajes que otros cines desprecian y usan para burlarse de ellos, nunca cae mal y menos si en medio tenemos una gran actuación como la de Paulina García.

Gloria
(Chile-España, 2013)
Dirige: Sebastián Lelio
Actúan: Paulina García, Sergio Hernández, Diego Fontecilla, Fabiola Zamora
Guión: Sebastián Lelio, Gonzalo Maza
Fotografía: Benjamín Echazarreta
Duración: 110 min.

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