El cine mexicano en 2013, una reflexión

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El presente texto fue publicado originalmente el 27 de noviembre en el preiódico quincenal FRENTE a manera de reflexión y aplauso por los logros conseguidos por el cine mexicano dentro y fuera de su país. Lo reproducimos aquí para que la reflexión continúe y a manera de breve evaluación del cine mexicano en 2013, sin duda uno de los mejores de este siglo.

 

El cine mexicano
Una reflexión
Por Erick Estrada

Hace un año el Festival Internacional de Cine de Morelia presentaba como una de sus películas estelares Post Tenebras Lux de Carlos Reygadas (sin duda uno de los directores más importantes en el panorama del cine mexicano), una obra que si bien los seguidores del director esperaban con ansia y que fue bien recibida dentro del festival, el público masivo mexicano -aquél que debió haberla visto y juzgado- dejó pasar sin mayores comentarios.

En el mismo periodo de tiempo la cartelera mexicana ha recibido dos fenómenos que no se deberían ignorar. Dos películas mexicanas que nadie esperaba se estrenaron y se convirtieron en éxitos históricos de taquilla. Ambas son óperas primas y las dos se presentan en tono de comedia familiar. Nosotros los nobles (de Gary Alazraki) y No se aceptan devoluciones (de Eugenio Derbez) encabezan ahora la lista de las películas mexicanas más vistas por su público.

Los dos polos de este fenómeno tienen aciertos y errores. En ambos la calidad y la cercanía con el público pelean con la postura que cada una toma con respecto a él y con deficiencias que van de lo grave a lo inocente. Ante ello, una de las preguntas que surgen no es nueva pero ha saltado a las mesas después de haber permanecido algo escondida en la oscuridad: ¿se puede hacer cine de calidad internacional en México y al mismo tiempo provocar que su gente vaya a verlo y lo discuta?

Parte de esa respuesta apareció este año en el mismo Festival Internacional de Cine de Morelia en el que la Selección Oficial presentó por lo menos cinco películas que, independientemente de los premios recibidos en el extranjero, podrían marcar ya el rumbo para que calidad y cantidad (de público) coincidan en las salas de cine mexicanas.

Después de las funciones de Los insólitos peces gato, La vida después, Las horas muertas, Club Sándwich, Workers y La jaula de oro, los comentarios de la prensa arrojada declaraban inaugurada una nueva Época de Oro del cine mexicano. Ello, por supuesto, resulta más que aventurado. Sin embargo sí existe un sentimiento de “felicidad de espectador” ante el hecho de poder reconocer puntos de vista distintos alrededor de temas que nos importan, que deben discutirse. Es decir, el cine parece hablarle nuevamente a su público y lo hace de frente, sin rebuscarse demasiado y sin pretender alcanzar sólo al público “inteligente”.

Cuando una propuesta cinematográfica (en este caso la mexicana) puede discutir el tema de las familias rotas, de la búsqueda de identidad en las nuevas generaciones, de las soledades de sus habitantes en un país que muchas veces se siente desmembrado, de las asperezas que pueden ser limadas, en pocas palabras de cómo se ha transformado el paisaje desde la perspectiva de la gente común, y lo hace todo desde varios puntos de vista y con elementos completamente reconocibles, el horizonte deja ver de manera rotunda una madurez y un músculo que se echa de menos desde hace por lo menos 10 años.

Esos temas y esos personajes cruzan de igual manera por las películas de Fernando Eimbcke, Claudia Sainte-Luce y David Pablos, todas con calidad cinematográfica de competencia internacional, con sus pecados pero también con numerosas virtudes. La más importante de ellas es que poseen un punto de vista personal e identificable sin negarse, por cierto, buenas y grandes dosis de sentido del humor.

Bajo ese marco resultó igualmente festivo ver en Morelia una proyección especial de Heli, de Amat Escalante, alternando con las funciones de La jaula de oro a la que considero una buena respuesta de Diego Quemada-Diez a la película de Escalante: un país que transita dolorosamente no se sabe hacia dónde pero que en ambos casos se retrata de manera diferente. Veremos si en el estreno de La jaula de oro el público distingue la novedad de la propuesta ante un tema que muchos rechazan por considerarlo reiterativo: la migración y la violencia.

La esperanza, claro, es que lo mismo ocurra con las otras películas, que el público se deshaga del mal gusto alimentado con lo peor de Hollywood programado de manera invasiva en las salas de cine, y se dé la oportunidad de que le hablen en su idioma y desde su cine de temas que necesitamos reflexionar.

Todas las películas mencionadas tienen no solamente la calidad necesaria para hacerlo, sino las ganas de dialogar con su público cara a cara. Es la oportunidad para que el público mexicano se deshaga de prejuicios y así las salas podrían estar de nuevo llenas para ver las imágenes de su propio cine.

Ello, por lo menos la esperanza, merece ser elogiado.

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