Cannes 2011, 6

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Cannes. La sexta
Almodóvar y la sorpresa japonesa de este festival
Por Joaquín Rodríguez
(Enviado)

Cannes, mayo 19, 2011. De entrada, la noticia más sorprendente de las últimas horas fue el anuncio oficial de que la dirección del festival  ha declarado como Persona Non Grata al cineasta Lars Von Trier a raíz de sus declaraciones a la prensa asegurando que simpatiza con los nazis y comprende a Hitler. Eso hace suponer que su cinta, Melancholia quedará también de manera oficial fuera de la competencia, justo cuando se le comenzaba a mencionar como una de las posibles ganadoras de Palma de Oro. Y ya habíamos mencionado también que si bien no es su mejor película y deja mucho que desear, sí tiene, al igual que la de Terrence Malick, los elementos para convencer a muchos de que es una genialidad y una “obra de arte”.

Por el contrario, sí parece haber un consenso a propósito de La piel que habito, de Pedro Almodóvar, respecto a que no solo no es su mejor obra sino que ahora sí son muy escasas sus posibilidades de obtener el triunfo, largamente anhelado por él en estas costas. Y quizás ese sea el problema tanto con su anterior cinta, Los abrazos rotos, como con esta, en donde se extraña al viejo Almodóvar, ese que era capaz de ser irreverente con todo, incluso consigo mismo, sin tomarse tanto en serio y dejando amplio espacio para el juego lúdico y el humor.

Se percibe que Almodóvar ha comenzado no solo a agotarse temáticamente -acusación que se la ha hecho desde hace muchos años- sino que el suyo es un cine que a medida que gana solvencia técnica pierde cada vez más frescura y espontaneidad. La piel que habito parece en su primera hora un tanto acartonada y solemne, además de resultar un poco confusa y muy impersonal. En la segunda parte, a raíz de un flashback, las cosas mejoran bastante y aflora ese sentido del juego conforme se adoptan ciertas convenciones genéricas -otra vez un homenaje al film noir- pero el humor, que aparece esporádicamente, comienza a tener un tufillo a involuntario, surgido más de las inconsistencias argumentales de un guión malogrado, que del absurdo natural de las situaciones y diálogos. Es decir, en lo que nos cuenta Almodóvar hay ahora un absurdo que justo por solemne parece decirnos que deberíamos tomárnoslo en serio, aunque al final gane la risa que provoca un giro de tuerca verdaderamente de locos.

No quisiera vender nada de lo que ocurre en la película que como ya dije, tarda demasiado en arrancar, pero si en Los abrazos rotos operaba una psicología de personajes medianamente verosímil, aquí no hay lógica que soporte las acciones de estos seres. ¡Ah!, y es que además los personajes de La piel que habito pecan de grises, planos, deslavados, y es lo único que se supone no deberían ser. Mucho menos ese cirujano demente interpretado por Antonio Banderas, que emprende un riesgoso experimento con tal de vengar la violación de su hija y recuperar a la mujer de su vida, las dos cosas en una.

A juzgar por la reacción de cierto sector del público en la función a la que asistí aquí en Cannes, habrá espectadores que salgan satisfechos al reencontrarse con ingredientes habituales del cine de Almodóvar, y esos ingredientes son los que primordialmente dominan la segunda parte; no dejo de pensar, sin embargo, que para la mayor parte de los seguidores de este realizador hay razones para preocuparse por su futura filmografía y ansiar que deje de pensar en ganar la Palma de Oro y vuelva a divertirse haciendo cine.

Por lo menos, dentro de la Sección Oficial hubo otra razón para sentirse completamente satisfecho y esa sorpresa vino de manos de un director también de culto para muchos como lo es Takashi Miike. Por segunda ocasión al hilo, Miike ha optado por abordar el género de los samuráis (antes lo hizo en 13 Assassins, no estrenada en Mexico); ahora se trata de una cinta titulada Hara-Kiri: Death of a samurái (Hara-Kiri: Muerte de un Samurái), y de la que se puede asegurar es lo mejor visto hasta ahora, si no es que lo mejor, por lo menos en mi opinión.  Eso sí, hablando de decepciones, quizás los fans acérrimos de Takashi Miike -los que admiran sobre todo su cine hiperviolento y bizarro- terminen frustrados ante su nueva obra que además de optar por una puesta en escena muy tradicional, incluso un tanto teatral, cuenta una historia de guerreros en donde prácticamente no hay violencia, ni acción, ni peleas, salvo un combate final magistralmente filmado. Todo lo contrario, el ritmo es muy pausado y hay una gran concentración en los silencios, los diálogos cadenciosos, incluso algo de contemplación, para contar una historia llena de subtextos que tiene que ver con la subjetividad encerrada dentro del concepto del honor en la filosofía de los samuráis.

Como drama sobre la ética y la moral es de una gran complejidad y belleza, y recuerda en mucho al cine de Kurosawa; aunque más bien la referencia directa es a otro gran director nipón, Masaki Kobayashi, que en 1962 dirigió una primera versión de esta historia, a la que Miike es bastante fiel. Eso no le  resta méritos ya que, sorprendentemente, muestra aquí no solo una enorme solvencia en un estilo para filmar ajeno al suyo, sino que delata una sensibilidad y una capacidad para la poesía visual hasta ahora inéditas. Una gran película que definitivamente debería obtener alguna recompensa terminado el festival.  Ojalá  esta cinta y la anterior de Miike lleguen en algún momento a nuestro país.

Por lo pronto, quedan ya solo cuatro cintas más por exhibirse en la Sección Oficial, y ya comienzan, ahora sí, las especulaciones acerca de los posibles ganadores, entre quienes se menciona con mucha insistencia a los hermanos Dardenne. Kaurismaki, Malick (por supuesto) y Michel Hazanavicius con The Artist.

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