Cannes 2011, 4

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Cannes. La cuarta
Cine silente al rescate de Cannes y Malick, el abucheado
Por Joaquín Rodríguez
(Enviado)

Cannes. Mayo 17, 2011. El fin de semana consiguió levantar en cierta medida el nivel de la selección de Cannes 2011, y como lo habíamos mencionado en la nota anterior, fue gracias a algunas cintas fuera de la competencia oficial. Tal tendencia continua con títulos como la norteamericana Martha Marcia May Marlene, de Sean Durkin (exhibida en la sección Una cierta mirada), un inquietante estudio psicológico acerca de una joven que pierde, literalmente, su personalidad al ingresar a una comuna medio hippie. Este título ya había ganado el festival de Sundance en Estados Unidos en enero pasado, y venía respaldado por buenas críticas.  Seguramente dará mucho de qué hablar a finales de año cuando se estrene en Estados Unidos, sobre todo por la actuación de su protagonista Elizabeth Olsen, hermanita de aquellas gemelas Olsen de infausta memoria.

La que sigue floja, y parece que floja seguirá, es la Sección Oficial, que ha decepcionado con dos cintas más. Una es la producción francesa L’Apollonide: Souvenirs de la maison close, o sea, algo así como L’Apollonide, recuerdos de la casa de tolerancia, una crónica acerca de la vida cotidiana en una elegante pero decadente casa de citas francesa de finales del siglo XIX, la cual está a punto de cerrar y sus pupilas a punto de continuar su trabajo en las calles. El director es Bertrand Bonello, quien intenta construir algo así como un tableaux vivante lánguido, sutil y evocador respecto de una época y una forma de vida. Pero no le salió; el resultado es una película plana y muy aburrida que languidece, en efecto, durante dos horas, sin trascender al final el nivel de una de esas cintas soft porno de finales de los 70, dizque elegante y fina, pero más bien medio mojigata y pretenciosa.

Además, hay poco sexo, pero muchos diálogos entre las prostitutas protagonistas en los que filosofan y enuncian una retahíla de diálogos amanerados y poco verosímiles. Solo hacia el final, en los últimos veinte minutos, la cosa se anima un poco con la inclusión de algunas canciones de soul setentero que, como elementos anacrónicos, buscan establecer un paralelismo entre esa época, el siglo XIX que retrata mayormente, y la situación actual de las prostitutas. Parece entonces deliberado que esta cinta parezca un soft porno setentero, pero la verdad es que más parece un mal y arcaico producto de esa misma época. La cantidad de espectadores dormidos en la función de las diez de la noche solo pareció confirmar la impresión de estar frente a una película muy aburrida; lo grave no es que hayamos visto un filme malogrado, sino que parezca, al checarlo, que el sexo es una cosa tan soporífera.

Pero hoy por la mañana se proyectó por fin el que quizás, junto al de Lars Von Trier, sea el filme más esperado de esta edición 64 de Cannes, The Tree of Life, de Terrence Malick, que al final obtuvo una dividida ración de extremos abucheos y aplausos por parte de una crítica y prensa que, por lo que escuchamos, no se pondrá de acuerdo respecto de si vimos una obra de arte o fuimos víctimas de una gran tomada de pelo. Pero aun, muchos decían que presenciar The Tree of Life fue como ver un anuncio de 2 horas y media de alguna tarjeta de crédito o seguros de vida, y algunos, menos irónicos, que era tan solo el portafolio de su fotógrafo -el mexicano Emmanuel Lubezki– para conseguir trabajo en la publicidad. Y es que esos comentarios en gran parte resumen la sensación que provoca este nuevo intento de Malick por volver al lirismo y la poesía de sus grandes obras maestras como Malas tierras (Badlands) o Días de gloria (Days of Heaven), solo que ahora llevando su estilo hasta un extremo que más que otra cosa parece condescendencia sin control.

En cuanto a su argumento, The Tree of Life cuenta algo así como el proceso de maduración emocional de un niño de aproximadamente doce años que en un pequeño pueblo de Texas -en la década delos 50- asiste a la desintegración de su idílica vida familiar cuando el padre intenta imponerles a él, su madre y sus dos hermanos, una férrea disciplina que supuestamente los hará hombres más fuertes y se enfrenten, según él, a la maldad del mundo. Pero Malick mezcla esta simple y sencilla historia (que funciona bastante bien sin tanto adorno) con imágenes grandilocuentes que hacen referencia a la creación del universo y del mundo, la aparición de los dinosaurios y su posterior desaparición sobre la Tierra, la vida en el más allá, y una larga serie de imágenes de postal de cuanta cosa bonita se le puso enfrente durante el rodaje: ríos, cascadas, flores, atardeceres, amaneceres, pajaritos cantando, animalitos, etc, etc. Esto es aderezado con una larga serie de selecciones de música clásica que incluye referencias bastante obvias y que hacen pensar demasiado en el inicio de 2001: Odisea del espacio, de Kubrick… guardada la distancia. Vuelvo al primer comentario sobre esta cinta: para muchos resultará sublime y para otros insufrible. Lo que no es de dudar es que es muy probable que gane algún premio, la Palma de Oro quizás, sobre todo teniendo como presidente del jurado a Robert De Niro, bastante simple y elemental en sus gustos, muy al margen del gran actor, que es… o era. Es decir, alguien como él podría irse con la finta y premiar a Malick, porque también se espera que se trate de darle algún premio al cine norteamericano. Eso sí, Lubezki es en verdad un extraordinario fotógrafo; insisto sin embargo en algo que dije de él cuándo se estrenó la anterior cinta de Malick, –Nuevo mundo (The New World)-, todavía está lejos de alcanzar la sutileza y sabiduría de Nestor Almendros, el genio que justamente fotografió las dos obras maestras de Malick. Esa, de hecho, es la diferencia entre la poesía de uno y el virtuosismo meramente técnico del otro.

Ahora bien y a riesgo de contradecirme, hay que decir que por lo menos hasta ahora una película de la Sección Oficial ha sido recibida con buenos comentarios casi unánimes y ha demostrado ser un oasis en este desierto. Me refiero a The Artist, del francés Michael Hazanavicious, una comedia que podría ser descrita como un crowd pleaser en el sentido más hollywoodense del término, y en varios sentidos. De entrada, habría que aclarar que The Artist en ningún momento es gran cine, pero dada su falta de ambiciones artísticas, a pesar de su título, sorprende su frescura, ingenio y, sobre todo, su honestidad. ¿De qué va?, pues es nada menos que un filme silente, con todo e intertítulos que suplen los diálogos, filmado incluso en blanco y negro y en el formato tradicional del cine de principios del siglo XX (1:33). La acción, apropiadamente, transcurre en el Hollywood de los años 20 y el protagonista es un galán que ve terminar su reinado como héroe e ídolo hollywoodense al llegar el cine sonoro. Lo que sigue es la reseña ligera y melancólica de su caída, pero también de su reivindicación al encontrar al amor de su vida. Por supuesto que es un gran homenaje al cine clásico de los Estados Unidos, pero no solo al silente, ya que también hay una larga serie de referencias al cine de los 30 y 40.

Mencionaba al principio que se trata de un crowd pleaser al más puro estilo hollywoodense, tanto en su tema y referencias, pero también en cuanto a su superficialidad. Uno se queda con la sensación de que The Artist pudo haber sido una gran película -que no lo es- pero a la que al final se le perdonan sus limitaciones dada su frescura, honestidad, y sobre todo, el enorme afecto que es evidente está depositado en su retrato de una época y una manera de hacer cine. Y aquí es donde viene la paradoja, porque The Artist es una producción francesa, con dos protagonistas franceses (de lo cual el filme se burla hacia su final), y echa mano de una sensibilidad que no tiene nada que ver con el Hollywood contemporáneo, sino más bien con ese cine europeo muy en la vena de éxitos como Cinema Paradiso, Il Postino y La vita e bella. No en balde ya fue adquirida por los hermanos Weinstein para su distribución en todo el mundo, y aseguraron en una conferencia de prensa que tienen planes para lanzarla en grande y encaminarla hacia los Oscares como solo ellos saben hacerlo.

Es decir, ya sabremos de esta película en el futuro, así que nos podemos ahorrar más comentarios por el momento. De lo que no cabe duda es que fue un filme silente y sin tanta pretensión el que más satisfecho ha dejado a muchos espectadores en estos días. Y ya que hablamos de cine silente, cabe mencionar que apenas hasta ayer fue proyectado a la prensa el clásico de Georges Melies, Voyage dans la lune, el mítico Viaje a la luna, pero en una versión coloreada que se creía ya perdida y que fue encontrada hace algunos años. Esta versión fue restaurada durante los últimos dos años, y el resultado de esa labor ya se mostró aquí en Cannes. Ni qué decir, salvo que es una pequeña joya que retiene toda su magia, su candor, y su capacidad de sorprender y divertir. Gran cine para un festival en donde este escasea.

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