Nuevo orden, crítica.

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Cinegarage
Nuevo orden
La revolución inútil
Por Erick Estrada
Cinegarage

Atrapada en su propia ingenuidad Nuevo orden es sin embargo la mejor película de Michel Franco. Finalmente decidido a elaborar discurso audiovisual y aunque cinematográficamente plana, su puesta en escena denota un ojo más suelto, más dispuesto al diálogo con quien ve. Hay escenas en las que los viejos vicios se manifiestan, pero hay otras en la que su reparto (es la película mejor actuada en su filmografía) desarrolla el ritmo visual que mantiene vivo un guion perezoso y distante que, en su aparente atrevimiento deja escapar un discurso de reacción que, insisto, peca de ingenuidad. Promocionada como una “ficción necesaria” la película ya es atacada por su audacia redentora al reproducir esquemas racistas, cuando en realidad es por su ingenuidad que delata una visión política tan superficial como ausente de tacto ante un país que desde hace décadas ha cuestionado la presencia del ejército entre los civiles.

Es decir, probablemente Franco pretende lanzar un llamado de alerta ante la presencia militar en las calles de México, tan complejo como convulso. Pero en la estructura de su anécdota y en esa puesta en escena que narra (algo novedoso en su cine) se cuela un discurso inquietante y tremendista que delata una visión muy poco comprometida con la problemática nacional.

Estamos en una boda de clase alta. El dinero se ve en las ropas, los accesorios, en los sobres que empresarios agradecidos por negocios turbios con el jefe de familia le entregan llenos de dinero como regalo para los recién casados. La división entre los que celebran y quienes sirven en la celebración es notoria. En medio de la fiesta un ex trabajador se apersona. Necesita 200 mil pesos para la operación de su mujer que también trabajó en la casa. La familia entera se deshace de él de la única manera que sabe hacerlo: a través del desprecio y la limosna. Todos excepto Marian, la novia. Ella se decide a ir al hospital para ayudar y al salir de su fiesta a esta llega un grupo de ¿revolucionarios? que al traspasar las fronteras que se les han impuesto por décadas (esas bardas altas que rodean las casas de la clase acomodada) desatan una masacre. 

Con mano agitada por la impaciencia Franco abandona ahí el desarrollo de su discurso social y se dedica a detallar la violencia en la que estos revoltosos sociales se regodean entre los que antes celebraban. La servidumbre se suma a esta revolución pintada como una venganza animalizada e inyectada de violencia extrema. Tras la revuelta popular (en la que la ciudad entera es saqueada) el ejército toma el control y la mano dura se impone.

La película toma aire en pequeñísimos detalles en los que esta élite se muestra y se acepta como corrupta y completamente insensible ante quienes no pertenecen a ella. Pero no avanza mucho más. Al contrario. Estas élites han querido (o podido) ignorar lo que pasa afuera a pesar de recibir múltiples avisos de su existencia y proximidad, pero cuando la revuelta traspasa la frontera de sus muros y la situación estalla Franco decide quedarse en la casa (para explotar la violencia) en lugar de seguir a quien era (¿es o quiere hacernos ver que es?) su protagonista. Marian ha caído en las garras de este ejército puesto en las calles y… ¿sufrirá las consecuencias de haber cruzado en sentido inverso los límites puestos por los de su clase? La película parece decir que sí.

Parece hacerlo porque a diferencia de las causas y consecuencias de derrumbar las mismas fronteras exhibidas en películas como El ombligo de Guie’Dani (México, 2018) la cámara de Franco (gran trabajo técnico de Yves Cape) prioriza y consiente a su élite. Planos acomodados en una casa que no parece mostrar signos de la violencia desatada hace unas semanas y que sugieren que a pesar de las pérdidas humanas nada ha cambiado aquí.

Parece hacerlo porque en esos planos acomodados en los que finalmente la familia de Marian despierta de la inexplicable despreocupación por la desaparición de su hija todo parece mantenerse sin alteración (“tenga cuidado con esa maceta por favor”).

Parece hacerlo porque al retratar las calles de la Ciudad de México, del otro lado de las bardas gigantescas del Pedregal, la cámara nos regala un retrato mucho más caótico, de descontrol, de filas de gente que empuja. Líneas descompuestas de gente castigada incluso por la paleta de color. La normalidad rota es la de ellos.

La militarización y la llegada del ejército a las calles ocurre justo después de la revuelta en la que quienes no tenían rayan con mensajes contradictorios las paredes de las casas de los que sí tienen. Y en Nuevo orden la mano dura castiga a los subordinados, los oprime, los golpea. En ese nuevo orden las élites que parecen resignarse a las pérdidas en la revuelta mantienen sus espacios libres, sus ligas activas, sus negocios en marcha, su dinero en flujo (“¿piden $800,000 de rescate por mi hija? Dáselos”).

¿Nuevo orden quiere levantar la voz en contra de la militarización? Tendríamos que ver si el discurso le alcanza. El cine mexicano tiene más de dos ejemplos (muy diferentes) de ficciones que lo han hecho mejor formal y discursivamente. Comencemos con El violín: su dolorosa melodía en contra de la guerra sucia aplana en dos secuencias todo el escándalo que Nuevo orden deposita en sus 20 minutos iniciales. Sigamos con El infierno y el paroxismo de su secuencia final que reclama de frente el inicio de la guerra contra el narco y la desafortunada llegada del ejército a todos los rincones del país. Nuevo orden no cuenta con cambio para pagar ese pasaje.

No lo tiene porque en la supuesta tragedia de su desenlace son los rebelados ante el orden actual quienes pagan todas y cada una de las consecuencias de su rebeldía (o traición si pensamos en Marian) y aunque lo hacen a manos del ejército del otro lado la élite abre la cartera y sigue disfrutando de sus beneficios, de todo lo que tiene.

¿Es una película que advierte sobre las consecuencias de alterar las cosas y romper este orden? ¿Es una película que quiere atemorizar al que levanta la voz haciéndole ver que es preferible dejar las cosas como están en lugar de saquear en el resentimiento para obtener algo que “nunca les ha correspondido”? ¿Una revolución, esta revolución, busca sólo compensación material? La forma de la película parece decir que sí y esos son temas que se tienen que discutir.

La discusión puede comenzar entendiendo esa secuencia en la que incluso la servidumbre fiel y entregada a la familia de Marian recibe en un mañoso primer plano el azote del guante militar mientras su patrón, recuperado de todos sus males se sienta a observar todo al lado de los altos mandos militares que han tomado el control del país.

Inyección de miedo. Nuevo orden es más una advertencia sobre las consecuencias de sus actor a quienes quieren revertir el acomodo actual de las cosas que un llamado de atención ante la militarización del país, militarización cuyos efectos la mayor parte de la población ya conoce y padece. Inyección de miedo desde la óptica del miedo.

CONOCE MÁS. Esta es la crítica de Erick Estrada a Las hijas de Abril, dirigida por Michel Franco.

Nuevo orden
(México, 2020)
Dirige: Michel Franco
Actúan: Naian González Norvind, Mónica del Carmen, Lisa Owen, Roberto Medina
Guion: Michel Franco
Fotografía: Yves Cape
Duración: 88 minutos.

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