FICM 2019 Día 4. Muerte al verano, El faro, El traidor, Los miserables.

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Les dejamos las crítica de Erick Estrada a lo revisado En el FICM 2019 Día 4. En esta jornada se revisaron Muerte al verano de Sebastián Padilla (competencia mexicana), El faro de Robert Eggers, El traidor de Marco Bellocchio y Los miserables de Ladj Ly y que representa a Francia en la pelea por el Oscar.

Muerte al verano
Viajes y cruces
Por Erick Estrada
Cinegarage
FICM 2019

Una vez más la banda de rock sirve como motor de escape de la ciudad que apresa y oprime. Muerte al verano (y muy a pesar de su incómoda voz en off en el inicio de su narración) presenta la historia de un grupo de adolescentes atrapados en el Monterrey violento y en las secuelas de sus violencias. Lo interesante es que en vez de ubicarnos en una ciudad precisa de un momento determinado, Sebastián Padilla la presenta perteneciente a una especia de tiempo después del apocalipsis, en la resaca insistente de una ola de violencia brutal.

Si bien eso podría ser también el Monterrey de nuestros días Padilla da toques oníricos que la colocan más cerca del desastre mundial y eso paradójicamente le da frescura a su narración. Para Padilla esta ciudad que apresa a sus personajes es muros, pintas, serpientes de asfalto, autobuses llenos y decrépitos, noche turbia.

Ahí conoceremos a Dante (¿es esta ciudad su infierno?) y a su incipiente banda de death metal (sí, la música del apocalipsis) cuyo hermano está en coma como la ciudad misma, en un letargo que lo coloca con un pie en la tumba. Al hermano de Román lo cuida Lucy, su novia, quien sin dejar de quererlo encuentra ahí el pretexto para estar fuera de su casa, tan rota y desmantelada como la de Dante.

El primer encontronazo se da y entre la imagen de la muerte en casa que es el hermano (y que es una especie de Monterrey terminal) y Dante mismo, Padilla se las ingenia (porque la película está resuelta a través de ingenio) para comunicar la lenta resucitación de la ciudad a través del despertar de este adolescente metalero. Él y Lucy recorren una ciudad que es panteón (esos encuadres donde los muertos habitan como fantasmas, donde aparecen colgados como sangrientos frutos de una ciudad endogámica), se apropian del poco color que su cemento y sus fábricas ofrecen (las bengalas que les manchan la cara color sangre pero que los dotan de aires festivos) y tras hacerlo deciden mantener sus planes a futuro fuera de una ciudad que no se los ofrece.

La salida no es la usual. La banda se convierte en un pretexto, el novio en coma (esta historia es tan emo como pop, tan death metal como enamorado es el “Muriendo lento” timbirichesco) es también un pretexto. Muerte al verano es entonces una película de cambio, de viajes y cruces, de conocimiento y reconocimiento, de “pequeños dramas” como la película lo subraya, pequeños dramas ante la gran tragedia de la ciudad violentada, llena de arena, de ceniza de tumba.

Dante despierta, conoce a Lucy. Lucy agita y conoce a Dante y ante el fugaz encuentro de ambos la historia parece volver al punto de partida (de hecho la narración completa es un flashback imaginativo) pero en realidad es el despertar a una realidad incómoda pero distinta a aquella que creímos conocer en el inicio. En ese toque distinto está, ahora sí, la promesa de Dante y Lucy de dotarse de un futuro, de saber dejar atrás, de aceptar el cambio pero también de provocarlo. En medio está la ciudad que, al ser figura de los chicos y ellos de la ciudad, también se promete un proceso de cambio.

Emo, pop, metal enamorado.

Muerte al verano
(México, 2019)
Dirige: Sebastián Padilla
Actúan: Ana Valeria Becerril, Yojath Okamoto, Guido Gueta, Ricardo Traviezo
Guión: Alexandro Aldrete
Fotografía: Erwin Jaquez
Duración 76 minutos.

Los miserables
La revolución en ciernes
Por Erick Estrada
Cinegarage
FICM 2019

Los suburbios de París. Dos historias en paralelo nos dan los detalles del barrio. El policía nuevo que debe conocerlo y los adolescentes que deben padecerlo. Los miserables (dirigida por Ladj Ly) nos llevará al complejo tejido de migrantes, hijos de migrantes, pobreza y opresión que es donde se desarrollará la historia de historias que es su película, la de un barrio en que las mezclas de circunstancias maceradas por un sistema económico que desprotege a este tipo de vecindades han hecho muy complicada la supervivencia física y emocional.

La gran cualidad del guión de Ladj Ly es justo esa, presentar primero la estructura de organización del barrio (territorial y racial) para después mostrar los roces en las fronteras de esa organización interna, una muestra que por si fuera poco termina por matizar a los personajes. Aquí no hay héroes, no hay villanos y la cámara (a cargo de Julien Poupard), precisa y segura, los presenta sin escándalos y sin malabares visuales. El ojo de Ladj Ly conoce la realidad que retrata y en consecuencia entra a ella sin agitaciones, un tono que mantendrá incluso en su convulso clímax, en el que evita en lo posible lo gráfico de una situación fuera de control.

Recordemos a La Haine (Francia, 1995) en la que sus personajes, también pertenecientes a esos suburbios oprimidos y deprimidos por la estructura social, ven al lejano centro de París como un escape a la violencia desatada por la policía que acaba de matar a un chico del barrio desatando una ola de protestas muy similar a las reales que ocurrieron en el verano de 2005 en Clichy-sous-Bois y que, por supuesto, son referenciadas en Los miserables. Ésta, por su parte, nos muestra la incubación del deseo de escape que vimos en la película de Kassovitz y se convierte en una contrapropuesta en cuestión del punto de vista aunque el fondo sea trágicamente similar: la división social, la pérdida de esperanza, la sensación de que quien vive en esos barrios no puede escapar, la casi seguridad de que quienes viven ahí son animales encerrados por un sistema que no quiere verlos, un animal que puede despertar y devorar al intruso en cualquier momento.

Hay más aciertos en la película. La pregunta “¿qué bando tomar?” se escribe a sí misma cuando tras un accidente detonador de posibilidades aparece en la historia. Imposible responder. La película ha inoculado ya los ángulos, las perspectivas de cada bando y de cada personaje. Luego, con brillantes giros de inteligencia absoluta subraya que esta historia no se trata de héroes ni de villanos, sino de una presión contenida en este barrio, en estos barrios, en este sistema.

“¿Nos importa lo que ocurre ahí? “ parecen preguntar los personajes de este barrio cuya escuela lleva por nombre Victor Hugo, autor de “Los Miserables” y sus revueltas, nombre profético de ese desenlace violento retratado casi con pulcritud pues de haber hecho más gráfica su narración se habría caído en el error de señalar a alguno de sus personajes. Al contrario de ello el clímax se retrató con neutralidad formal que resalta lo complejo del fondo y que comunica idealmente su propuesta: en este sistema y en estos barrios se gesta una ira, una furia que no podrá esconderse y que terminará por tomar (o recuperar) las calles; esa ira se concentra no en quienes controlan el endeble sistema con el que trabajan estos barrios sino en los jóvenes, que ven en él la reproducción de opresión y enfrentamiento que en un principio los obligan a vivir en esos suburbios, alejados de todo y de todos.

En ese clímax se concentran una forma y un fondo que caen sobre nosotros como plomo ardiendo. Primero: al mundo no le importan estas historias y como parte de la extraordinaria puesta en pantalla de Ly vemos todo a través de la mirilla de la puerta (esa mascarilla sobre el rostro de Issa, uno de nuestros protagonistas). Segundo: un empate de secuencias. La inicial con los chicos de estos barrios cantando la Marsellesa en una fiesta popular futbolera, con el agitado cierre de la película en el que una revuelta como la de 2005 pide el respeto de los ideales del himno francés, ideales de los que han sido despojados.

Todos son como animales encerrados y parece que todos, al mismo tiempo, comienzan a despertar.

Los miserables
(Les misérables, Francia, 2019)
Dirige: Ladj Ly
Actúan: Alexis Manenti, Damien Bonnard, Issa Perica, Al-Hassan Ly
Guión: Ladj Ly
Fotografía: Julien Poupard
Duración: 102 minutos.

El traidor
La paranoia eterna
Por Erick Estrada
Cinegarage
FICM 2019

El traidor resulta fascinante en primer lugar por su forma. Un hecho tan convulso y agitado como la vida del mafioso Tomasso Buscetta se vuelve hipnótica al ser puesta en imagen con tacto, al viejo estilo, sin ángulos trepidantes, con esa vieja y calma elegancia pero con un montaje complejo e inspirado, que prácticamente juega con la idea de esa fotografía inicial en la que los grandes capos de la Cosa Nostra se acomodan para después comenzar a desaparecer a lo largo de los intrigantes 145 minutos de la narración del viejo amo llamado Marco Bellocchio.

La idea es entrar a la vida de Tomasso Buscetta, cansado de los cambios de formas de la Cosa Nostra (que se ha bestializado, que trafica drogas duras y prostituye, que ha perdido sus códigos según este soldado de la organización) y que ha decidido abandonar a la organización para convertirse en testigo protegido para desmantelar a ese sistema.

Utilizando un poderoso guión co escrito por él mismo, Valia Santella, Ludovica Rampoldi y Franceso Piccolo, Bellocchio monta la descripción de este personaje y después elabora un retrato desolador de las formas (nuevas y viejas) de una de las organizaciones criminales más violentas y testosterónicas de la humanidad, de sus operaciones y sobre todo, de sus vínculos con el poder.

En El traidor hay una carrera contra el tiempo: Buscetta debe testificar contra todas las cabezas que conocimos en un inicio para encerrarlas antes de que mueran (porque mucho de venganza mafiosa hay también en la cabeza de Tomasso) o antes de que logren matarlo a él. Existe también la descripción de cómo esa Cosa Nostra se ha hecho peor de lo que era, cómo ha extendido sus tentáculos y cómo los códigos que el propio Buscetta defiende nunca han existido en realidad. En consecuencia también encontramos un punto crítico hacia ella, hacia la vida hecha y sustentada por el crimen, hacia el poder que se vincula a ella (siniestro el Giulio Andreotti que presenta Bellocchio), todo puesto en la pantalla con un montaje de nivel y con ese tacto visual que al contrario de lo que pudiera pensarse acentúa lo agitado de los procesos que retrata y de los juicios que recrea (enormes secuencias). Ese tacto visual hace espacio para las actuaciones y los diálogos veloces, nos deja ver los gestos y las intenciones. Eso hace de la película una experiencia brutal, una contrapropuesta álgida a la violencia que retrata, describe y de la que vive; un contrapeso emocional determinante para -más allá de conciencias y memorias- sentir sin necesidad de obviedades la eterna paranoia en la que vivió Buscetta una vez que decidió “cantar” todo lo que sabía.

La Cosa Nostra es algo siniestro y eso lo deja clarísimo Bellocchio. Más allá de la conciencia, el trato que se hace con ella no puede romperse, y eso se ve con detalle gracias al ojo de Bellocchio. Si se rompe el trato la Cosa Nostra sabe esperar y esa es la puntilla que propina Bellocchio. Si alguien pensaba en Buscetta como un héroe está completamente equivocado.

El traidor
(Il Traditore, Italia-Francia-Alemania-Brasil, 2019)
Dirige: Marco Bellocchio
Actúan: Pierfrancesco Favino, Fausto Russo Alesi, Fabrizio Ferracane, Luigi Lo Cascio
Guión: Marco Bellocchio, Valia Santella, Ludovica Rampoldi, Franceso Piccolo
Fotografía: Vladan Radovic
Duración: 145 minutos.

El faro
Neptuno enloquecido
Por Erick Estrada
Cinegarage

FICM 2019

Si uno voltea un poco, sólo un poco hacia atrás para recordar el manejo que Robert Eggers hizo de las herramientas del terror para contarnos sobre el despertar sexual de una chica (La bruja) y el peligro que eso representa para su padre -encerrado en ideología falogocéntrica- ,y si luego de voltear uno se acerca a la opresiva y contrastada elaboración que con esas misma armas Eggers cuenta la micro historia de El faro, podríamos llamarlo ya un maestro del no-horror.

Estas dos historias tangibles están adornadas con instrumentos del horror, del terror psicológico que más que buscar la respuesta primaria del público amante del género (el susto, el espanto) hace de esos medios también su fin con un resultado inquietante, surgido de un discurso racional pero difícilmente explicable a través de él. Especialmente en El faro Eggers usa las atmósferas del terror, su suspenso y lo malignamente onírico inminente a él para despellejar a sus personajes, para analizarlos desde un punto de vista que nos lleva primero a lo surreal para después depositarnos en una pista llena de interrogantes que le dan a la película un halo oscuro tan disfrutable como repulsivo.

Si el pesimismo que comunican sus historias será un sello del cine de Eggers habrá que averiguarlo más tarde. Por el momento El faro nos lleva a las entrañas de una maquinaria monstruosa, alucinatoria y vital que es precisamente un faro en el centro de una isla azotada sin piedad por un Neptuno enojado e intransigente (¿la bruja del bosque?). A esa isla llegan dos marinos, uno experimentado (Willem Dafoe) y con el callo espiritual necesario para sobrevivir las 4 semanas que debe estar atento a que la luz nunca se apague; el otro es un joven inexperto y hasta temeroso (Robert Pattinson) que tendrá que aguantar no sólo las flatulencias recurrentes de su compañero, sino el bautizo de soledad, encierro, aburrición y monotonía que durará también 4 semanas.

Al encierro obvio en esa isla, luego en la cabaña que los resguarda de las tormentas lanzadas por ese Neptuno hijo de puta, Eggers suma un blanco y negro de contrastes hirientes y el aspecto 4:3 de la pantalla (el primer horror del cine se veía así); y a nosotros, testigos de este viaje al interior del interior, se nos encaja además un inglés viejo, casi indescifrable que viene no sólo de la época histórica en que está anidada esta anécdota (fines del siglo XIX), sino de los textos marineros autoría de Herman Melville en que están basadas las pláticas, las canciones, los cuentos, las supersticiones de estos dos marinos (el mal brindis, los pájaros crueles y burlones que azotan las pesadillas de nuestro marino joven). Todo ello conforma un cóctel de locura y encierro, una abigarrada lluvia de imágenes y situaciones monstruosas (¿qué son las sirenas sino monstruos?) en el que el encierro lleva a estos marinos a la lucha ¿para conseguir qué?

La respuesta es sencilla: el marino experimentado se asigna la tarea de mantener la luz viva y eso, aunque representa un encierro más en su ya opresiva situación (de ahí quizá que tenga que alcoholizarse para sobrevivir) es también la oportunidad de escapar a la oscuridad impuesta por Neptuno y al frío impertinente de allá afuera. El marino joven tiene que vencer y ganarse el lugar junto a la luz, entrar a la comodidad y el calor prometido en ese falo gigantesco, única señal de civilización en su mundo, símbolo del estatus y del poder de un sistema regido por falos luminosos en medio de un mundo más poderoso que ellos. 

¿Absurdo pelear por la posesión de un falo? Sí. Por eso Eggers lleva a sus personajes a la locura, al caos, a la lucha moral, espiritual, para cuestionar bajo una lupa artesanal la masculinidad que estos dos creen poseer y lleva todo a un incendio surrealista y deforme, un atasque de lodo y estiércol que hace de la película un delirio visual y espiritual no recomendable para todos los estómagos.

En ese tránsito la película se llena, se atiborra de símbolos, figuras, metáforas -no siempre descifrables- que abonan a esa atmósfera en la que diseccionamos la lógica y la mecánica de estos dos machorrones encerrados para demostrar tanto su patetismo como la confusión que ese patetismo les inflige, para decirnos que ese falo/faro/ilusión de poder no es sino una máquina monstruosa, alucinatoria, ahora no tan vital en medio de ese mar enfurecido que no para ni parará nunca (¿este capítulo final es para Eggers un nuevo aquelarre cercano a la conclusión como el que hizo en La bruja?). Llegar a su luz no le regala nada a quien se decida a hacerla de Prometeo, al contrario, es probable que le demuestre su vacío, su monstruosidad y su falsa luminosidad.

El no-horror ha funcionado de nuevo.

The Lighthouse
(Canadá-EUA, 2019)Dirige: Robert Eggers
Actúan: Willem Dafoe, Robert Pattinson, Valeriia Karaman
Guión: Max Eggers, Robert Eggers
Fotografía: Jarin Blaschke
Duración 110 minutos.

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