Ad Astra
Abandonar al hombre
Por Erick Estrada
Cinegarage
Mucho se ha hablado de que Ad Astra es una reinterpretación de la búsqueda de un monstruo en terrenos inexplorados e inhóspitos que se narra en “El corazón de las tinieblas” de Joseph Conrad y que Francis Ford Coppola convirtió en Apocalipsis ahora (EUA, 1979). Ello es cierto hasta cierto punto. Al vincularse con la sangrienta guerra de Vietnam Apocalipsis ahora cuenta con un aspecto político que le da resonancia distinta y que además la convierte en todo un clásico.
Dirigida por James Gray -que se había lanzado ya a su propia oscuridad en su mini ”Corazón de las tinieblas” llamado Z, la ciudad perdida (EUA, 2016) y que por otro lado se siente más a gusto en historias internas y personales- Ad Astra, sin contar con ambiciones de clásico, cuenta con aciertos claros pero diferentes.
Un astronauta se presenta (su primera imagen es un close up) ante nosotros: gélido, con los sentimientos ocultos, enterrados, escondidos para poder cumplir con su trabajo que no es otra cosa sino lograr lo que muy pocos humanos han conseguido incluso en el futuro cercano en que se nos ubica. Su nombre es Roy (Brad Pitt) y después de mostrar sus capacidades y los sacrificios personales y humanos que ejecuta para poder hacer lo que es (astronauta) es lanzado a una misión en busca de su padre, astronauta heroico supuestamente perdido en una misión al Sistema Solar Exterior y, probablemente, causante de una serie de desastres cósmicos que desde allá amenazan la seguridad de la Tierra.
Estamos entonces ante una historia bastante menos pesadillesca que la de Coppola y eso provoca que la épica en que se enmarca a veces le quede grande, algo se se siente todavía más al sumarle un par de defectos que con una resolución tan sana como con la que cuenta resultan verdaderamente inexplicables.
Muchos recordarán, por ejemplo, aquella terrible primera versión de Blade Runner (EUA, 1982) en la que una espantosa voz en off nos dejaba escandalosamente claro lo que pasaba por la cabeza y el corazón muerto de Rick Deckard. Muchos también recordarán lo que ganó la película en peso y sustancia cuando en versiones posteriores se suprimió esa narración. Ad Astra padece el mismo mal. La voz en off de Roy llena siempre, todo el tiempo, los maravillosos silencios de la película (que se dejan sentir desde el inicio como parte física y dramática de este todo), obviando lo que la cámara ya nos cuenta y suprimiendo todo espacio posible para que nosotros, con los ojos inundados de los enormes y brillantes encuadres de Hoyte Van Hoytema podamos sacar a nuestro tiempo nuestras conclusiones.
Ad Astra se siente ahí como una especie de explicación ligerísima de la lisérgica y existencialista 2001 (EUA-Reino Unido, 1968) y por otras como un destilado de la no menos existencialista pero más intrigante Solaris (Unión Soviética, 1972) de Andrey Tarkovski (ese hogar lejos de la Tierra, esa aparición del Quijote adornando una de sus mejores secuencias). En la reiteración de la soledad interna y externa de Roy y que enfrentó con menos estorbos First Man (EUA-Japón, 2018), con la voz insistente en el sufrimiento, se echa de menos también al ermitaño Sam Bell en Moon (Reino Unido-EUA, 2009) y sus sueños rotos, sus sacrificios que reciben como premio no poder expresar lo que lo oprime: justamente sus sentimientos y necesidades.
Sin embargo, al deshacernos de lo reiterativo de esta forma la película puede recibir lecturas más interesantes. Mi favorita es la descripción de la masculinidad como se nos ha dicho hasta ahora que tiene que ser y la posibilidad de terminar con ella.
Los primeros temores de Roy al tener que enfrentarse a su padre son los de la desaprobación: ha cumplido todos los requerimientos físicos y psicológicos para ser astronauta, es una especie de HAL 9000, lógico a morir, calculador en extremo, pero ¿podrá este alfa hecho y derecho derrotar al alfa mayor en una repetición más del esquema de lo que se nos ha dicho representa “ser un hombre”? Más interesante aún. En el largo viaje que emprende, su otro temor derivado del primero es convertirse en su padre pero ya cercana su meta somos nosotros los que detectamos que a pesar de su rechazo él ha repetido el modelo paso a paso (tanto en espíritu como en acciones) y siempre ha sido su padre.
¿Qué va a pasar cuando se encuentren? Que Roy se dará cuenta que ese camino (que tanto ha costado) no es el correcto y será puesto en una posición en la que, más allá de enfrentar machete en mano a un Coronel Walter E. Kurtz, tendrá que desprenderse de la idea de masculinidad ha tenido que ejecutar y que ahora le pesa, para entonces poder tomar su propio rumbo.
La película redondea esta transformación, de nuevo, con el trabajo de Van Hoytema. En cada fase de esta misión, en cada planeta y cada satélite que se vista se deja sentir un cambio de capítulo que va acompañado de una paleta de colores diferente, de las luces casi extremas de la Tierra al blanco incierto de la Luna y al rojo visceral de Marte, donde Roy se da cuenta que no es parte de la misión sino el anzuelo para aniquilar a su padre, donde se decide empatar a la figura paterna y completar la misión cueste lo que cueste. El capítulo final, el de Saturno, es azul y calmo, es donde Roy se ha dado cuenta que el camino que le han obligado a recorrer no es el adecuado (esa gigantesca pantalla en negro universo con la figura de estos dos hombres apenas visible en su inmensidad, son poca cosa, son nada), en el que acepta sus sentimientos y busca dar a conocer su necesidades. ¿Aspiracional? Un poco, pero eso es culpa de la voz en off (y de un epílogo visual algo ñoño, la verdad). Sin ella uno puede asumir que Roy quiere cambiar el modelo de masculinidad, que puede aceptar una nueva, distinta, fresca, más humana, menos alfa. A ello aportan los silencios de la película, sin duda. Maldita voz en off.
CONOCE MÁS. Esta es la videocrítica de Erick Estrada a Z, la ciudad perdida, dirigida por James Gray.
Ad Astra
(Brasil-EUA, 2019)
Dirige: James Gray
Actúan: Brad Pitt, Tommy Lee Jones, Liv Tyler, Donald Sutherland
Guión: James Gray, Ethan Gross
Fotografía: Hoyte van Hoytema
Duración: 122 minutos.