Dolor y gloria. Crítica. Película de la semana.

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Dolor y gloria
Dentro y fuera
Por Erick Estrada
Cinegarage

La primera imagen de Dolor y gloria es determinante. Debajo del agua Almodóvar nos presenta a Salvador, un director de cine en crisis creativa que es al mismo tiempo una figura que refleja al propio Almodóvar, director de esta película. En esa piscina la cámara se acerca con cortas disolvencias -que anuncian el tono sobrio de la película- hasta el pecho de Salvador al que recorre vertical una roja cicatriz quirúrgica evidente e inevitable. Este hombre está partido en dos.

Desde ese momento, con un sencillo caleidoscopio de dos espejos Almodóvar hará yuxtaposición de dualidades hasta multiplicarlas en un clímax soberano e ineludible que es también un símbolo de su amor por contar historias en la pantalla y del sacrificio que ello representa en él y por supuesto en quien decida seguir un camino similar. El proceso del artista y del creador se plasma en Dolor y gloria mientras quien ve y quien recibe el mensaje se hunde en el dolor de la historia a través del placer de su contemplación. Simbiosis que es también el encuentro de dos polos. El caleidoscopio funciona a la perfección.

En su historia -como lo hizo Fellini con Marcello Mastroianni en 8 ½ (Italia-Francia, 1963)- Almodóvar se deja ir hablando a través de la voz de Antonio Banderas, sutil y enérgico, dominante pero expectante, un maniquí que siempre deja la duda sobre lo que él propone a través de su interpretación de Almodóvar o lo que Almodóvar ha querido acomodar en él para que conozcamos a este hombre partido en dos. Porque esta es una película en la que Almodóvar se sincera con él mismo, con su proceso creativo, con su carrera, pero también con su vida que parece haberlo llevado irremediablemente hasta donde está, en el pedestal de quien ha construído su propio cine y que con él ha fortalecido los discursos de otros creadores, todo en los tiempos en los que los autores son menospreciados por formas vacías y desechables. Entonces estamos también ante una propuesta oportuna y pertinente.

En el juego de estas dualidades está el Edipo romántico del director que es homosexual y que nunca habla de su homosexualidad y en consecuencia el tema se trata con una normalidad edificante e incluso con humor: el niño Salvador en una ensoñación cinéfila pregunta a su madre joven (poderosísima Penélope Cruz) si dos personas con el mismo apellido, Rod Taylor y Elizabeth Taylor, pueden ser amantes.

Así de sugerente y susurrante es la película, mantenida en ese encuentro de dualidades y de contrarios, de dolores y de glorias que es ha sido y será la vida de Almodóvar: su presente y su pasado, la cueva en la que vive su jovencísimo Salvador y el cielo que se ve desde ella; la infancia dorada y los enormes sacrificios de su madre por mantenerlo lejos de la vida dura que ella ha llevado, esto último reflejado en la referencia a la tormentosa anécdota de la Mamma Roma (Italia, 1962) de Pasolini.

Dolor y gloria es confesional y muestra además lo confesional de las otras películas de Almodóvar al recorrerlas secretamente, en frases, en secuencias, incluso en encuadres que también dejan ver su pasión por la pintura, influencia vital en sus narraciones. Están ahí los distintos Pedros, revueltos pero identificables, sin gritar, sin posar, sin reverberar. Y algunos de esos Pedros hablan a través de sus personajes pues Almodóvar es también ellos, no sólo el todo de sus películas.

Es él quien habla en el lúcido monólogo que Salvador pone en boca de su actor fetiche que es al mismo tiempo (seguimos con las dualidades) su colega maldito, un ficticio Alberto Crespo (repelente y cautivador el personaje creado por Asier Etxeandia). En ese monólogo se habla del cine en un teatro y la pantalla de uno se mete en el escenario del otro acomodando la historia de otra historia. Es el efecto del caleidoscopio que a estas alturas de Dolor y gloria con flashbacks y regresos al presente de la película (que podría ser la década de los 80 y su Madrid sin luces o un siglo XXI impersonal y desagradecido con sus creadores) ha logrado ya comunicar con montaje la imposibilidad de este autor, Salvador/Pedro, de despegarse de su obra y de despegar esa obra de los sacrificios indispensables para parirla. Es el artista haciéndonos vibrar la experiencia del artista. ¿A quién vemos en ese teatro? ¿Al creador o a quien ha sido creado para hablar de su creador?

Ese Alberto permite a Almodóvar hablar también de su biografía, incluso de su encuentro con las drogas que nuevamente duplican las imágenes al espejearlas y hacernos transitar entre dimensiones. Almodóvar creó con drogas en una Movida que le dio fama y gloria pero que entregó a la calles de su país drogas que hundieron en depresiones a directores como Eloy de la Iglesia (el rey de “la otra Movida” también homosexual pero para muchos oculto en la oscuridad de las drogas duras) que en el presente de Dolor y gloria ya apresan a Salvador. Pero en el hoy del Salvador partido en dos, la droga que Alberto le entrega lo ayuda a olvidar los dolores de un cuerpo fatigado de filmar: la cueva y el cielo que se ve desde ella.

El montaje es indispensable. Almodóvar sabe que manipulando los tiempos, que engañando a quien ve, nutriendo a sus personajes con esa narración entrecortada y de encantamientos, puede hacer de su película un flashback eterno (genial el reencuentro/despedida con su madre ya anciana, enferma, una vez más Banderas y Julieta Serrano en pareja filial almodovariana) o un llamado al futuro de este creador y de cualquiera otro que se sincere ante sí mismo.

El montaje lo es todo y aquí el caleidoscopio propuesto en un principio se materializa en ese montaje de impacto soberano y determinante. El engaño es perfecto. Hemos visto al hombre partido en dos que es creador y penitente, amado y odiado, todo en una película dentro de otra película (un llamado al futuro de este creador) que ya era la pantalla en el teatro dentro de otra pantalla, la de cine en el que estamos nosotros.

Imposible discernir entre una realidad y la otra, entre lo que está dentro y lo que está fuera de Almodóvar en las películas de Almodóvar. Pero imposible también resistirse a la conexión de realidades que parecen opuestas pero que se complementan si se sabe unirlas con la delicadeza necesaria(esa imagen final). Eso es Dolor y gloria, el recorrido sobre la gran cicatriz de un hombre partido en dos, pero que es uno mirándose al espejo mientras nosotros lo vemos mirándose al espejo. Dentro y fuera.

CONOCE MÁS. Este es el episodio en el que Aurélie Dupire y Erick Estrada analizan Julieta, película dirigida por Pedro Almodóvar.

Dolor y gloria
(España, 2019)
Dirige: Pedro Almodóvar
Actúan: Penélope Cruz, Antonio Banderas, Asier Etxeandia, Julieta Serrano
Guión: Pedro Almodóvar
Fotografía: José Luis Alcaine
Duración 113 minutos.

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