Aladdín, crítica.

0

Aladdín
¿A dónde miran los ojos del genio?
Por Erick Estrada
Cinegarage

Interesante momento el que impone Disney a su público cautivo, el que ha admirado las historias que desde esa casa productora se lanzan al mundo. Interesante momento aunque probablemente lo hace sin saber que lo hace, pues esta ola de nuevas versiones de películas ya contadas nos ayudan más como un ejercicio sociológico sin ser un verdadero refresco en su propuesta cinematográfica.

El mejor ejemplo de ello es lo que ocurrió con la nueva versión de El libro de la selva (EUA-Reino Unido, 2016), una historia a la que se atrajo al siglo XXI con las herramientas del siglo XXI. Más allá de buscar resucitar a su versión animada (un clásico por donde se le vea) la productora buscó al equipo necesario para manosear la historia escrita por Rudyard Kipling y convertirla en un mensaje verde adecuado para las nuevas generaciones que al contrario de todas las anteriores pudieron ver a animales de apariencia real interactuar con el famoso Mowgli, algo que sin duda y en los tiempos que corren (los niños abandonan muy pronto la inocencia y la ingenuidad) resultó una buena fórmula que, por supuesto y esa era la meta, generó las ganancias esperadas.

Otro beneficio de experimentos como ese es el impulso de los softwares que dejan que directores, productores, fotógrafos y animadores puedan concretar en la pantalla prácticamente todo lo que necesiten para contar su historia. Eso sin embargo representa en este famoso momento un peligro: el de la tentación de recrear cuadro por cuadro, encuadre por encuadre a esas viejas películas ahora con un look cercano a la realidad (real) que en Disney y sus vasallos a ciegas se empeñan en llamar live action, es decir, con actores (humanos o animales) de carne y hueso. A falta de ver el resultado de El rey León (EUA, 2019) y la calca que pretende de la película de 1994, los fans de Disney tienen la oportunidad de cuestionar a Disney por la necedad de seguir llamando a esa versión una real o live action sumada a la fijación de recrearla plano a plano en lugar de elaborar un discurso nuevo y propio.

Abonando al momento aparece una nueva versión de Aladdín (EUA, 1992) que, en términos burdos, está a la mitad de lo que ocurrió con El libro de la selva y lo que puede pasar con El rey León de Jon Favreau (que produjo y dirigió el nuevo Libro de la selva).

En esta versión co escrita y dirigida por Guy Ritchie hay cierta actualización de la historia del ladrón Aladdín para darle más espacio y discurso a una combativa Jasmín harta de servir de “decoración” y de nunca ser escuchada; pero también evidencia una dependencia gigantesca de la animación digital para hacer realidad escenarios, situaciones y personajes como el mono Abu, la famosa Alfombra voladora y sobre todo el Genio, interpretado ahora por Will Smith quien presta su voz cuando el genio es vaporoso y gigante y aparece reluciente y simpático cuando es turno de su número estrella (probablemente la mejor secuencia de la película sea precisamente esa, en la que Smith real interpreta la emblemática “Príncipe Ali”). Una pregunta puede resumir todo: ¿Para qué estamos contando de nuevo estas historias y por qué de esta forma?

La primera parte de la pregunta la responde Aladdín sin problema: en busca de mantener al mercado (que ha envejecido y madurado al contrario de los personajes -incapaces de hacerlo- los discursos deben actualizarse, modernizarse e incluso buscar aleccionar a quien llegue por primera vez a la historia, personas que en su momento serán también parte del mercado cautivo de Disney.

La segunda parte también la responde Aladdín. El uso de actores de carne y hueso que interactúan cara a cara, que elaboran cuerpo a cuerpo el diálogo, las oraciones, el simple movimiento de sus ojos le da a esta película la oportunidad de un humor más redondo, menos infantil a pesar de que la película en su conjunto se sienta como un estupendo cuento tradicional para niños. Bonita paradoja que nos deja por ese lado una película ágil en conjunto y divertida de arriba a abajo.

Sin embargo, la combinación no deja de ser del todo exitosa. Se sigue abusando de la animación digital y quizá la historia del ladrón Aladdín y de Jasmín representaba la oportunidad para dejar de cometer pecados en los que Ritchie se ve atrapado sin remedio.

A fuerza de alargar el brazo de esa película hasta la versión animada (¿para qué?), la animación digital termina por ser un lastre que se evidencia en el simple paso de un genio versión natural a otro versión digital (¿a dónde miran los ojos del Genio cuando es azul?): directores, fotógrafos, productores y animadores tendrían ya que ser mucho más humildes en el uso del digital que aquí busca sustituir al exotismo que debió tener la película y al errar el camino entrega un folklorismo plano y sin dimensiones.

La historia es atractiva para el mercado infantil y sin duda va a capturar su ojo, pero resulta triste que en su última tercera parte, cuando Jasmín entrega el mensaje más importante en Aladdín, el montaje de la película se sienta ya presuroso sabiendo quizá que le sobran un par se secuencias y un trío de situaciones.

Ello, sumado a la poca imaginación visual de la película (no se alternan planos, casi no hay juego de ángulos más allá de los que da de manera natural la grúa en los números musicales, la canción de Jasmín es visualmente rebuscada y por lo tanto melosa), deja un extraño sabor de boca en quien la experimenta.

Disney está entonces en ese instante en el que quiere revalorar sus historias y sus situaciones ante el cambio irrefrenable de su mercado, pero al ver el resultado de Aladdin sabemos que debe matizar todavía más sus decisiones: tenemos a una película entregada y hasta sincera, una producción de gran tamaño, de buen sentido del humor, bien actuada, cálida y festiva. Ello hace todavía más inexplicables sus pecados técnicos -comparen sólo la sencuencia inicial de Las aventuras de Tintin (EUA-Nueva Zelanda-Reino Unido, 2011) con la de este Aladdin que debió estudiarla a conciencia-, la necedad de alargar el discurso que después se convertirá en necesidad de premeditar su final. El espíritu está, pero es demasiado volátil.

CONOCE MÁS. Esta es la crítica de Erick Estrada a El Rey Arturo: la leyenda de la espada, dirigida por Guy Ritchie.

Aladdín
(Aladdin, EUA, 2019)
Dirige: Guy Ritchie
Actúan: Will Smith, Naomi Scott, Mena Massoud, Marwan Kenzari
Guión: John August, Guy Ritchie
Fotografía: Alan Stewart
Duración: 128 minutos.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *