Angelo, crítica.

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Angelo
La marca eterna
Por Erick Estrada
Cinegarage

Un par de planos muy abiertos sucedidos por interiores de colores perfectos y matices de inspiración, casi estática como la inquietante y gélida Michael: crónica de una obsesión (su película anterior, espeluznante ópera prima que ciega por su pertinencia). Así inicia Angelo de Markus Schleinzer, con una justa reivindicación de su estilo ¿tímido? en esta nueva apuesta.

En Michael (Austria, 2011) el estilo le sirvió para estirarnos los nervios en una historia descarnada y dolorosa y aquí tendrá una finalidad parecida con un tema distinto pero igualmente inhumano. El resultado es también una película trágica plasmada con aparente escasez de cortes y con aparente carencia de montaje.

Pero Angelo es mucho más que apariencia pues nos dejará inoculado un pasaje de la historia centrado y concentrado en el Angelo del nombre de la película, un chico africano comprado por una condesa europea que lo entrena en las artes para después enviarlo a la corte vienesa de inicios del siglo XVII de donde será desterrado por “atreverse a creerse un igual” y casarse en secreto con una mujer blanca.

Así, con pinceladas y giros en 90 grados que nos regalan sinopsis brutales por instantáneas (ese paso del Angelo adulto al Angelo anciano) es como Schleinzer relata el paso por las cortes de una persona a la que los demás no la creen persona pero le dicen que al europeizarse podrá llegar a serlo.

En ese momento la narración de Schleinzer se cruza con fortuna con el mismo horror con que retrató Michael y con una apuesta mucho más truculenta e incluso gráfica como la que lanzó al mundo Abdellatif Kechiche con Venus negra (Francia-Bélgica, 2010). Kechiche contó una historia similar al recoger la desafortunada odisea de Saartjes Baartman, una mujer que un siglo después de lo ocurrido con Angelo fue también llevada de África a Europa en donde encontró todo tipo de desgracias, todas producto del racismo y de ignorancia justo en los tiempos en que se decía gobernaba la razón.

Y ahí es donde Angelo complementa a la perfección la apuesta de Kechiche pues con un discurso visual de planos largos y lejanía en sus cortes narra la enorme paradoja de un hombre que fue educado para demostrar que “ese tipo de gente” puede “perder bestialidad” y no por un interés real en sus capacidades artísticas y que eventualmente, igual que Saartjes Baartman, es siempre visto como un fenómeno de feria, digno de análisis científico desde el pensamiento que creía que la única civilización válida era la europea y que el único ser humano real tenía que verse como los europeos.

En esos planos largos y en esos cortes lejanos, en ese ritmo reflexivo de la película ante su propio protagonista, se disminuye poco a poco la figura de Angelo en Europa en donde no es sino uno más, nadie especial: uno más en ese big long shot de entrada que nos niega su rostro, uno más cuando es comprado por unas monedas para demostrar una teoría que ahora podemos entrecomillar como “científica”, uno más que se convierte de un ser común en artista para luego, como dicta la “civilización” a la que se le ha forzado a pertenecer sin pertenecer (“tu castigo será tu libertad”), convertirse en pieza de museo.

Pieza de museo viviente y pieza de museo una vez que ya no vive.

El símbolo de Angelo a través de la deliberadamente imprecisa narración de Schleinzer abarca a toda la época colonial, al esclavismo y señala, como lo hace en su muy peculiar estilo la Venus negra de Kechiche, a quienes se empeñan o en negar las consecuencias graves y profundas del esclavismo o en quienes hoy, en pleno siglo XXI le niegan la humanidad a otros humanos.

Schleinzer pudo ser más crudo, pero al retomar la narrativa gélida de Michael es quizá mucho más punzante.

CONOCE MÁS. Esta es la crítica de Erick Estrada a La vida de Adele, dirigida por Abdelatif Kechice.

Angelo
(Austria-Luxemburgo, 2018)
Dirige: Markus Schleinzer
Actúan: Makita Samba, Alba Rohrwacher, Larisa Faber, Nancy Mensah-Offei
Guión: Alexander Brom, Markus Schleinzer
Fotografía: Gerald Kerkletz
Duración: 111 minutos.

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