Ya veremos, críitica

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Ya veremos.
El peso de la comedia romántica
Por Erick Estrada
Cinegarage

Mucho se ha dicho sobre la tendencia en el cine contemporáneo mexicano, la de filmar comedias románticas que por un lado dicen sanar el hartazgo del público de películas “oscuras” y “depresivas”, por el otro llevan gente a las salas de cine a reencontrarse con las propuestas mexicanas, desde otro frente reactivan el dinero que gira alrededor de la producción fílmica nacional (esto dicho sin matices, generalizando al 100%), y desde uno diferente permiten que todos los involucrados sigan trabajando en lo que les gusta y viviendo de ello. Este último punto es probablemente el único cierto y en consecuencia es más creíble e irrebatible.

Sin embargo, como en todo, hay lados no necesariamente tan luminosos. Sin entrar al debate del cine de evasión (aceptable pero nunca al 100%) o al de la posible canibalización de la audiencia entre un cine mexicano que al presentar propuestas menos arriesgadas obtiene apoyos y pantallas de manera menos comprometida que un cine independiente que busca otros temas y arriesga en consecuencia, hay que decir que la proliferación de comedias románticas en las pantallas nacionales y en las filas de películas a producir provocan en el cine mexicano fallas y errores que en apuestas como Ya veremos se evidencian sin añadir nada bueno.

No está mal, de ninguna forma, ver, producir o proyectar comedias románticas. Lo que en algún momento resultará contraproducente serán los efectos colaterales que esto arroje. Para visualizar lo que ocurre en Ya veremos de Pitipol Ybarra (escrita por Alberto Bremer) centrémonos en lo que puede ocurrir (y de hecho, ocurre) en públicos acostumbrados al tono ligero de estas apuestas, a su casi necesaria vaguedad formal (aunque existan ejemplos de que puede hacerse lo contrario), a lo monocromático del tratamiento cuando estas comedias se convierten en tendencia (el próximo pretendido éxito debe parecerse a la película taquillera anterior), a la solución fácil y al desenlace luminoso, feliz, sin mancha en el historial de sus personajes. Homogeneizar la propuesta deseduca audiencias, las mal acostumbra, disminuye el nivel de exigencia.

En un cine que busca recuperar su mercado eso corre el peligro de transformarse en un círculo vicioso. ¿La razón? Al buscar el éxito en taquilla, rápido, instantáneo, desechable la mayor parte de las veces las películas replican la fórmula, reproducen el esquema para que vuelva al cine quien haya pasado un rato frente a una comedia romántica que no le exige nada pero que tampoco altera su nervio con ideas con riesgo, con densidades diferentes. Es probable que muchas buenas ideas se vean contaminadas con la fórmula que ha llevado gente a la taquilla: situaciones resueltas a la ligera, forma sin valles ni crestas, humor de usar y tirar, lugares comunes que deben conducir irremediablemente a un final no sólo satisfactorio sino aséptico.

Esas son, precisamente, las tuercas que suenan cuando se lanza a caminar Ya veremos, una historia que evidencia y hasta luce sus buenas intenciones, pero que se nota contaminada de una fórmula que busca (¿desesperadamente?) al mercado.

El padre y la madre de Santi (resulta absurdo y reiterativo que ambos sean incapaces de llamarlo por su nombre sino hasta el final de la historia) se ven forzados a convivir a lo largo de una semana debido a que su hijo, enfermo de glaucoma juvenil, hizo una lista de cosas que tienen que hacer los tres antes de la operación que podría dejarlo ciego. El tema, como se ve, tiene fondo, cuenta con posibilidades incluso dentro de la comedia, pero la película se siente temerosa a asumirlas como corresponde: quizá con un humor más agrio, más maduro, menos infantiloide (el gag de las zanahorias sale por completo del marco de la película), con un esquema mucho menos aspiracional -la cinta no se cansa de “lucir” Santa Fe- pero que se contradice con su desarrollo -Acapulco como destino de playa para una pareja que bien pudo pagarse un viaje en el que efectivamente ocurra un encuentro con tiburones como lo exige la lista del buen Santi, luna de miel de por medio o no-; quizá con algo menos de atracción a la comedia ligerísima con situaciones que no se discuten ni se resuelven del todo (abundan los diálogos escapistas que sirven para cerrar escenas o secuencias, nunca para discutir realmente un tema y darle vuelta a la hoja); quizá con ello las buenas intenciones de la película no serían lo único a rescatar en ella. Una lástima, especialmente cuando nos damos cuenta que el guión anterior de Alberto Bremer (Un padre no tan padre) se quedaba a medias por situaciones similares (aunque con mejores resultados).

Dicho eso, sólo falta resaltar que Ya veremos no es la comedia familiar que lidia alrededor de la enfermedad de su miembro más joven para redefinir la relación de sus padres como se nos hace creer al inicio. Y no lo es de manera desafortunada. Ese era un camino con potencial y sin embargo el que sigue Ybarra se divide en tres o en cuatro y la apuesta rebota en tonos tremendamente desiguales. A veces presenciamos (sin mucho énfasis) la profundización de la relación padre-hijo -los ejemplos a seguir abundaban pero mencionaré About a Boy (Reino Unido-EUA-Francia-Alemania, 2002) por utilizar uno en el que el lazo familiar ni siquiera existe-; otras, la amargura entre los divorciados -nuevamente con diálogos reiterativos e infantiloides-; en una más vemos su posible enamoramiento -que al estar presente el veneno de la comedia romántica sabemos que ocurrirá-; y otras nos topamos con una casi novela aspiracional que nos hace sentir que Santi está más cerca de la muerte que de la ceguera, misma que nunca se discute de manera real pero que cumple cuota de presencia con un par de escenas en las que el niño parece asumir melodramáticamente su enfermedad (escenas igualmente escapistas e inconclusas: “lo amo” dice la madre al ver a su hijo entablar plática espontánea con un niño ciego, “yo también” responde oportuno el padre para culminar la escena).

En su indecisión, en su falta de pulso, en su no saber a dónde ir que provoca una divagación sin resultados satisfactorios; en su abandono a su propia corriente (a veces la película depende exclusivamente de la simpatía de su reparto… que es mucha, eso sí); en la inmadurez de sus personajes supuestamente adultos, ahí está el pozo en el que se hunde Ya veremos, todo materializado en el miedo que demuestra para entregar un final más propositivo, menos cercano a la complacencia de la comedia romántica promedio, menos inofensivo y que además juega a ser abierto sin lograrlo. El público puede estar mal acostumbrado a ellos (a los finales cómodos), pero no por eso merece la brusca obviedad de uno y mucho menos que, como público, se le proteja de manera tan descarada.

CONOCE MÁS. Esta es la crítica de Erick Estrada a Un padre no tan padre.

Ya veremos
(México, 2018)
Dirige: Pitipol Ybarra
Actúan: Fernanda Castillo, Mauricio Ochmann, Emiliano Aramayo, Rodrigo Cachero
Guión: Alberto Bremer
Fotografía: Martín Boege
Duración: 97 min.

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