Un final feliz.
El musculoso rencor
Por Erick Estrada
Cinegarage
¿Quién le pidió a Michael Haneke una película con final feliz? Porque ha tenido una idea que de tan buena y entregada a un genio del tamaño de Haneke, ha dejado un dulce envenenado en cada una de las butacas del cine, una gelatina hecha con medusas que puede atragantar a quien las pruebe o llevarlo a generar memorias que se distorsionan con los choques eléctricos de un director que parece recordar demasiado bien sus propias películas.
Muchos han dicho que Un final feliz es una película auto referencial. Lo es, Haneke, su genio, los momentos que nos ha hecho pasar en el cine, lo ameritan.
Muchos han dicho que Un final feliz es una de la comedias negras más agrias que se han hecho en la historia. También lo es. Haneke recorre a cada uno de los arquetipos de la familia de la alta burguesía europea con ojo de águila y con tecnologías que nos controlan más allá de lo que creemos: la secuencia inicial, inquietante, amenazante, angulosa pero elemental en su narrativa en la que “alguien” (ya veremos quién) graba a una persona mientras pretende darle órdenes a través de textos sobre el video, órdenes que no lo son (la persona retratada ejecuta una rutina universal) pero que vistas a través de un teléfono, en tiempo real, con el ojo del asesino en serie (espía, invisible para su víctima) parecen controladoras y dominantes.
Lo mejor es que desde ese momento Haneke deja claro el tono de su comedia, diáfano en lo visual, con pocos engaños, pero crudo, crudísimo en el acercamiento a los personajes a los que parece despreciar con musculoso rencor: el padre de familia amargado por culpa de la gente que lo rodea (y que nos lleva a la grandiosa Amour); la hija enamorada de su éxito (Isabelle Huppert) comprometida con un banquero inglés casi incompetente social; el hijo de esta mujer, otro incompetente social, miembro incómodo de esta familia mezcla súper balanceada de Los locos Addams, Los Supersónicos y la familia Ewing famosa por Dallas. A través de ellos vemos y comprobamos que el mundo real de esos burgueses con amantes y problemas minúsculos (el perro ha mordido a una niña, el hámster ha muerto) no tiene nada que ver con el mundo real, el del cambio climático, el de las guerras civiles y el del hambre universal, el de los migrantes y los refugiados en Europa.
Haneke los recorre uno a uno (hay que agregar al marido transparente dominado y sometdo cruel y tecnológicamente por su hija y estupendamente interpretado por Mathieu Kassovitz) salpicando su narración con toques tétricos que en el marco de esas altas esferas sociales y financieras transforman a esta nítida narración en un chiste de chistes con el humor más gélido que se pueda detectar en años a la redonda: el hámster no murió solo, fue víctima de una sobredosis de antidepresivos… Esa es la línea de Haneke para hablar de él y para hablar de cómo él ha hablado de los demás.
Si bien en esta lista de auto referencias aparecen delicias del tamaño de El video de Benny (Austria-Suiza, 1992) con la secuencia-control del inicio, Haneke jamás se asoma a las profundidades humanas y teóricas ni de esa ni del resto de sus películas. Parece más bien querer elaborar un puente entre esas oscuridades y cavernas humanas hacia un cenote en el que se pueda tomar aire para, ojalá, después continuar el viaje.
Cierto, Un final feliz parece un pastiche de situaciones absurdas que no tienen el nivel del resto de la obra de Haneke.
Cierto, la brújula se descompone por momentos y damos vueltas en círculos que incluso despojan a la película de su muy particular tono.
Pero es preferible que un “Ensayo cómico de mí mismo” lo haga Haneke a que la idea caiga, diré un nombre al azar, en directores como M. Night Shyamalan. Millones de veces preferible, especialmente por la incertidumbre encerrada en su genial remate.
CONOCE MÁS. Esta es la crítica de Erick Estrada a Amour, la anterior película de Michael Haneke.
Un final feliz
(Happy End, Francia-Austria.Alemania, 2017)
Dirige: Michael Haneke
Actúan: Isabelle Huppert, Jean-Louis Trintignant, Mathieu Kassovitz, Toby Jones
Guión: Michael Haneke
Fotografía: Christian Berger
Duración: 97 min.