La maldición de Thelma, crítica. Vean aquí la película.

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Crítica de La maldición de Thelma.

La maldición de Thelma
El horror de la libertad
Por Erick Estrada

Cinegarage

Un zoom de Joachim Trier y de su fotógrafo Jakob Ihre (han trabajado juntos en prácticamente toda la filmografía del director) inaugura esta fábula convirtiendo un big long shot gigantesco en un long shot escalofriante tanto por el alcance de la lente de Ihre como por la sensación que comunica en su aparente simpleza: tenemos un objetivo que aunque parece elegido al azar parece mostrar un toque especial.

Ese mismo zoom, repetido con ritmo pero nada de insistencia en esta historia de caminos alternos invisibles, se vuelve una puerta de entrada a la cabeza de ese objetivo, la Thelma del título, una chica común y corriente que al abrir su cabeza, sus pensamientos y sus pesadillas a nosotros (estas últimas no tardan mucho en hacerse presentes), nos deja saber que de común hay muy poco y que esa puerta de entrada estará controlada por ella.

Para narrar esta historia de madurez y de libertades, Trier ejecuta una pieza de caminar ligero pero de huellas profundas en la que Thelma se reencontrará con una parte de ella misma que aunque parece que la ignoraba, sabremos pronto que sólo estaba olvidada.

Antes de encontrarnos a Thelma en la explanada de su universidad, antes de saber que ese zoom es la puerta que controla, Trier cuenta un pequeño cuento sangriento como prólogo de su película: el padre de una muy joven Thelma, convertido en cazador, está a punto de concretar el trabajo que el famoso leñador de Blancanieves no pudo realizar. ¿Es entonces este un cuento de hadas muy entrado en la vieja tradición europea, en la que los dilemas morales serán el combustible de una anécdota revestida de amores y pasiones? Caminar ligero de huellas profundas.

En la suma de estas partes el zoom aporta todavía más. Thelma ha encontrado también pulsiones sexuales que se enfrentan sin timidez a la estricta educación conservadora de su familia, que apenas ha conseguido el dinero suficiente para que ella estudie la universidad sin tener que trabajar. Y en esa contradicción de restricciones y libertad -de lo que pasa en casa y lo que puede pasar en la universidad- ese falso movimiento de cámara, aletargado, a veces imperceptible en las pantallas esbozadas por Ihre, se convierte en sobrenatural, en vehículo conductor de elementos fuera de la lógica racional.

Thelma siente atracción por una chica; Thelma sigue pensando en la estricta educación de sus padres; Thelma sigue sin recordar por qué su padre la llevó de cacería aquella nevada mañana; Thelma comienza a sospechar que su fuerza es grande; Thelma no sabe qué tipo de fuerza es esa. Pero en esa agitación, en esa lucha entre el deseo y la razón, entre el pensamiento y la pasión, Thelma enferma.

En ese punto la historia escrita también por Trier (al lado de Eskil Vogt) cruza ideas y conceptos con otras películas, todas con protagonistas femeninas, que usan al género para re establecer libertades y poderes también femeninos en un mundo que lo pide a gritos. Algo similar hizo It Follows (Está detrás de ti, EUA, 2014) con la historia de una chica que en medio del horror de un pecado que la persigue sólo debe asumir que entre más practique (y practiquemos) el sexo, menos auto castigo soportará y perderá su estatus pecaminoso. Con una enfermedad que aunque es distinta deja ver intenciones muy parecidas, Voraz (Francia-Bélgica-Italia, 2016) abre un mundo de posibilidades a una chica igualmente reprimida, todo a través del horror (el género y la experiencia) de llegar a la universidad y tener que endurecer la coraza a golpes.

Sin querer establecer una comparación real, algo también parecido podríamos encontrar en El exorcista (EUA, 1973) de William Friedkin que aunque diserta más sobre la fe y la pérdida de la misma, al usar a una chica como vehículo de ataque a la poca fe que un sacerdote conserva, podría también interpretarse como el símbolo de un miedo irracional y supersticioso a la madurez (intelectual y sexual) de una chica a la que se considera angelical y pura (la atribulada Regan), aunque ahí desde un punto de vista completamente masculino y por lo tanto temeroso de ella.

La bruja (EUA-Reino Unido-Canadá-Brasil, 2015), esa pequeña obra maestra de Robert Eggers, es también una fábula (esa sí más negra, más tenebrosa, más violenta incluso que Voraz aunque sin la sabrosura gore/sexual de aquella) que ilustra los temores y los miedos del mundo masculino ante la madurez sexual de una mujer no sólo fuerte, sino inteligente, algo que ese punto de vista no puede permitirse.

La maldición de Thelma, jugando con herramientas también desconcertantes pero añadiendo el ingrediente casi de super poderes que Kimberly Peirce quiso insertar en su nueva versión de Carrie (EUA, 2013)- a pesar de que la primera Carrie (EUA, 1976) los comunicaba con agilidad casi subliminal- convierte a Thelma en una sublime amenaza al status quo del que procede y, en consecuencia, a buena parte de aquel del que va a formar parte; toma sus propias armas, visuales y anecdóticas, para convertirnos en atolondrados y temerosos testigos del despertar de su fuerza, la de una mujer que reconoce sus pulsiones, sus pasiones, sus razones, sus libertades y sus deseos en un mundo que desde siempre le ha dicho que debe reprimirlos. Aquí el zoom se ha convertido en un silencioso y escalofriante rechinido, las aves mueren en pleno vuelo, hay serpientes que amenazan ocultas en las pesadillas, los cabellos de la persona amada realizan un tránsito imposible y escalofriante convirtiendo en fantasma todo lo que los rodea.

En ese remolino, la historia de Trier pareciera llevar a La maldición de Thelma -casi a la fuerza- a lo que se le ha dicho es el lado “no sagrado” de las cosas, un lado en el que su padre al que conoce prácticamente como su confesor, puede transformarse en el verdugo que consume la misión abandonada en aquella mañana nevada de cacería.

¿Deshacerse de lo incómodo, de lo doloroso, de lo maldito, lo elimina realmente del mundo? Esa pregunta, en la gran columna narrativa establecida por Trier, se la hace Thelma y se la hace su propio padre aunque la respuesta (aún siendo la misma) los lleva a ambos a lugares completamente distintos aunque para los dos representa un reto moral más grande de lo que creen. El padre, efectivamente, puede convertirse en verdugo de algo que desconoce y que señala como impuro para salvar la parte menos gozosa de su existencia, pero ello también contradice las reglas por las que ha conducido su vida desde siempre (no matarás).

Thelma, por su parte, puede suprimir sus pasiones y sus deseos y curar su “enfermedad” (esa mezcla de Regan y Carrie resulta fascinante), aunque ello represente aceptar el mundo y el pensamiento que su padre le impone.

Trier aboga por las libertades envolviendo todo en un mundo simbólico en el que consigue eliminar la idea de maligno de las serpiente de las pesadillas de Thelma y en el que logra que las dimensiones se besen bajo el agua. Pero en ese mundo simbólico también lleva al padre al viaje dentro del fuego que quizá para él es un castigo pero que bajo su propia óptica, alguien más (¿nosotros?) podría leer como purificador. El exorcismo se ha completado.

Esas libertades, asumidas y en práctica (como ocurrió con Carrie, como ocurrió en Está detrás de tí y como celebra La bruja en su magnífico aquelarre), convierten los espasmos enfermos y enfermizos de Thelma en agitaciones orgásmicas, todo tras conocer que para un mundo que prohíbe y condena, el demonio está escondido en el hecho de ser quien se quiera ser, algo que Thelma ha buscado toda su vida.

Trier ha transformado la fábula de esta chica en busca de identidad (sexual, de género, intelectual, física y espiritual) en un casi tarkovskiano túnel de brujería escandinava, pero una brujería que enfrenta con gozo y con libertades al puritanismo opresor de un mundo enamorado de sí mismo. Parte del terror que genera su delicada pero intensa narración viene de la sacudida que a ese mundo provoca el empuje poderoso del amor y de la razón: viene de la libertad conquistada por Thelma.

Lo demás es una fábula que cierra a la perfección: sacándonos de la narración con un zoom back igualmente fantasmal pero casi sanador que nos deja clara la extraña frontera en la que ha caminado toda la película. ¿Es La maldición de Thelma un círculo espacio temporal de extraños sucesos que buscan una respuesta? ¿O es ese zoom back una señal que de las libertades conquistadas por Thelma pueden ser logradas por cualquiera?

Al parecer cualquier respuesta es válida.

CONOCE MÁS. Esta es la crítica de Erick Estrada a Voraz, película de horror con propuesta similar a La maldición de Thelma.

La maldición de Thelma
(Thelma, Noruega, 2017)
Dirige: Joachim Trier
Actúan: Ellen Dorrit Petersen, Eili Harboe, Okay Kaya,Henrik Rafaelsen
Guión: Joachim Trier, Eskil Vogt
Fotografía: Jacob Ihre
Duración: 116 min.

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