El vigilante, crítica

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El vigilante.
Mini Magnum
Por Erick Estrada
Cinegarage

La penumbra invade un edificio en construcción. Los metales y el concreto se desdibujan formando a veces ideas fantasmales en los vigilantes de la obra -que juegan a testigos de los obstáculos del diario entre capataces y albañiles- y otras se convierten en geométricas composiciones que con gélida fortuna eliminan los colores en la película de Diego Ros, un cruce de thriller social y película casi de denuncia inmerso hasta los hombros en el lodo de un país descompuesto y sin futuro (México, por si alguien dudaba).

El vigilante nos centra justo en eso, en el vigilante de la obra que debe abandonarla para entregarla al turno nocturno, humano, responsable, correcto en grados de credibilidad pocas veces concretados en el cine mexicano y que ve -a través de los mejores elementos del guión “bola de nieve”-, cómo de entre los dedos se le va su noche libre entre eventos que gracias a esta estupenda construcción de tono se transforman sin escándalos ni sobresaltos -sin flashes ni retoques en busca del shock, sin perturbar pero sin pasar de largo- en símbolo de la violencia y la rapiña extendidas por el territorio mexicano, todo con la naturalidad e indiferencia de buena parte de sus habitantes que resulta pasmosa en su impotencia e inactividad.

Pequeños robos de materiales, un habitante tan incómodo como inofensivo, la policía y la sospecha que despierta al hacerse presente tras el hecho que dispara esta narración: una camioneta abandonada en medio de donde todo está abandonado. Un niño que primero suena a aparición y después, en secuencia espeluznante, es recogido por un padre del que todos sospechamos lo peor. Todo teje primero un caso que saca de lo convencional a esas guardias a las que todos le asignamos tono intrascendente para después aterrizar con un estruendo apagado (como las vigas de la construcción que aquí son escenografía y mensaje) en una acusación sincera y honesta a un país en el que se calla antes que actuar.

Lo mejor es que El vigilante lo hace sin ofensa, sin señalamientos, de una forma tan natural que sobrecoge (esos diálogos, pulidos y honestos) y además usa un humor que probablemente no se buscó pero que es tan sutil que le regala una bonita dosis de ficción rebuscada a un vigilante natural y humanísimo, testigo inconforme de la descomposición que lo aprisiona inexplicablemente como lo hace la débil reja de la construcción que lo separa de su noche libre: en el ir y venir, en el subir y bajar, nuestro vigilante poco a poco abandona el uniforme y se enfunda en una hawaiana que debajo de su bigote casual nos lanza la imagen de un mini Magnum (Investigador Privado) que en su impotencia terminará aceptando lo inaceptable, a riesgo de ser molido a palos en el primer descuido.

Ese Magnum, esa policía inexistente en un México que parece en construcción pero que en realidad está en ruinas (como los escenarios de Ros), esa fila de hechos que en su inocencia esconden la tragedia, son todos abono de una película sincera, bien armada, estupendamente ejecutada, que podría llevar al cine de género a un nivel muy pocas veces visto y menos veces explorado en un país que lo necesita tanto como la acción antes que el silencio.

CONOCE MÁS. Este es el palmarés del FICM 2016 en la que El vigilante resultó ganadora.

El vigilante
(México, 2016)
Dirige: Diego Ros
Actúan: Noé Hernández, Leonardo Alonso, Iván Cortés, Ari Gallegos
Guión: Diego Ros
Fotografía: Galo Olivares
Duración: 75 min.

 

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