Lady Bird, crítica

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Lady Bird

Sin pista alguna

Por Erick Estrada

Cinegarage

Lady Bird aletea demasiado antes de encontrar su rumbo. Por momentos, una vez que la cámara se ha decidido a dialogar con nosotros, parecería un pequeño drama en el que los encuentros y desencuentros de una chica -que en un ataque egocéntrico ha decidido cambiar su nombre por el de Lady Bird- tendrá con su madre, preocupada antes que nada por el paso de su hija a la universidad.

Pero no. En otros instantes, parece que la película entrará en el siempre fértil terreno de las high school movies en donde la identidad se moldea o se encuentra o ambas cosas, ahora desde la perspectiva de una chica que, para variar, reniega de estar donde está. Pero tampoco. La cinta después cambia rumbo y roza con cierto descaro la comedia romántica en la que dos desubicados encontrarán sus nuevas direcciones.

Lady Bird, sin embargo, no es nada de eso y es al mismo tiempo todo. Lo malo del asunto es que lo es, en apariencia, por una necesidad de convocar al mayor público posible antes que por buscar identidad propia. Se trata de un desafortunado juego en el que una película busca su identidad mientras persigue a un personaje en principio fantasmal que a su vez busca su propia personalidad. Rizando el rizo.

Greta Gerwig, que aquí debuta como directora, introduce además un aroma a “Las viñas de la ira” (novela y película) que deberían guiarnos en el aterrizaje al tema central pero que se disuelve sin oponer resistencia y si dejar sustancia detrás. Si la familia de Lady Bird ha tenido que mudarse a Sacramento por cuestiones de dinero y si las dificultades financieras van a ser parte del drama que día a día vive esta chica, ¿por qué el empeño en dibujarla como egoísta e irresponsable?, ¿en alejarla a causa de un inexplicable y vanidoso derecho divino de esa problemática?, ¿de llevarla por las mismas razones a la búsqueda de una carrera que su familia no puede pagar “en la Costa Este, alejada de la superficialidad y vacío intelectual de California”?

“Las viñas de la ira” pintaba escenarios completamente distintos y desde ahí, desde su arranque la película demuestra sus problemas de concepto.

Antes de caer en ese barranco, Lady Bird ignora posibles inspiraciones en historias que también usan a chicas para dialogar con el público, desde Mean Girls (EUA-Canadá, 2004) y su sensualidad maligna, hasta Hairspray (EUA, 1988) y su anécdota liberadora, pasando por la María Antonieta (EUA-Francia-Japón, 2006) de Sofia Coppola que usa a la realeza (a la que parece querer pertenecer nuestra desubicada Lady Bird) casi de la misma forma que la utilizó Clueless (EUA, 1995), aunque ambas, al contrario de esta historia, con los pies bien puestos en la tierra y con una meta clara a la que llegar.

Si Lady Bird es una versión intelectualizada de Clueless, su falta de certeza y pulso débil son muestra de lo que ocurre precisamente al intelectualizar lo que el drama y la comedia han contado con herramientas simples y elementales.

Si Lady Bird pretendía mover nuestra empatía hacia una chica atorada e incapacitada para alcanzar sus sueños, también falla el blanco al mostrarla como una bolsa de caprichos por los cuales llega a traicionar a prácticamente todos los que la rodean, rematando con una madre que busca hacerla entrar en razón para alcanzar esos mismos sueños por una vía menos sencilla que la de mudarse a sus costillas cerca de Nueva York, “donde vive el arte”.

Falla porque, en una comparación que resalta la paradoja, frente al personaje desubicado, vanidoso y distraído de Alicia Silverstone en Clueless, el de Saoirse Ronan (igualmente fuera de elemento), resulta más privilegiado en prácticamente todo excepto en lo económico. ¿Por qué una es capaz de replantear su situación y dar el paso adelante comprendiendo todo lo que la otra (Lady Bird) se empeña en ignorar hasta que es demasiado tarde?

Según el discurso de Gerwig, su personaje ama pero no lo sabe y a pesar de ello la película jamás se esmera en llevarla a confrontar esa contradicción. En consecuencia el personaje amatorio aparece como enemigo de todos y en particular de su madre a la que le declara su amor una vez que sus mecanismos la han llevado a donde quería estar: fuera de Sacramento y demasiado tarde.

Una consecuencia más de la imperfección de su tono: al conocer así a la historia, los sueños que dice querer alcanzar una chica -que a conveniencia hace migas primero con los descastados y después con la pandilla de onda en la escuela- saben más a venganza por el tiempo perdido en una ciudad en la que sencillamente no quiere estar que a la consumación de una lucha azarosa y desgastante. Es decir, tampoco estamos ante una anécdota coming of age… hasta que es demasiado tarde.

No hay crecimiento, no hay evolución, hay pedantería que funcionaría si el centro de atención no fuera Lady Bird y lo fuera, en cambio, su madre, su familia o sus amigos. Pero es precisamente por la intelectualización innecesaria de temas mucho más comunes de lo que se cree, que la película -después de aletear exageradamente alrededor de su propuesta- termina convertida en un berrinche sordo encapsulado además en un lenguaje visual plano, sin fuerza, desencantado no por el tono de la película, sino por no saber a dónde dirigirse.

Si Gerwig quería mostrar a un personaje que huye y que corroe y por ello lo hace a través de una cámara pastosa y opaca para ensalzar tácitamente a quienes ese personaje daña y de los que abusa, dio justo en el blanco. Si la idea era la contraria, el resultado es desconcertante por pedante y aburrido por disperso.

CONOCE MÁS. En este episodio Erick Estrada entrevista a Amat Escalante. El tema es su película más reciente: La región salvaje.

Lady Bird
(EUA, 2017)
Dirige: Greta Gerwig
Actúan: Saoirse Ronan, Laurie Metcalf, Tracy Letts, Lucas Hedges, Timothée Chalamet 
Guión:  Greta Gerwig  
Fotografía: Sam Levy 
Duración: 93 min.

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