Las horas más oscuras, crítica. Película de la semana.

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Las horas más oscuras.
El viejo patriotismo
Por Erick Estrada
Cinegarage

Winston Churchill recorre las calles de Londres en un momento luminoso para él pero doloroso para el país. Está a punto de convertirse en Primer Ministro del Reino Unido en medio de una guerra con los Nazis que amenaza el núcleo mismo del Imperio. Al entrar al segundo tercio de una narración que para el personaje representa una pesadilla recurrente, Winston Churchill realiza el mismo recorrido, en el mismo auto, probablemente auxiliado por el mismo chofer, pero algo ha cambiado.

En el primer recorrido la rutina parecía desarrollarse casi con normalidad. Los vendedores de periódicos hacían lo suyo, la gente caminaba a sus trabajos, desahogaba las entradas al metro, sacudía sus abrigos casi con despreocupación. En este segundo viaje, en un punto casi violento en la historia que cuentan al alimón Joe Wright y el guionista Anthony McCarten, el panorama se ha transformado para mal. Las calles lucen sucias, descuidadas, los sacos de arena se apilan en la entrada de los negocios, la gente luce un tanto desaliñada y presurosa de llegar a donde sea, parecería que están en la otra cara de la moneda. Y sin embargo, Wright y McCarten obligan a su Winston Churchill, ahora atrapado entre las amenazas nazis que parecen hacerse eco en las amenazas internas del juego político insensible y descarnado de Inglaterra, a hacer de nuevo el viaje, a recorrer las mismas calles y a atestiguar que la situación es todavía peor. En este tercer viaje la gente está enojada, descorazonada, las calles muestran las cicatrices del bombardeo de la criminal Luftwaffe, la lluvia cae emulando el golpeteo de la metralla y las ropas de la gente no pueden cubrirla de ese ataque ácido y oscuro.

En esos tres recorridos, simbólicos al 100% está marcado el tono de la historia y está medida la historia dentro del tono. Las horas más oscuras cumple la promesa de su nombre y nos lleva del instante personal y luminoso de un Winston Churchill que se sentía abandonado y terminado y que se convierte en Primer Ministro (para después serlo también de una reina joven) en un momento crucial, para depositarnos un par de horas después en el pozo menos luminoso, atascado de fango y carente de esperanza de la Inglaterra que enfrentaba la invasión nazi casi sola, sin que Estados Unidos se decidiera a sumarse a la pelea y casi sin ideas para salir de su cada vez más pequeña trinchera.

El tono es, entonces, preciso: veremos todo desde la óptica de Churchill, desde su propio interior y para ello era necesario precisamente lo que Las horas más oscuras ejecuta. Primero, un actor con solidez y tamaño, que aquí lleva el nombre de Gary Oldman y que se muestra consistente como hace mucho no se le veía, contundente y mortífero en una transformación exterior indispensable para el papel pero que él usa solamente para otorgarnos el punto de vista de Churchill, para meternos en su mente, para empaparnos de sus ideas. Es decir, todo mundo hablará de la transformación física de un actor que nos recuerda que es un gigante, pero para él eso no es más (y por eso es un gigante) que un paso necesario para comunicar el interior a veces atormentado, a veces inspirado, a veces decadente y a veces anticuado del Primer Ministro (Churchill fue antes que nada un ser humano)  pues la película está apoyada en ese interior y no en el físico del personaje o del intérprete.

Arropando el trabajo de Oldman está la muy móvil cámara de Bruno Delbonnel y un montaje que a pesar de lo agitado de las situaciones que sufre Inglaterra en esta historia consigue encerrarnos todavía más en la cabeza de Churchill: ahí están los bombardeos sobre Londres, sugeridos y no evidenciados (al final vemos la guerra desde un lugar de privilegio, el de los políticos); ahí está un Churchill encapsulado en el encuadre en un momento de duda y desesperación; ahí están los tres recorridos por Londres, las tomas cenitales amenazantes como los ataques nazis, el laberinto del búnker oficina del Primer Ministro descrito y explotado con un dramatismo sutil y a la vez claustrofóbico: la isla inglesa es un encierro y dentro de ella está Londres, y dentro de Londres el búnker y dentro del búnker un Winston Churchill que nos encierra en sus pensamientos.

Después, la historia dentro del tono no es la del héroe victorioso y triunfante (todos sabemos cómo termina lo que Las horas más oscuras narra) que se pinta a sí mismo como un césar sin tacha. Tampoco es la del político luminoso y lleno de respuestas, seguro hasta en las peores situaciones y fuerte hasta el final. Por el contrario, en el trabajo conjunto de ejecución, dirección, montaje y guión, Churchill está al mismo tiempo atrapado en sus inseguridades (recordemos que era un hombre mayor cuando Inglaterra entró a la Segunda Guerra) y en los juegos de traición política de una burocracia inglesa preocupada por sí misma y no por las soluciones a un conflicto que rebasaba la comprensión de muchos de ellos, temerosos de perder privilegios antes que enfrentar la amenaza a las libertades de sus gobernados.

Sin ser una declaración de derechos o principios, Las horas más oscuras logra pintar el oxidado engranaje de la política inglesa en tiempos de guerra (y probablemente en los actuales) y logra describir otra guerra, la interna, la de los intereses de un grupo político que olvida para qué es un grupo político.

Las dos guerras que aquí pelea Winston Churchil se entrelazan para descarnar un acto que desde fuera parece heroico pero que ahora, desde dentro, nos obliga a comprender más los sacrificios del pueblo dentro de una guerra, un pueblo que soportó la caída en espiral y que puso a prueba su propia resistencia (vean la contraparte llamada Dunkerque, dirigida por Christopher Nolan), un pueblo que esperaba lo mejor de quienes decidían lo que se hacía en la guerra, pero un pueblo olvidado por esos estrategas y esos políticos a tal grado que lo vemos en picada en esos tres viajes que Churchill hace a bordo de su auto.

¿Es Las horas más oscuras un homenaje al pueblo inglés? Esa parece ser su última sorpresa a pesar de una secuencia que exuda falsedad y en la que Churchill encara a sus gobernados de la manera más directa posible. Y sin embargo sí lo es. Fueron y son ellos los que padecieron y sobrevivieron al fuego enemigo desde afuera y el fuego amigo desde el Parlamento. Fueron ellos los que tomaron los fusiles para enfrentar al viejo pensamiento nazi y ellos quienes desenmascararon (con todo y su reverencia a una corona en sí ya caduca) a los viejos políticos que querían vivir para siempre. La película usa a Churchill como catalizador de todo eso, pero lo usa con conocimiento de causa.

Pedir a Las horas más oscuras un planteamiento realista y poco simbólico sería no sólo un error sino un despropósito. Al encerrarnos en la mente de un Churchill más humano que otros que nos han regalado por ahí, encerrado él mismo en una tormenta de dudas e inseguridades, de errores y aciertos arriesgados, la película busca más un apunte crítico hacia las clases políticas y sus enfoques egoístas y un bombardeo directo a la cobardía de los totalitarismos pasados o presentes.

Hay que recordar que a Churchill lo devoró el tiempo, que pocos años después de terminada la Segunda Guerra demostró lo más anticuado de su pensamiento político, caduco ya para la segunda mitad de un siglo que empezaba a pensar en el futuro. Pero no hay que olvidar que atendiendo a ese egoísmo político fue que, mirando y comprendiendo al pueblo que peleaba la guerra consiguió dar un respiro a Inglaterra hasta que el segundo frente consiguiera abrirse derrumbando las estrategias nazis.

Pedir una película con más acción que palabras, con más exterior que ideas sería igualmente desproporcionado. Churchill era un hombre de discursos, mucha de su labor en la política se hizo en base a ellos, con palabras, tantas que Las horas más oscuras pudo haberse narrado dentro de una sola oficina. Ante ello, la respuesta del montaje y de los símbolos es un acierto (no carente de fallas y algunas exageraciones, pero un  acierto al fin) y la ejecución de Oldman no es sino la última tuerca de la maquinaria, una que dota de dramatismo a esos discursos pero que también deja claro que si bien Churchill derrotó al viejo patriotismo instaurando uno relativamente nuevo, el personaje fue también devorado por el tiempo

¿Formulaico todo? Quizá. Pero hay que dejar claro que la película no teme mostrar esa faceta de Churchill, la de la cuesta abajo, la del pensamiento que no cambia, la de la dirección que no se corrige. Al hacerlo entrega con ello un mensaje que le pertenece más a la gente y menos a los gobernantes. Al final la Segunda Guerra fue una pelea de egos y patriotismos ya caducos en el siglo XXI. Retratar a estas figuras con luces y oscuridades (a veces demasiadas luces) es un ejercicio necesario en nuestros tiempos para saber que esos egos y esos pensamientos monolíticos no pueden repetirse, vengan de donde vengan.

CONOCE MÁS. Este es un clip de Las horas más oscuras. En él pueden apreciar la sorprendente transformación de Gary Oldman.

Las horas más oscuras
(Darkest Hour, Reino Unido, 2017)
Dirige: Joe Wright
Actúan:  Gary Oldman, Lily James, Ben Mendelsohn, Stephen Dillane
Guión: Anthony McCarten
Fotografía: Bruno Delbonnel
Duración: 125 min.

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