¡Huye! Crítica, película de la semana

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Huye
La cruza improbable
Por Erick Estrada
Cinegarage

La mezcla es el futuro. Lo sabemos todos. Sin embargo, en cuestión de razas hay quienes se atreven a afirmar que la mezcla racial es contraproducente para el ser humano.

Esto viene a cuento porque si algo tiene ¡Huye! de Jordan Peele es un discurso racial, lo suficientemente inteligente y profundo como para haber engañado ya a buena parte de quienes buscan llegar de manera clara hasta él. No es una acusación, es que en realidad el mensaje es tan poderoso y probablemente tan de vanguardia, que quienes no hayan hurgado un poco más en la historia racial de Estados Unidos (del hemisferio occidental) partirán erróneamente de la premisa de que las películas de tema racial enfrentan a blancos con afro americanos.

¡Huye! No lo hace. Desde la minúscula anécdota en la que Chris, un chico afroamericano, visita la casa de la familia de su novia Rose, en apariencia blanca pero libertaria, y que con ello desata una serie de reacciones en las que vemos que la divisón racial en el mundo es una triste realidad que a veces se disfraza con el peor de los humores, desde ahí ¡Huye! sacude principios y prejuicios que, utilizando las maravillosas herramientas del cine de terror menos disfrazado, más humano, más primitivo en las palancas de las que tira para provocarnos, llegan mucho más lejos que una lucha entre blancos y negros en las que unos buscan exterminar a los otros y en las que esos otros buscan liberarse de un yugo.

Desde ese punto hay que acercarse a ¡Huye! Desde dos vertientes. Primero la del cine independiente de terror que la liga a una cada vez más consistente lista de propuestas igualmente profundas y atractivas y que van desde la infalible Déjame entrar (Suecia, 2008), hasta apuestas desconcertantes pero incluso lbertarias y de corte feminista como La morgue (Reino Unido-EUA, 2016) o La bruja (EUA-Reino Unido-Canadá-Brasil, 2015). En todos estos casos (y ahí va incluida ¡Huye!) el terror permite sacudir a la realidad en pos de construcción de símbolos que optimizan tiempo y que, por el otro lado, permiten una estilización que así, montadas y unidas en el discurso potencian tanto su racionalización como su disfrute.

A través de ello habrá que pensar también en propuestas de terror todavía más realistas, más directas y quizá por ello infinitamente más inquietantes: desde la hoy masificada La profecía (Reino Unido-EUA, 1976) podríamos hacer un viaje al pasado a la maravillosa The Wicker Man (Reino Unido, 1973) para encontrar ese primer viraje que de una comedia demandante y seca, casi rasposa, realista y de confrontación hace ¡Huye! hacia un ring casi onírico en el que poco a poco destacan preguntas (la película está llena de misterios incluso en su conclusión, como ocurre con el terror de primera categoría) que nos adentran a su tema central.

Pasamos así de cuestionarnos si Chris puede ser víctima de un control mental conspirativo o si es que acaso él y sólo él (y nosotros a su lado) es quien puede ver lo que, en ese pueblo de blancos al que ha llegado a pasar el fin de semana, ocurre con los pocos afroamericanos a los que se encuentra. ¿Qué es lo que ocurre? Muy al estilo de la no menos sorpresiva The Stepford Wives (EUA, 2004) los otros parecen programados, controlados, silenciados pero al mismo tiempo perturbados.

En ese momento, desde lo ultra realista a la lluvia de dudas en esa comedia de confrontación ¡Huye! juega con precisión y paciencia la carta del científico loco (ese personaje hoy tan menospreciado en el cine) que surge desde su suspenso académico e inspirado (esa primera cena familiar), Peele lleva a su narración a una estética y situaciones que parecen haber sido filmadas por el propio David Lynch.

Ahí está entonces su propuesta estética. Llevar a la película del mundo de todos al mundo de Lynch (con todo el riesgo que eso representa) para después, anunciado ya su científico loco (que nunca será quienes ustedes sospechan, eso es seguro) tomar una desviación más que, con todo lo alocado que suena, nos adentre en las maravillosas viscosidades violentas de David Cronenberg.

Esa es (Lynch/Cronenberg) la mezcla improbable que propone, usa, manipula y explota con finura y entendiemiento del género (y del lenguaje audiovisual) Peele.

La segunda parte de la propuesta es la idea que se propulsa con esas herramientas. Un discurso que despega desde que conocemos a esta pareja interracial y que se acentúa con la inmersión de Chris en la América blanca de cúpulas privilegiadas. Pero de nuevo, no se trata de una pelea por el dominio racial.

A través de un humor y de una serie de preguntas pertinentes y fantasmalmente planteadas frente a nosotros (no esperen una explicación directa, lo directo no es parte del cine de terror), Peele se coloca en su sátira a la altura del discurso de documentales como No soy tu negro (Francia-EUA, 2016) y Enmienda 13 (EUA, 2016), que desnudan el disimulado cambio de una sociedad esclavista como lo fue (y ellos demuestran en buena parte que lo sigue siendo) la de Estados Unidos, a una sociedad democrática. Y Peele lo hace además con la pertinencia de esas dos películas, en un momento en que la discusión de lo racial (sumada a la de los derechos civiles) está en la primera plana de los problemas contemporáneos.

Todo esto hay que aclararlo pues, en la idea de interpretación de muchos está la muletilla de señalar a una “víctima” en el cine de terror a partir de la cual se elabora su discurso. Ejemplos sobran: que si el villano (sobrenatural o no) castiga a las liberadas sexuales, a las minorías, a los ultraconservadores. Y sí, algo de ello hay en la película, pero afortunadamente la anécdota no se queda ahí.

En una primera y apresuradísima lectura la película podría ser acusada de castigar o condenar a la pareja interracial y con ella, a toda relación interracial contemporánea.

Pero al dejar que los aceites de la película trasminen las ideas que lanza y, sobre todo, las preguntas que detona, y con las herramientas del cine de terror aquí encarnado en la figura del casi olvidado científico loco, la anécdota tiene mayor alcance.

No se trata aquí de eliminar una raza en favor de otra, pero sí. No se trata únicamente (pero sí va de eso) del sufrimiento de los afroamericanos en la historia de Estados Unidos (esas lágrimas que surgen en momentos en que los personajes se ven sometidos e inmovilizados). No es cuestión de recrear la historia esclavista de ese país (y de otros como el nuestro) a pesar de que lo hace e incluso tiene su propio “momento Django sin cadenas” -en la que Tarantino se acerca al tema- con su escape sangriento y su casa en llamas.

En ¡Huye! es cuentión también de hablar y desgranar en medio de nubes de niebla (el terror no es directo jamás) a un sistema económico y político hipócrita y de doble moral, que usa a quienes cree sus súbditos de acuerdo a su propia convenienca (la plática alrededor de Jesse Owens es el comienzo de este camino profundo en la película) pero los desecha, los somete, los silencia cuando para ese sistema es necesario y oportuno.

En ese toque final ¡Huye! se transforma en un discurso de reflexión sobre su país de origen (Estados Unidos) pero también sobre todos aquellos hundidos en un sistema parecido o surgido de una aparente democracia que a su vez salió de un sistema basado en la economía esclavista, como lo es prácticamente todo el hemisferio occidental y con él, México.

La mezcla improbable surge entonces del combo Lynch/Cronenberg para hacerse más presente en aquella que nos invita a pensar en qué se parecen los sistemas racistas y clasistas de países como Estados Unidos, Francia y México.

La respuesta no es alentadora.

Y, dicen, “sólo es una película de terror”.

Con un lenguaje de pesadillas ultra realistas de brujería psíquica ¡Huye! es más que una película de terror.

¡Huye!
(Get Out!, EUA, 2017)
Dirige: Jordan Peele
Actúan: Keith Stanfield, Bradley Whitford, Allison Williams, Catherine Keener
Guión: Jordan Peele
Fotografía: Toby Oliver
Duración: 104 min.

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