Tenemos la carne, crítica. Vean aquí la película.

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Crítica de Tenemos la carne.

Tenemos la carne
La provocación no requiere retoque
Por Erick Estrada
Cinegarage

La provocación no es sencilla porque, contrario a lo que se piensa, nunca debe ser evidente. Tomen el ejemplo de una de las probables influencias de Emiliano Rocha Minter para su ópera prima (Tenemos la carne): Pasolini.

Capítulo 1: Teorema (Italia, 1968). En una casa burguesa a todas luces se aparece un hombre mitad dios mitad demonio que repasa sexualmente, en secuencias lánguidas pero más que sugerentes (por lo que NO se ve, antes que por sus desnudos) a todos los que viven en ella. Con Teorema Pasolini conmovió, criticó y desenmascaró las ideas aspiracionales y vacías de una burguesía que canibalizaba a la Italia de 1968, año en que está ubicada la también trepidante, lúcida, crítica y revolucionaria (por lo que propone, más que por lo que muestra) Los soñadores (Reino Unido-Francia-Italia, 2003), del otro italiano, Bernardo Bertolucci.

En Los soñadores, Bertolucci rescata también una serie de ideas críticas, emocionantes y libertarias, indispensables en lo que era todavía el nacimiento del siglo XXI y las acomoda en un cuento erótico donde las filias llevan la batuta y las fobias son combatidas con protestas y pintas callejeras. Es la revolución que en ese año se convirtió en una provocación que usaba al amor, al que se acababa de declarar muerto, como bandera, fuera este incestuoso o no. La provocación surgía cuando entre muchas ideas Bertolucci dejaba saber que todo el amor es incestuoso pues todos somos hermanos.

Capítulo 2: Saló o los 120 días de Sodoma (Italia-Francia, 1975). En pleno final de la Segunda Guerra Mundial una casa sirve de refugio fascista -y al mismo tiempo de fiesta mortuoria- del sistema que los ha protegido durante años. Ese sabor a muerte se extiende a lo que ocurre en esa casa, en la que un grupo de prisioneros son sometidos a todo tipo de prácticas sexuales, incluídas las más oscuras y dolorosas. Sade y sus amores, según este otro Pasolini, se han prostituído y han prostituído con ellos a un mundo que se entregó a la persecusión de las libertades, inlcuídas las amorosas que tanto celebró en su famosa trilogía erótica, igualmente provocadora sin necesidad de volverse gráfica.

Cierto, en Saló Pasolini se acerca y juguetea con lo explícito pero lo hace para dotarse un vehículo a través del cual quede clara su posición política y las consecuencias que sobre su persona ha tenido esa posición política. ¿Lo gráfico? Al dotarla de un montaje ascendente (o descendente si pensamos en los círculos del infierno sugeridos también en la película) Pasolini CONSTRUYE con esos penes al aire, con esa mierda en las pieles, con esos besos negros, con esas múltiples penetraciones e intercambio de fluídos, con esas mutilaciones, un testamento desilusionado que trágicamente materializaríamos muy poco tiempo después: “este mundo me ha tratado así a mí y a muchos de mis hermanos … y así seguirán las cosas” parece decir un Pasolini desterrado de sí mismo, sabedor de la persecusión de la que era objeto.

Epílogo: provocador resultó incluso ese truco llamado Irreversible (película francesa estrenada un año antes que Los soñadores), una película que tomó desprevenidos a muchos y que hizo de una escena de violación algo todavía más burdo (Gaspar Noé es un prestidigitador que sabe su oficio) y colocó en ella la plataforma para un sensiblero final romantizado que en el choque con el oscuro pasillo en el que Monica Bellucci era sometida y vejada, conseguía un efecto traumatizante que mucho le debía a lo gráfico de la escena con Bellucci pero que tampoco caminaba más allá, como no camina nunca su también “provocadora” propuesta Love (Francia-Bélgica, 2015), insulsa y pretenciosa para quien ha visto ya por lo menos dos películas pornográficas reales en su vida.

¿La razón? Porque la pornografía no es provocación. El erotismo sí. El grito no es provocación, lo que se dice entre líneas sí.

Tenemos la carne no es ni pornográfica (porque técnicamente no lo es), ni erótica (porque conceptualmente no lo es) y en consecuencia, no puede (porque no lo es) ser provocadora: se trata de un aguacero de shock con suficiente oficio, pero sin beneficio, sin testamento ni círculos del infierno… Aunque quiera hacernos creer lo contrario con su remolino de secreciones coloridamente retocadas. Retoque… Retoque… La provocación no requiere retoque.

CONOCE MÁS. Esta es la crítica de Erick Estrada a El faro, sorprendente y radical propuesta de Robert Eggers.

Tenemos la carne
(México-Francia, 2016)
Dirige: Emiliano Rocha Minter
Actúan: Noé Hernández, María Cid, Diego Gamaliel, Gabino Rodríguez
Guión: Emiliano Rocha Minter
Fotografía: Yollótl Alvarado
Duración: 79 minutos.

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