Kong: la isla Calavera, crítica. Película de la semana

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Kong: la isla calavera
Kongzilla
Por Erick Estrada
Cinegarage

¿Una película con Kong sin la sugerencia de una historia de amor?
Olviden todo lo que ustedes (re)conocieron con Peter Jackson y su -demasiado- cursi regurgitación de la historia clásica del gorila gigante suelto en Manhattan.

Si Jackson –voluntariamente o no- cerraba el mito tradicional que había inciado Merian C. Cooper en su película de 1933 y que dio el salto a la también estupenda King Kong (EUA, 1976) de John Guillermin, la película del inexperto en cine Jordan Vogt-Roberts se convierte en un eslabón de la serie cinematográfica que busca hacer frente a la ya insulsa y vacía lluvia de películas de super héroes (con sus gratas excepciones).

Es decir, en este viaje a la isla Calavera quieren que nuestra memoria recorra otra línea de tiempo. No se trata de una precuela a ninguna de las películas mencionadas; es, si estamos recibiendo el mensaje adecuado, una secuela-flash back a la incomprendida Godzilla (EUA-Japón, 2014) de Gareth Edwards. De hecho, y entrando de lleno al territorio geek, los créditos iniciales de esta historia ubicada en los 70 son prácticamente idénticos a los presentados en aquella, con “pietaje y notas periodísticas” y teorías conspiratorias que quieren inseminar nuestra imaginación para ubicar a esta película de aventuras como algo posiblemente verificable: nos piden de favor que nos traguemos la pastilla.

En realidad, la maquinaria refleja la necesidad de unir ambas historias bajo el Proyecto Monarch ficticio que, hasta donde vamos ahora, quiere cobijar en su universo a estos monstruos gigantes y su encuentro, con el discurso verde que por cierto pudo haberse inciado con el vínculo tácito entre el Kong de Guillermin y el peor rostro de la explotación petrolera.

Recordemos también que tras el éxito de la primera Godzilla (Japón, 1954), la clásica historia de aventuras y destrucción de Ishiro Honda, se produjo una serie de películas serie B que explotaban la presencia del gigante enfrentándolo a una lista peculiar de otros seres enfadados con un mundo en descontrol y que lo manifestaban con rounds que demolían ciudades enteras.

Lo mismo ocurrió con Kong quien, sólo para recordar, tuvo su primer encuentro contra Godzilla en la obvia King Kong vs. Godzilla (Japón-EUA, 1962): cine de luchadores con botarga, poca profundidad pero de gigantesco disfrute en el que la evasión se glorificaba en los rugidos de uno y las llamas de la garganta del otro.

Hoy nos piden volver a esos momentos de matinée sabatina, de infancia en películas de persecusión, de islas habitadas por monstruos insaciables y de corretizas locas en el patio de la casa que reproducían lo visto en el cine esa misma mañana.

Cierto, algo de contexto se le asigna a este Kong de la época de la Guerra de Vietnam: cada uno de los elementos con que se juega en este guión de Dan Gilroy, Max Borenstein y Derek Connolly podría tener un significado ante esa guerra: el ejército y sus oficiales que le encuentran sentido a la vida en la guerra pero no fuera de ella; los soldados hartos de un combate a ciegas, la burocracia que busca en los bombardeos beneficios no hablados con una prensa que documenta y cuestiona pero a la que se minimiza (esa toma en la que el lente de la cámara fotográfica reemplaza al cañón de un fusil); el bombardeo indiscriminado y la respuesta de un terreno desconocido y de sus habitantes, hechos uno para el otro y dominantes de las reglas del juego locales; y por supuesto los aventureros y mercenarios dentro de este enorme caldo del cutivo que gestó una de las peores guerras jamás experimentadas por la humanidad. ¿Son los monstruos de la isla Calavera los horrores de esa guerra, lo inexplicable de la derrota?: “El enemigo no existe, te lo inventas” se dice en medio de los combates ante lo inexplicable.

Por ello no resultan gratuitas -pero quizá tampoco tan afortunadas como muchos pudieran pensar- las referencias insistentes y muy poco sutiles al Apocalipsis ahora (EUA, 1979) de Coppola con todo y “La cabalgata de las Valkirias” convertida al pop.

Sin embargo, la película afortunadamente tampoco ahonda ahí y en su lógica onírica (como la que ha reinado en todas, abosultamente todas las películas de Kong), desarrolla una entretenida aventura en donde los sinsentidos abusan de nosotros que no resistimos la tentación de esa pastilla que tragamos apenas terminaron los créditos iniciales.

Ahí están unidos, en la necedad de la Guerra de Vietnam (Samuel L. Jackson es probablemente el monstruo dentro de casa) y en la presencia de los monstruos gigantes, el discurso verde que hace de Godzilla un kaiju comprensible y de Kong una respuesta a un sistema económico voraz y asesino. Y ahí está también la línea que ambos monstruos recorrerán para su encuentro en la pantalla dentro de tres años.

Sólo esperemos que esta oleada de películas de kaijus no alcance los niveles de ridículo, absurdo y vacío que hoy padece el cine de super héroes. Debe ser una serie de 8 rounds, no más.

Kong: Skull Island
(EUA, 2017)
Dirige: Jordan Vogt-Roberts
Actúan: Brie Larson, Tom Hiddleston, Samuel L. Jackson, John Goodman
Guión: Max Borenstein, Derek Connolly, John Gatins, Dan Gilroy
Fotografía: Larry Fong
Duración: 118 min.

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