El cliente, crítica. Película de la semana. Vean aquí la película.

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El cliente
Los secretos del clóset
Por Erick Estrada
Cinegarage

Remitiéndose a los clásicos (no sabemos qué tan voluntariamente), Asghar Farhadi abre su nueva exploración con un plano secuencia que de alguna manera nos lleva a lo más clásico del cine neo realista italiano, que en forma y fondo nos indicaba claramente que lo suyo eran historias comunes de gente corriente que si bien podían ocurrirle a cualquiera, normalmente se hundían entre otros tantos cientos de historias de todos los días. Ladrón de bicicletas (Italia, 1948) de Vittorio De Sica culmina así su cruel historia, devolviendo a sus sufridos personajes a una multitud a la vez acogedora y hambrienta y Un día particular (Italia-Canadá, 1977) de Ettore Scola (heredera sin duda de las glorias del neo realismo), hace lo propio con un movimiento similar pero hacia adentro, un paseo por las ventanas de una unidad habitacional que luego nos llevará a un plano secuencia dentro de uno de esos departamentos en el que, giro a giro, la cámara nos presentará a los miembros de esta familia a la que nunca veremos completa de nuevo.

Farhadi emula el juego y en su intruducción -en la que un edificio de departamentos se tambalea- nos muestra a un largo número de vecinos, miembros todos de la clase media iraní que tienen que abandonar sus casas bajo peligro de muerte. Sí, Farhadi lo hace también con un ágil plano secuencia en el que detectamos el espíritu de los vecinos a los que, efectivamente, no volveremos a ver jamás.

La mesa está puesta, esto podría ocurrir en cualquier sitio.

¿Exploración? Sí, volviendo al tema central de su filmografía más conocida Farhadi se centra en un matrimonio que, expulsado de su casa al inicio de la película, verá sacudidos sus fundamentos y sus ligas, como todos los matrimonios a los que Farhadi se ha acercado y entre los cuales nos ha regalado una visión cierta pero a la vez tremendamente metafórica de Irán, el país donde filma y vive. Aquí, el matrimonio en cuestión, actores, clase media educada, pretendidamente miembros de la modernidad mundial, se enfrenra a un acontecimiento que (como en todas las películas de Farhadi) muestra dos lados de la moneda.

Angustiados por poder comenzar de nuevo su vida, Rana y Emad quieren normalizar su estadía en su nuevo departamento y una habitación convertida en clóset se los impide: la anterior inquilina guarda ahí sus muebles, sus memorias, los dibujos en la pared de su hijo. La tensa calma de su nuevo espacio sufre un altercado más directo aún cuando ambos creen estar tan instalados como para abrir la puerta a prácticamente cualquier llamado de la calle. Rana lo hace y sufre en consecuencia un evento que destruye la rutina del matrimonio de tal forma que Emad se dedica desde ese instante a buscar al responsable de esa destrucción.

¿Thriller? ¿Película de venganza? ¿Denuncia del machismo de Irán? ¿Del mundo? Farhadi no se detiene a explicarnos y en su lugar nos regala un lenguaje visual hipnótico y endurecido; cierra los espacios y hace que sus personajes debatan y se cuestionen directa y literalmente en una puesta en escena que, como la que ensayan sus personajes (“The Death of a Salesman”, de Arthur Miller) sería tremendamente teatral si no fuera por un montaje de precisión brutal y una cámara que envuelve y se envuelve, sin clichés pero justo en herramientas dramáticas y visuales. Un prodigio de narración y de dirección de actores.

Desde ese momento la cámara subraya, da acentos mientras los personajes de Farhadi siguen uno buscando al vehículo de su venganza (¿tenemos en Emad a un animal herido en su ego, en su personalidad, en su modernidad?) y otra que descifra o quiere descifrar el nudo desatado quizá por ese cuarto aislado en el que alguien escondió algo. ¿Hay algún vínculo entre esa habitación y el suceso que ha sacudido a este matrimonio como se sacudió al edificio en el que vivían tranquilamente sin habitaciones llenas de secretos? Apelando a la cara thriller de su película, Farhadi también abandonará esa respuesta en una isla desierta.

Hacia el final (que sabemos muy bien que no es el final), desatada la tormenta, Emad se ve encerrado en un viaje a su animalidad o a su ego más violento o a su no-modernidad, y literal y figuradamente tiene que recurrir al encierro en clósets y habitaciones olvidadas de aquello que representa para él un error tremendo, un eslabón oxidado en la cadena de su vida. Violento y asqueado Emad encierra en un clóset desvencijado, ahí donde todo comenzó, a aquello (a aquél) que es y a la vez simboliza un lado oscuro que esa modernidad y esa clase media disfrazaban y ocultaban. Y el clóset será también el comienzo de un descenso que Emad probablemente podrá negar pero jamás podrá olvidar.

En su gigantesco mecanismo alejado de lugares comunes, dotado de una vitalidad formal que retrata la mortandad moral en sus ya angustiadísimos personajes, Farhadi remata esta gigantesca metáfora de un modo de vida comodino inundado de doble moral, con un epílogo silencioso, dividido en dos (como son los matrimonios en realidad, partidos por la mitad), capital (Emad tranquilo en el ataúd de su millerniana obra de teatro es forma y fondo de sí mismo), en el que muy probablemente Farhadi condena a sus personajes (y a todo lo que simbolizan en esta narración) a una “eternidad” “juntos”, a un envejecimiento tan inevitable como prolongado, lleno de silencios en donde esa mortandad moral será lo único que pueda hacer algo de ruido entre su éxito como pareja, como trabajadores, como enamorados que han seguido todas las reglas, incluso la de guardar sus secretos menos vitales en el clóset de un departamento que se cae a pedazos.

Recordemos: esto puede pasar en cualquier lugar.

CONOCE MÁS. Esta es la crítica de Erick Estrada a Todos lo saben, película de Asghar Farhadi con Penélope Cruz y Javier Bardem.

El cliente
(Forushande, Irán-Francia, 2016)
Dirige: Asghar Farhadi
Actúan: Taraneh Alidoosti, Shahab Hosseini, Babak Karimi, Farid Sajjadi Hosseini
Guión: Asghar Farhadi
Fotografía: Hossein Jafarian
Duración: 125 min.

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