Enemigo de todos, crítica

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Enemigo de todos
La crisis en un asalto al banco
Por Erick Estrada
Cinegarage

Un sheriff ebrio de adrenalina y venganza es el remate de una historia que nos lleva a Texas… que ahora es Texas de hace 150 años. La explosión de la burbuja financiera ha convertido a lo rural de lo rural (en este caso la Texas deprimida por el fracaso del sistema) en un viejo oeste en donde las armas disparan “ley” y la sangre escribe justicia (pendenciera) en el polvo de la carretera. Enemigo de todos es un viaje en descenso a esos tiempos sin ley en donde la justicia se ejecutaba, en el sentido estricto de la palabra, todos los días y a todas horas.

Antes de que aparezca ese sheriff herido en su ego y con goteras que dejan escapar su testosterona envejecida (genial Jeff Bridges), David Mackenzie (dirección) y Taylor Sheridan (guión) nos dejan ver a ese país empobrecido en el que las familias se carcomen de desesperación, un país en el que 200 dólares, mismos que los millonarios gastaban en un segundo, representan la mitad de una hipoteca que sólo sirve para alargar el desenlace del despojo. En ese terreno post apocalíptico (financieramente hablando), la cámara de Mackenzie flota como buitre hambriento en las escapadas de una pareja de hermanos que han asaltado un banco. Lo suyo suena a venganza, a la robinjudeada de justicia propia que en lugar de derramar sangre provoca fugas en la casa de los dueños de sus hipotecas. Y esos asaltos son retratados con ansia valiosa por remitirnos al viejo western, con una cámara que revolotea entre el asalto y la sorpresa, que contrasta el vacío del exterior con la minúscula confusión del interior, el desierto afuera, moribundo y caluroso y la rutina interior, que vibra todavía ante el fracaso financiero de la primera potencia mundial.

Esa otra adrenalina, la del asalto al banco, la de la venganza ante los dueños del dinero, se mueve y agita descubriendo poco a poco su finalidad. ¿Por qué estos asaltantes, bandoleros del viejo oeste con camionetas desvencijadas, roban tan poco pero tantas veces? ¿Eso es parte del escape? Sí, sólo que no escapan de la policía (¿por eso la cámara flota a su alrededor en su carrera jovial y triunfante?), sino de ese apocalipsis del cual la onda expansiva sigue viva, en marcha, amenazante.

Lo que estos dos bandidos buscan se deja ver en medio del polvo del camino y de sus pláticas acaloradas. En un pequeño viaje a los casinos llenos de white trash con sueños rotos, entre cuartos de hotel y cambios de automóviles (¿esos entierros son simbólicos, una figura de la muerte inminente de la economía petrolera?) sabemos que la búsqueda de estos dos “enemigos del sistema” (un sistema que los orilla al hambre como a muchos otros) es la de la justicia real, la que busca derrotar al dragón y no la que pretende convertirse en héroe inmortal. Ante el hambre insaciable de los millonarios que escapan con los maletines llenos de millones, Enemigo de todos usa el encuentro de estos individuos con un ¿espíritu? comanche para hablarnos del hambre de verdad de estos dos empistolados, ahora con una cámara que raya en lo banal, que se asienta, pero que sigue alejada de un realismo a ultranza y que lo toca solamente de vez en cuando, como lo hacía esa otra escapada justiciera (ellas buscaban otra justicia, igualmente necesaria): Thelma y Louise (EUA-Francia, 1991).

Al conocer la meta de dos individuos devorados por la crisis, enamorados de ese desierto natural, al enmarcar todo entre el negro del petróleo (¿sangriento?) y el oro guardado en los bancos, Mackenzie nos hace cómplices de los que rompen la justicia y nos hace ver también, en un balazo de humanidad, los motivos de ese sheriff que va detrás de ellos probablemente para no caer rendido de aburrimiento, apostando en una partida de cartas la última vitalidad que el mundo verá de él (su retiro en un mundo aplastado por la crisis del 2008 suena más a una condena de muerte) y lo redondea con la venganza que lo empuja.

Enemigo de todos es un delicioso western contemporáneo (la música de Nick Cave y Warren Ellis flota de la misma forma que esa cámara-buitre de las fugas entre callejones) que por un lado esculpe a golpe de escopeta la humanidad asfixiada por el sistema capitalista y su necio colapso, y por el otro evidencia el hambre vampírica de ese sistema que no ve, como sí lo hace esta película (y otras tantas en esta resaca en medio de la explosión política de ese mismo sistema) al mundo rural, oprimido, olvidado, que roba dinero para exprimir petróleo y devolver a ese sistema el veneno de su colapso hace 8 años.

La escapada, el truco final, la entrega incondicional lo deja claro. En estos contextos, en un país roto y dividido (como lo es ahora mismo Estados Unidos), ser enemigo de todos (ese casi espíritu/aparición comanche) es probablemente una reafirmación personal necesaria, indispensable, que invite al diálogo aunque este sea tenso, como el encuentro de un sheriff ebrio de testosterona y venganza con un ladrón que le ha robado a los ladrones sin las corbatas que en su momento usó como bandera la no menos estupenda La gran apuesta (EUA, 2015) Esas corbatas escaparon en aviones. Aquí veremos el polvo de la desvencijada camioneta Robin Hood en la carretera.

Enemigo de todos
(Hell or High Water, EUA, 2016)
Dirige: David Mackenzie
Actúan: Chris Pine, Ben Foster, Jeff Bridges, Katy Mixon
Guión: Taylor Sheridan
Fotografía: Giles Nuttgens
Duración: 102 min.

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