Tour de cine francés: Un hombre a la altura, crítica

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Un hombre a la altura
Sobre minusválidos y humores
Por Erick Estrada
Cinegarage

La historia del cine está plagada de parejas románticas que al comienzo de la película no tienen un solo punto en común y al final de ella terminan como si estuvieran hechos el uno para la otra. Un hombre a la altura juega ese juego pero decide recorrer un camino infinitamente más interesante expresado por el humor que manejará, fino pero punzante, abierto pero no obvio y que será probablemente el medio de su propio mensaje.

Olvidemos el romance por un momento y enfoquemos un poco la situación. Un hombre (Alexandre) que mide un metro 36 centímetros juega todas sus cartas para enamorar al prototipo de mujer exitosa en occidente (Diane): inteligente, aguerrida y físicamente mejor dotada que el resto de nosotros los mortales.

Muy temprano comienza entonces la película a aplicar esos mecanismos a nuestra propias preconcepciones, y a través del humor descrito más arriba nos coloca (no importa si somos hombres o mujeres) en la situación del mejor de los thrillers o películas de terror: ¿qué haría yo en esa situación?

Inoculando la pregunta Un hombre a la altura nos deja sumergirnos en las mismas situaciones de sus personajes -típicas por un lado y perfectamente acomodadas por el otro- para gozar por un lado de una comedia fina y sutil, y por el otro de un discurso en el que nuestros prejuicios más ocultos salen a flote para ayudarnos -o impedirnos- tomar la decisión sobre si reír o no ante la comedia que en la superficie se dibuja.

El primer baile de la pareja, el ritual diseñado para favorecer al macho alfa, al que se enfrenta nuestro pequeño protagonista; el cuidado excesivo ante comentarios y palabras frente a él mismo o frente a esta muy novedosa pareja dispareja; la serie de posibilidades entre la siempre bienvenida incorrección (con la que aquí juegan diestramente) y el mal gusto de la sobreprotección y del concepto de “normalidad” que ejecuta con una malicia no asumida la insoportable madre de Diane, que aquí duda ante lo que esa madre le ha enseñado y la posibilidad de vivir sin prejuicios (más que enamorada realmente) el resto de su vida.

Hay una sorpresa extra. Encantador y exitoso como es (aunque cuenta con sus oscuridades), con la misma sutileza con que ha abierto algunas brechas de pensamiento con su caso que se mueve entre la comedia incorrecta y el humor bonachón, Alexandre hace ver que si él mismo usa el humor para salir de situaciones en las que el prejuicio lo pone contra la pared (como ha estado prácticamente toda su vida), lo hace como mecanismo de reflexión. Para él es preferible soltar la broma, ajustar el chiste antes que ser objeto de él de parte de gente que no conoce. ¿Lo mejor? Su humor, su salida, no está diseñada para colocarse a sí mismo en un nicho para ser apreciado como persona intocable por la cada vez más caduca corrección política, sino para hacernos ver que si el humor tiene una dirección, es muy probable que consiga otra de regreso.

No se trata de un mecanismo de defensa. Se trata de hacernos ver que no hay normalidad ni superioridad y que la que creemos que existe es una figura. Todos somos inválidos de una u otra forma (“la inválida eres tú” le escupe su pareja sorda a la tétrica madre de esta película) y todos somos entonces suceptibles del señalamiento o de la broma. “Propongo” parece decir Alexandre, “que todos nos ríamos de todos”. Ejercicio saludable desde mi punto de vista, pero que a aquellos que creen en la normalidad y en la superiodidad (ambas falsas) no les gusta para nada.

¿Es “natural” que las personas exitosas tengan mejores dotes físicos o común que quienes no los tienen necesiten sobresalir como Alexandre a manera de “compensación”? Un hombre a la altura responde que no a esa pregunta y lo hace con una naturalidad impresionante.

Una comedia, como siempre, dice más que el enamoramiento de una pareja dispareja.

Un hombre a la altura
(Un homme à la hauteur, Francia, 2016)
Dirige: Laurent Tirard
Actúan: Jean Dujardin, Virginie Efira, César Domboy, Cédric Khan
Guión: Laurent Tirard, Grégoire Vigneron
Fotografía: Jérôme Alméras
Duración: 98 min.

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