Star Trek sin límites, crítica

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Star Trek sin límites
El sabotaje
Por Erick Estrada
Cinegarage

¿Cuántas veces puede resucitar un guión sin que nos demos cuenta de que lo ha hecho? Aparentemente tantas como puede resucitar el mal que, para el beneficio del cine de aventuras de alto calibre, lo hizo en la entrega anterior de Star Trek.

Conocidos fueron los problemas que con el guión de Sin Límites se tuvieron y aplaudida fue la integración de Simon Pegg al cuerpo de escritores. Al revisar esta nueva aventura del Enterprise y su ya muy hermanada tripulación los problemas se hacen evidentes pero, con Bad Robot cuidando las esquinas, también se evidencian como perfectamente curados para entregar una historia que aunque más ciencia ficción, se antoja también más empedrada que sus antecesoras, menos alimentada de turbo.

¿Será que la película juega con la imagen de su Enterprise, aquí herido de muerte y sustituído emotivamente por una especie de Halcón Milenario que por un lado obliga a esa misma tripulación a entenderse con un pasado que algunos incluso consideraban innecesario, y por el otro lanza una de las más importantes declaraciones de esta nueva historia en la que se recula ante la moda del presente eterno, en abierto desprecio a lo viejo, para reconciliarnos con las viejas formas que siempre tendrán algo nuevo?

Ello se trenza con una aventura que también sabe a vieja (a veces pareciera que hemos vuelto al catatónico programa de televisión de nuestra infancia) pero que encaja aquí de forma grata. Y es que Sin límites es más bien un enfrentamiento entre la barbarie y la inteligencia, entre las viejas formas caducas y la buena herencia que sin embargo le dejaron a una humanidad aún esperanzada en su futuro. Agreguen, por supuesto y como siempre, la otra hebra, la de la emoción kirkiana y la lógica spockiana trabajando juntas como aditivos a viejos combustibles pues, como el propio Hitchcock lo dijera varias veces, si estás perdido y no sabes qué filmar, corre al terreno conocido.

Y ante las desventuras sufridas en el proceso de creación de esta película, aparentemente tanto Justin Lin como el cuerpo de escritores (algunos de ellos sin crédito) salieron disparados a revisar la película anterior para caminar sus mismos caminos: el vuelo de Kirk en el momento oportuno, el villano resentido en contra de una Federación a la que llama tirana, los eternos caminos de Uhura, todo aquí dentro de una historia a la vieja escuela salpicadísima de ciencia ficción retro.

Selladas las fugas, centrado el objetivo, la segunda parte es en realidad la que salva el número dejando un sabor de boca de buena película de aventuras, de cine de entretenimiento de primer nivel aunque con cuestionamientos menos gordos, especialmente si la ponemos al lado de En la oscuridad.

Cierto, aquí se alude a la amenaza terrorista originada en llamadas de auxilio que la Federación (entiéndala como quieran) siempre ignoró y que en los nuevos tiempos se mueve en células intercomunicadas antes que en bloques militares tradicionales; se delimita a la perfección -en un diálogo más corto de lo que se quisiera- a la vieja manera de entender la pacificación y a las nuevas para mantener la paz; se habla y se da importancia a la unidad ante el pensamiento individualista. Sobre todo, se reivindica la importancia de la contextualización del pasado para solidificar el presente y a través de ello dar un giro que nos lleve de las viejas formas a las nuevas: Krall une en su persona y lógica tanto al héroe de la Federación como a su amenaza más evidente y Kirk le responde con una lógica apaciguada, casi enfrentando su estilo de vida al que quiere mantener Krall contra viento y marea. Todo ello se hace, sin embargo y a propósito, sin ganas algunas de otorgarle carga política aunque la forma lo permita.

Esa es la lucha real de Sin límites, una lucha que se manifiesta en el sabotaje de hip hop blanco y ultra urbano a la red de operaciones de un ataque inspirado en viejas y rancias creencias tanto militaristas como de modo de vida.

El sabotaje, lo diré para que quede claro, es exitoso. El lento despegue de la película remonta en el último segundo de la misma forma que ese Halcón Milenario disfrazado de vieja nave trekkie manifiesta sus ganas de volar. La cámara que circula y recircula los escenarios de toda la película (en lo que a veces parece un enamoramiento innecesario de la cámara dron más deportiva que hayan visto) toma sentido también en el último momento, cuando en el clímax de la película nos encontramos en una base espacial que, emulando al espacio exterior, no cuenta ni debe contar con un arriba y un abajo (nos habían preparado todo este tiempo para esa sensación final). En el truco final saboteador, el radio y sus frecuencias (las siglas VHF son de hecho utilizadas) recuperan algo de su espíritu pirata ribeteado al viejo truco de “La guerra de los mundos” y su resistencia de lo menos hacia lo más para llenar de tambores y gritos una sala de cine que se siente salida de un túnel para enfilarse a un tobogán cósmico de altísimas velocidades.

La tripulación reunida por Lin para esta nueva aventura espacial volvió a los terrenos conocidos, los estudió y los explotó de nuevo para un ataque a la vieja guardia con mensajes quizá menos profundos, pero igualmente necesarios en un mundo en el que cada vez más el arriba y el abajo pierden sentido y la salida se hace difusa… si es que hay una.

El sabotaje ha resultado exitoso.

Star Trek sin límites
(Star Trek Beyond, EUA, 2016)
Dirige: Justin Lin
Actúan: Idris Elba, Sofia Boutella, Zoe Saldana, Chris Pine
Guión: Simon Pegg, Doug Jung, Roberto Orci, John D. Payne, Patrick McKay
Fotografía: Stephen f. Windon
Duración: 122 min.

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