Jason Bourne, crítica

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Jason Bourne
El caos contra el control
Por Erick Estrada
Cinegarage

El caos de la protesta contra el control absoluto de la CIA. En una secuencia introductoria con aires de cine de acción de calibre pesado Paul Greengrass presenta y condensa a Jason Bourne, película de la que se ha vuelto a apropiar para compartirla con Matt Damon, aquí apenas con un par de líneas que nos dejan escuchar su voz, pero que ejecuta una bizarra interpretación que lo coloca frente a nosotros como un fantasma peculiar, corpóreo pero invisible, presente pero mudo, ausente pero dentro del radar.

Y es que la nueva película del agente especial que hizo temblar al cine de acción de principios del siglo XXI va de eso precisamente, de la lucha entre el caos natural y el control que los humanos menos vanguardistas quieren tener sobre él.

Bourne, no hay que decirlo, decide de qué lado quiere caer. Al inicio de esta aventura de velocidades criminales lo vemos refugiarse en el eterno desorden de las manifestaciones anti capitalistas (en este caso en la muy golpeada Grecia), eludiendo en él y por él, las miles de llaves que una organización como la CIA tiene para encontrar a quien desee. Por un lado, los ojos en el cielo, las cámaras en cada esquina, los micrófonos, los accesos ilimitados a la parrilla de control mundial; por el otro, la improvisación, la imposibilidad de saber dónde estallará un cóctel molotov o en dónde se abrirá una puerta, las calles convertidas en laberintos de lodo que sólo llevan a ellos mismos. Así despierta Jason Bourne (personaje y película) del letargo en el que cayó hace ya varios años.

A partir de ahi, definidas las esquinas, la película entrega su segundo nivel. Quienes buscan el control quieren conocer lo que nosotros tenemos derecho a ocultar. Esta nueva aventura de Bourne va también de la lucha -muy presente en el mundo real- entre el derecho a la privacidad y la necesidad casi enfermiza que organizaciones de control (o mercantiles) tienen de conocer nuestros datos, nuestros secretos. Sin saberlo Bourne entrará a la pelea y quizá sea obligado a tomar partido entre los seres que tenemos derecho a la privacidad y las organizaciones que quieren entrar a ella con fines que nos cansaríamos de enumerar.

La privacidad tiene un precio y la encrucijada en la que se encuentra Bourne es también fantasmal: él pelea por recuperar sus secretos en una necesidad vital de conocerse y reconocerse, pero también de dejar claro que la CIA, su país, su ejército, invadieron sus secretos y se los arrebataron con fines que también nos cansaríamos de enumerar.

Bourne se convierte así en un justiciero involuntario o, mejor aún, en un antihéroe que al resolver sus dudas e iluminar las cavernas de sus pesadillas desenmascarará en su país lo que le encanta desvelar al cine de acción: dobles mentiras dentro del gobierno, agentes dobles y traiciones dignas del peor de los seres humanos, encubrimientos que buscan beneficio personal disfrazado de entrega nacionalista, patriotismos y traiciones. Las guerras de todos los días.

El premio final, en medio de las preguntas que Jason Bourne entrega sin ganas de dar respuesta (¿Si la invasión a la privacidad tiene fines mercantiles es menos maligna y puede ser aceptada? ¿Es tan patriota el que defiende a un país policial como el que renuncia a servirlo justo por eso? ¿Los gobiernos realmente ignoran cotidianamente los daños colaterales de sus actos?), Greengrass entrega una película de excelentes persecusiones, sabor a la vieja escuela del cine de acción que incluso recela de la referencia hitchcockiana en su escena de auditorio (y que la última Misión Imposible sí aceptó y manejó con gran destreza) para regresar lo más pronto posible al cine de acción planteado desde el comienzo.

El cierre es una persecusión pesada, real, material, vidrios rotos y neumáticos reventados, heridas al asfalto en beneficio de una secuencia de acción que marcará a muchos como marcó las calles de Las Vegas; montada además con una precisión escalofriante, uniendo cientos, miles de cortes como para recordarnos que la acción es y existe, pero que el cine, su montaje y su lenguaje pueden llevarla a niveles de ensueño.

Y en el enorme juego de espejos en que está atrapado Bourne para esta historia, en los giros de tuerca entregados aquí con violencia criminal de esa que arranca suspiros (el personaje de la Vikander es un juguete de lujo para esta historia), se encuentra atrapada una película con niveles de acción de ensueño. El caos de una persecusión real contra el control que de ella puede hacerse a través del montaje. Choque de creaciones.

Jason Bourne
(EUA, 2016)
Dirige: Paul Greengrass
Actúan: Matt Damon, Alicia Vikander, Julia Stiles, Tommy Lee Jones
Guión: Paul Greengrass, Christopher Rouse
Fotografía: Barry Ackroyd
Duración: 123 min.

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