Buscando a Dory, crítica. Película de la semana

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Buscando a Dory
La nueva brecha generacional
Por Erick Estrada
Cinegarage

Sonará sarcástico, pero Buscando a Dory es mucho más de lo que se ve en la superficie. En realidad, no sorprende que la clasificación para ver la película haya alcanzado una Guía Parental (PG) en los Estados Unidos cuando uno se da cuenta, muy al comienzo de la película que lo que tenemos enfrente está más cercano al drama que a la comedia infantil (¿cuántas comedias infantiles ha hecho Pixar además de Cars?).

Dory es una chica con problemas. Desde el punto de vista de los demás su síndrome de pérdida de memoria corta debe orillarla a una vida menos abierta, sobreprotegida por un sistema y unos padres que prefieren tenerla dentro de casa que lidiar de verdad con un problema como el de su hija (por supuesto estamos obviando que todo se nos cuenta a manera de fábula y que en realidad estamos hablando de cualquier niño con problemas de adaptación).

Nemo, el simpático pez protagonista de la primera parte, es igualmente un niño con una deficiencia, física en su caso, pero que sufre de lo mismo que padece Dory: sobreprotección y cuidados extremos, de corrección máxima aplicada a su vida.

Para ambos, la lista de lo que se puede hacer es infinitamente menor a la de lo que NO SE PUEDE HACER.

Quizá entonces no sea casualidad que el comiendo de esta secuela se hile en tiempo y espacio con el arranque de la primera. Quizá la finalidad de unir los destinos de estos chicos en el comienzo de cada una de sus películas no sea simplemente un estupendo recurso narrativo a la vez de mercantil (vean las dos, no se queden con una). Quiza Pixar esté reforzando un mensaje al mismo tiempo de hacer todo lo anterior: estas historias son, en crudo, sobre el rompimiento de dos chicos con un mundo algodonado al que sus padres rinden tributo sin saberlo. Quizá Pixar, con estas y algunas otras películas, esté empujando la siempre saludable brecha generacional, en este caso con una historia que además se dota a sí misma de argumentos irrebatibles.

Más allá de entregar una película de velocidad alucinante (el planteamiento y el desarrollo de la película aceleran al máximo sin descuidar un solo detalle, visual o dramático); con todo y sus referencias al Alien (EUA-Reino Unido, 1979) de Scott (una beluga guiando a Dory a través de las tuberías vistas en ecolocación es una de las mejores secuencias que Pixar ha creado en su historia); agradeciendo que Buscando a Dory no sea para nada condescendiente y paternal (nos ahorra explicaciones que películas más temerosas sueltan e incluso repiten a la primera provocación); con todo ello, la cinta dirigida por Andrew Stanton y Angus MacLane utiliza sus historias para reforzar la individualidad y la fuerza de su personaje central y alejarlo, más allá de lo físico, en lo espiritual con respecto a sus padres y mayores.

Tras una aventura casi road movie (un símbolo más en la transformación de los personajes que tienen que transitarlas) Dory se ve enfrentada a peldaños que sortea con muchas de sus cualidades personales pero también con mucho de lo que otros consideran sus defectos (“espera y olvida” le escupe el casi despreciable y temeroso Marlin en un momento clave del inicio de su viaje). Aunado a ello, un par de transes que bien podrían considerarse alucinatorios o, tomando las cosas con más calma, iluminadores como esos que estallan en la cabeza cuando la adolescencia cuaja, la llevan a reconocerse primero con las cualidades que ella sabe que tiene y después y más importante, con lo que otros consideran sus defectos. Al escalar la prirámide de aventuras escrita para ella por el mismo Andrew Stanton y por Victoria Strouse, Dory se dice a sí misma “Sé que tengo un problema” y desde ese momento su instante de iluminación le dice que más que eliminarlo tiene que aprender a lidiar con él, a utilizarlo incluso.

Es decir, Dory descubre en su aventura que los problemas no son defectos (o que los defectos no son problemas), que las diferencias son cualidades personales, primero en ella y después en los demás: “¿qué haría Dory?” es una pregunta que inicia en los demás, incluso en Marlin, y termina haciéndose ella misma en un ejercicio de esquizofrénica reivindicación. El remache del mensaje aparece cuando, dentro del alucinante Instituto Marino donde ocurre gran parte de la acción, nos damos cuenta (sin hacerlo) que a diferencia del resto de los peces que nadan siempre con iguales, desde Buscando a Nemo Dory es probablemente el único personaje que tiene amigos de todas las especies sin que ello afecte su comprensión del mundo. No existe quizá un ejemplo más sutil de la inclusión en alguna película contemporánea.

A ello hay que sumar que antes del la iluminación final Pixar se deja ir y nos muestra en una sorprendente subjetiva el transe por el que su personaje (una pez saliendo de la adolescencia que está aceptando a lidiar con su problema) encara los miedos, las fobias, los aprendizajes, los cambios, los riesgos y los dolores del mismo, seguramente también una de las mejores secuencias hechas por Pixar a la fecha.

Alrededor de ello, lo obvio: un avance en materia de software que apabulla, desde la presentación de las famosas multitudes Pixar hasta el manejo de luces y distintas aguas en que tiene que narrarse esta historia; el cameo, en esta caso sólo en voz, de un importantísimo Rodolfo Neri Vela (con broma estilo Dory incluida) que además entrega el mensaje verde a la vez argumento contra los animalista radicales: “recoger, rehabilitar, liberar”. Hay sí, un bache minúsculo en un momento de reencuentro familiar que diluye peligrosamente la adrenalina motor de la historia, pero que Stanton sabe rescatar en el último momento como pescando a Dory en una red de transportación.

“Sin ayuda” se dice Dory hacia el final de su trayecto, aprendida la lección y habiendo dado a sus padres (y al de Nemo) otra de regreso: soy diferente, soy individual, el esfuerzo en solitario es igual de válido que el que se hace en grupo y aquí demuestro ese esfuerzo y esa individualidad.

Con ello, su historia se une a la de Nemo más allá del elegante surcido hecho al comienzo de la cinta. Ambos sacan provecho de sus cualidades y defectos, ambos están reivindicados individualmente, ambos saben que sus padres no son como ellos y viceversa, ambos se buscaban a sí mismos y se acaban de encontrar. Quizá aquí Pixar define la nueva idea de la brecha generacional.

Desde ese punto de vista (y más allá de la escena post créditos) Buscando a Nemo y Buscando a Dory son la misma película contada en sentidos inversos. Jugada maestra que refuta, como se hace más o menos cada 20 años, el refrán que dice que segundas partes nunca fueron buenas.

Buscando a Dory
(Finding Dory, EUA, 2016)
Dirigen: Andrew Stanton, Angus McLane
Voces: Ellen DeGeneres, Albert Brooks, Ed O’Neill, Kaitlin Olson, Ty Burrell, Eugene Levy y Diane Keaton
Guión: Andrew Stanton
Música: Thomas Newman
Duración: 97 min.

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