RMFF 2016 – 6. La tarde en blanco y negro

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RMFF 2016 – 6
La tarde en blanco y negro

 

Película uno del día 6
Luz incidente
La tristeza hierve
Por Erick Estrada
Enviado
Cinegarage

Sin aviso estamos en los años sesenta de una Argentina tan tibia como el resto del mundo. Antes de las revueltas estudiantiles, antes de los cambios y la explosión de color y de psicodelia, el mundo se desintegraba dejando caer pedazos tan grandes que no se notaban y todo ocurría en blanco y negro.

Ariel Rotter nos deja ahí, a mitad de una historia que no conoceremos del todo, en ambientes tan ligeros que nos susurran la información: Luisa ha quedado viuda, es madre de gemelas y en esa sociedad de reglas sin cuestionamiento, dominada por la lógica falogocentrista, ella necesita un marido. Su madre se lo deja clarísimo.

Rotter deja las piezas en la mesa. Sin ahondar en la situación, sin cuestionar directamente si esa lógica es buena o no, deja que su historia camine para que en su lugar nosotros desarrollemos esas preguntas. Luisa conoce a Ernesto quien en muy pocos segundos deja algo claro: necesita a Luisa.

El cortejo que se desata en planos limpios, de bajo contraste, se contrapone a todo lo que plantearía una comedia romántica y se orilla claramente hacia el thriller más oscuro: la acosa, la busca, la sigue dentro de las reglas de esa sociedad tibia, lo hace de acuerdo a los parámetros de la cortesía pero con algo oculto en la mirada. Está claro de nuevo: necesita a Luisa.

En un misterio luminoso, en una línea que nos lleva de las frases maternales que parecen prostituir a su hija para entregarla a la maquinaria de machos que fuman allá afuera (todo para que ella “reconstruya” un hogar en el que “se necesita un hombre”), Luisa siente toda la presión de esa sociedad, una presión que le pide casarse probablemente como se lo pide a Ernesto, que en sus desesperados ataques contenidos (sigue las reglas rozando la frontera de lo correcto, posesivo y receloso) y una presión que se acumula conforme pasan los capítulos de esta ya tétrica historia, provoca que la tristeza que transpira Luisa haga hervir las esquinas de esos planos que siguen inmutables en esa sobriedad falsa de lo correcto y del deber ser.

¿Qué hace que finalmente Luisa cobije ese cortejo sucio de miradas? ¿Qué empuja tan desesperadamente a Ernesto a buscarse una familia medio hecha y no a hacer una desde abajo? ¿Ahorra tiempo, energía? ¿La madre de Luisa cree en realidad que la familia debe ser así y sólo así?

Todas son preguntas que pitan por la válvula de escape mientras Rotter deja que la película se deslice hacia adelante, que no recibirán respuesta pero que nos exigen fabricarla, pensarla… y lo que se piensa al ver los roces de Ernesto y Luisa, cada vez menos suaves, que saben ya a punzadas, no es nada grato.

Consumado el cortejo, rearmada la familia, la historia que viene se antoja también carente de luz, violenta, oscura. Luisa finalmente conocerá las intensiones de Ernesto, esas que se escondían detrás de las pesadas cortinas de esas casas gélidas y espaciosas. Conocerá la abigarrada combinación de la caja de música que es a la vez cigarrera y que nos canta una melodía de terror a la mitad de la película.

Con sus hijas al lado, con su madre satisfecha, Luisa está a punto de descubrir la mirada oculta de Ernesto. El futuro es de ambos. Nosotros, sin embargo, somos alejados de ellos con un certero y delirante travel (delirante por todo lo que hemos visto, no por lo que vemos con él): Rotter nos aleja de la nueva rutina de Luisa, nos saca de la casa, pero al mismo tiempo la empequeñece al alejarnos, deja que la aplaste el peso de los encuadres, de su casa, de su futuro y de la inacción que la dominará a partir de ahora.

Pareciera que más que de un cortejo hemos sido testigos de un homicidio premeditado.

 

Película dos del día 6
Trastorno
Un no thriller psicológico
Por Erick Estrada
Enviado
Cinegarage

Vincent, un soldado quebrado y en evidente estrés, ha vuelto a casa y como prácticamente todos los que lo hacen, se da cuenta que la vida normal para él es aquella que ocurría en el campo de entrenamiento o de combate y no la que puede llevarlo al supermercado para conseguir su cena de esa noche.

Alice Winocour no pierde el tiempo y una vez que hemos conocido a este soldado que no encuentra el rumbo en una sociedad protegida de la guerra, nos mueve al aburrimiento de su trabajo como parte de un equipo de seguridad que ese fin de semana trabajará en Maryland, una especie de hacienda propiedad de un excéntrico millonario.

Ese estrés, esa necesidad de choque, se ve incremetado ante las labores que Vincent está obligado a hacer ahora y del trato que recibe de esa sociedad a la que le dijeron protegía desde el frente. Y sin embargo Winocour olvida ahí el choque sugerido al comienzo de la película y se entromete en una especie de thriller guardaespaldesco en el que aunque se sugiere una nueva contradicción en la vida de Vincent la idea no se desarrolla: las armas que amenazaban su vida en el frente, son mercancía y generadoras de riqueza para gente como la que está en la fiesta.

En su lugar, con una larga lista de convenciones a cubrir, Winocur las repasa una a una siguiendo la fórmula de la casa invadida por desconocidos de los que, además, no sabremos mucho.

La duda surge pues, mal manipulada como está esta historia, una nueva idea cruza de lado a lado la pantalla después de un arranque de ira de parte de Vincent y que lo muestra totalmente roto ante la desconcertada esposa del millonario a quien él desea proteger a toda costa. En ese arranque Winocur parece sugerir que mucho de lo que hemos visto ocurrió solamente en la cabeza de Vincet y que ese no menos guardaespaldesco encuadre final es también parte de esa alucinación.

Sin embargo, ni en lo visual ni en lo dramático la película ha dado confirmación de ello y con un cierre también presente en la lista de convenciones, quedamos detenidos a la mitad del cuento, dudando solamente si Winocur completó su lista o guardó algunas convenciones para que esta historia no se absorbiera a ella misma.

 

Pozoamargo
El azote compulsivo
Por Erick Estrada
Enviado
Cinegarage

La paja frente a la telenovela. El sexo culposo y culpable de un personaje que sin mucho esfuerzo parece el de una sexy comedia ranchera intelectualizada a través del retoque digital de colores y luces. En lugar del paso en el tiempo, vemos a ese personaje sin salvación (castigo auto impuesto además) queriendo conocer en su lugar la historia que nos cuenta alguien más, la de aquel hombre que parece haber matado a todos los niños de un mismo pueblo.

Y es que aquí no pasa nada, no hay color ni evolución, sólo un personaje deleznable e inexplicable que se impone una penitencia eterna y en donde a fuerza de no mostrar (los rostros se nos niegan, sus puntos de vista también, ya no hablemos de las motivaciones) son los personajes los que terminan contándonos todo como en el mejor de los cines serie B (la escena de las ovejas inexistentes es el ejemplo más romántico a la mano).

La película transcurre sin que haya pasado mucho, vendiendo vaticinios que nos llevan del encuentro casual con la chica caliente del pueblo (en donde el sexo será igualmente culposo y el azote después de consumarlo tan grande como los viñedos pobretones que enmarcan ese capítulo) y se transforma después del azote máximo en una historieta de fantasmitas con pretensiones tarkovskianas ahogada en solemnidad.

Esa segunda parte de la película, ese –quizá- encuentro entre dos fantasmas, ese –quizá- purgatorio imposibilitado de redimir a nadie incluído el autor de esas pajas frente a la telenovela, esos capítulos finales desprovistos de color porque –quizá- aquí no hay nadie vivo, son el remate de una historia llana y con desafortunadísimas dosis de humor involuntario (podríamos reír incluso en el encuadre en donde un condón roto demuestra que la mala suerte le cae al que ya tiene mala suerte y poco ingenio) y que se abandona en el flagelo de sí misma sin posibilidad de redimirse ante nosotros.

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