La langosta, crítica. Película de la semana

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La langosta
The Lobster
Por Erick Estrada
Cinegarage

¿El mundo ha llegado a su fin? ¿Estamos ante el replanteamiento de la civilización o se trata de un truco en el que todos hemos quedado desnudos, y los modos y falsedades de la correción política se han desvanecido para que podamos dar rienda suelta a comentarios y acciones que alguien más consideraría desafortunadas?
¿En The Lobster nos enfrentamos a un mundo parecido al de Naranja mecánica (Reino Unido-EUA, 1971), materializción estilizada de la Guerra Fría y de un mundo dividido por dos ideologías igualmente tontas? ¿Será que todos nos hemos dado cuenta que el amor en realidad no existe y que en consecuencia tenemos que encontrar la fórmula para que los humanos no desaparezcan del planeta? En esas circunstancias ¿aquellos que se resisten a formar una pareja y tener hijos, a vivir solos, se han convertido en rebeldes, trasnochados, visionarios, todas las anteriores?

La sorpresa de la secuencia inicial de The Lobster es el mejor resumen que una película puede hacer de ella misma, un haikú incómodo y violento que nos deja ver que lo que Lanthimos nos va a contar es una historia de amor sin amor, en la que las parejas pueden decirse que no quieren serlo más y en la que veremos cómo el mundo ha sido arrastrado durante siglos por una idea tan abrumadora y volátil como el amor.

Y no.

Porque también es posible que Lanthimos desarrolle, efectivamente, un escenario post apocalíptico o de civilización dictatorial en nuestro futuro, que al mismo tiempo sepa a Farenheit 451 (Reino Unido, 1966) de Truffaut o al Alphaville (Francia-Italia, 1965) de Godard. De hecho, cuando vemos que quienes viven en pareja se enfrentan (literalmente) a quienes no quieren sino estar solos; cuando quienes escapan de una ideología a la otra son perseguidos, aparece algo muy cercano a esos bomberos pirómanos de un mundo en el que están prohibidos los libros.

Por otro lado, Shostakóvich y Beethoven irrumpen entre las palabras de David -nuestro atormentado personaje central- como lo hacen muchas veces los truenos de metales igualmente clásicos en Alphaville y, en muchos otros Godards. Esa escena de la ejecución en la piscina ante los ojos de Lemmy Caution y esa narración de parte de una supercomputadora que ve y controla todo, tiene un espejo emocional y en positivo en la película de Lanthimos (recordemos que Alphaville es en blanco y negro y The Lobster está llena de bosques llenos de color).

Y aún así es complicado dirigir una definción del mundo en The Lobster sin que el absurdo que la inunda y que consigue momentos de sublime comedia crítica y punzante, suene a mal absurdo: David llega a un hotel en el que, en un estilo más parecido al boot camp militar que al spa de relajación y disfrute sexual, la gente que no quiere estar sola va en busca de pareja con el agravante de que, si no lo consiguen en un término de 45 días, serán convertidos sin remedio en el animal que ellos mismos elijan. En el bosque alrededor del hotel habita una tribu que aunque están en grupo decidieron no hacer parejas entre ellos y unos procuran demostrar que los otros viven en el error.

Lo que Lanthimos presenta en medio es, además del error, el horror.

En una comedia espeluznantemente bien trabajada, apoyada en las gélidas actuaciones de un reparto espctacular en el que Colin Farrell saca la casta sin esfuerzos, Lanthimos enreda en este poste -que es a la vez su propia Guerra Fría, su propia reconstrucción de la Europa actual- reclamos que en su película llena de absurdos suena efectivamente así, pero que recontextualizada en el hipócrita despliegue de buenas maneras y de presiones sociales por tener a todo mundo dentro del mismo marco, saben tan reales que hacen temblar.

Al ver que la búsqueda de pareja es tan inútil como forzada en tales circunstancias, al detectar que la tendencia social (el hotel, la empresa) es emparejarnos de manera perfecta y perpetua (algo imposible en cualquier de las situaciones planteadas) David opta por probar el otro lado, acercarse a quien de entrada parecería no estar tan cerca de uno y dejar que el tiempo haga su trabajo. Logan’s Run (EUA, 1976) surge también de entre la espesura del bosque.

Si uno elige el escenario postapocalíptico (la película entrando a su tercer cuarto sigue siendo deliciosamente indescriptible) la situación se vuelve un llamado de atención para que en sociedades que presionan tanto para meternos al margen y que señalan con tanta fuerza a quienes deciden -por ejemplo- no tener hijos, se levante un muro de protección al derecho a estar solos, a disentir, a no enamorarse o a hacerlo sin buscar tener hijos (“en caso de que una pareja nueva no pueda resolver su problemas elementales se les asignarán hijos” se dice en la película). Y también al derecho de enamorase ciegamente siempre y cuando se acepten las consecuencias.

De un lado se desarrolla una historia de amor (la de David) tan típica como novedosa y del otro, Lanthimos rescata el tema de la conversión en animal animalizando a sus enamorados hasta llevarlos al límite de despojarlos de lenguaje verbal, un truco que además de radicalizar la idea de un mundo oprimido, le servirá para detonar un final que reafirma la idea de la estupidez de la pareja perfecta y, sobre todo, de que el amor es una invención dolorosa, la entrega total un acto de fe y los finales felices tan inverosímiles como la esperanza de encontrar al ser amado en un hotel/empresa/iglesia/campo de entrenamiento militar.

Cierto, The Lobster cae casi por completo entrando al tercer cuarto. Las acciones se repiten, las emociones se enlodan, el humor se adormece. Pero al recuperar el paso en su capítulo final, este himno al derecho a no enamorarse, esta advertencia ante las consecuencias del amor total, de la ceguera que este produce, usa el mismo lenguaje oculto que sus protagonistas han desarrollado frente a nosotros para dejarnos una ofrenda como lo hacen los personajes entre ellos, ritualmente, ceremoniosamente.

Nadie ha prohibido aquí que nadie se enamore pero -después de esta travesía montados en la espalda de Yorgos Lanthimos– pensemos de nuevo en esa incómoda y violenta secuencia inicial y ya con nueva información saquemos nuestras conclusiones.

¿El amor es un escape de la soledad o viceversa?

La película ha terminado.

La langosta
(The Lobster, Irlanda-Reino Unido-Grecia-Francia-Holanda, 2015)
Dirige: Yorgos Lanthimos
Actúan: Léa Seydoux, Rachel Weisz, Colin Farrell, Ben Whishaw
Guión: Yorgos Lanthimos, Efthymis Filippou
Fotografía: Thimios Bakatakis
Duración: 118 min.

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