Puente de espías, crítica. Película de la semana

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Puente de espías
Lo de afuera y lo de adentro
Por Erick Estrada
Cinegarage

Las luces deslumbran desde afuera. Los blancos a través de los cristales en las habitaciones por las que nos moveremos a lo largo y ancho de la nueva película de Steven Spielberg casi hieren y destrozan los rostros dentro del encuadre, como queriendo provocar envidia de lo luminoso que es todo en el exterior, en donde todo se sabe.

Puente de espías ocurrirá dentro, entre las paredes de esas habitaciones, con reuniones secretas, de las que nadie puede saber siquiera que se llevaron a cabo entre personajes que viven de pasar desapercibidos. Desde ahí el duro contraste entre el exterior y el interior, entre lo que se sabe y lo que no puede saberse, quedará marcado y se replicará en cada ventana de esos cuartos de hotel, oficinas y bodegas.

El mundo que así describe Spielberg también está dividido en dos pero no al estilo expresionista (en donde con toda seguridad podríamos acomodar ese contraste en las ventanas). Lo que le interesa poner ante nosotros es ese mundo previo al postmodernismo en el que lo maniqueo dibujaba el ser del mundo entero: los buenos y los malos, los ricos y los pobres, el invierno y el verano, el mundo occidental y el mundo soviético. La guerra fría será en lo que se convierta esta pequeña construcción espilbergiana para que ello, al mismo tiempo, le sirva de pretexto para desdoblar la importancia del respeto a los otros, a los derechos humanos y al diferente en un país que, volviendo al maniqueísmo de la época que recrea aquí con un ojo fino, se ha preciado de defenderlos y cuidarlos incluso más allá de sus fronteras: Estados Unidos.

Ello, sin embargo, no podía hacerse maniqueamente y desde ahí comienzan los aciertos de esta narración que pendulea para bien entre la dureza extrema del retrato de la venganza que Spielberg hizo en Munich y esa oda a la esperanza y la humanidad que plasmó en la igualmente dura pero no por ello menos luminosa (hay de hecho destellos plata en alto constraste que le deben mucho a la dureza urbana de Gabriel Figueroa) La lista de Schindler. La terceta se cumple con esta historia en la que Tom Hanks encarna a Donovan, un personaje que sabe lo elemental y lo complejo de las libertades del lado occidental (de los Estados Unidos, vamos), que conocerá la perspectiva de “la otra” gran nación (la soviética), y que además se acomoda temporalmente en medio de aquellas dos (igual que las otras está inspirada en hechos reales).

El humor negro, la violencia contenida, las necedades en los personajes, la sátira a las instituciones y toques surrealistas de los hermanos Coen (autores de la historia que cuenta Spielberg), quedarán de manifiesto junto con lo absurdo de la famosa Guerra Fría, de sus miedos, de sus fines y, sobre todo, de quienes la operaron, todo por encima del escape de Donovan de una situación que pertenece a la vez al thriller de espías de poco glamour estilo europeo y al enredo filosófico casi kafkiano.

Volvemos de nuevo a las luces encontrando sombras profundas en el interior de las habitaciones. Spielberg no dice cuál es el lado “bueno”, si el del exterior o el del interior, pero sí apunta claramente a que el exterior, el de las fachadas y las apariencias es el menos real (de ahí la intensidad de sus luces) es el que todos buscan comunicar y al que todos quieren pertencer, y el de los interiores, el de las tuberías, es además de más real mucho más duro y antihumano. De un lado están los gobiernos en eternos e infructuosos debates alojados en edificios y embajadas de oropel escenográfico (un despliegue teatral que evidencia más las debilidades que las fortalezas, como un desfile militar) y del otro las burocracias y la tramitología, los escritorios con 5 teléfonos de entre los cuales nunca se sabe cuál es el que timbra. Por un lado se ven los hoteles de los ejecutivos, los discursos de los gobiernos, y por el otro hombres que siguen instrucciones en una guerra sin soldados y en la que nadie quiere (pues quizá nadie pueda), hacer el primer disparo. De un lado el espía soviético se maneja casi como un ratón que roba información y del otro está el espía norteamericano de alta tecnología a la que sin embargo es incapaz de manejar del todo. Ambos son capturados infraganti.

Son los dos bloques, uno a cada lado del Muro de Berlín, que vemos nacer en esta película.

Que nadie se espante. Puente de espías no es una letanía eterna de enfoques políticos y discusiones sin fin. Spielberg (ahora mucho más maduro) deja asomar sus mejores dotes narrativas con una cámara que describe acciones y abre capas al mismo tiempo: la introducción del espía soviético al comienzo de la película, entretejiendo puentos de vista y movimientos de personajes con el mínimo de cortes necesarios; la aguja que nos habla primero de un tren en el que Donovan es acusado de traidor sin una sola palabra, que luego se centra en otro tren (que en la pantalla camina en dirección contraria), el metro alemán que cruza la frontera del muro mostrando al mismo Donovan la oscuridad de su propia misión, y que al final nos devuelve a otro tren americano -ya en dirección contraria al de Berlín- y que deja ver a otro Donovan las bondades de su país y a la vez que los problemas en los que se debe seguir trabajando.

Ya lo había mencionado, la de Spielberg no es una narración maniquea. Ambos lados del muro demuestran con fineza caníbal sus fracturas y debilidades (los Coen son unos genios) y tanto la Stasi como la CIA radiografían que son operadas por entes kafkianos a la caza de un expediente más que acomodar en su escritorio. No tienen ideales, por lo menos no como los de Donovan.

El resultado es una elocuente y muy poco brusca historia de espías de poca monta -que resultan ser los oficiales- que quedan en cruel evidencia ante hombres que saben que ahí, donde todos somos diferentes, se encuentran los puntos que deberían unirnos. El espía soviético y el abogado de seguros que es Donovan (destrozando clichés) encuentran la definición del hombre universal sí, en un acto patriota y rigorista del segundo, pero también en una historia que de nuevo deja clarísima la ridiculez de la Guerra Fría y el tiempo que en cuestión de derechos humanos nos costó el periodo en que se le mantuvo viva no sabemos con qué conspiracionistas finalidades , no importa de qué lado del Muro la hayamos vivido.

Puente de espías habla de libertades sin cantar himnos, del hombre universal (el que permanece en pie) sin nacionalidad a través de la definición de lo que hace a un americano un americano (ni modo), y de los profundamente humano a través de un magnífico dibujo -satírico y también muy poco brusco- de la endeble entelequia que son los gobiernos que a pesar de la caída del muro parecen no haber aprendido mucho (los Coen son unos genios). Luz y oscuridad.

Puente de espías
(Bridge of Spies, EUA, 2015)
Dirige: Steven Spielberg
Actúan: Tom Hanks, Mark Rylance, Alan Alda, Domenick Lombardozzi
Guión: Joel Coen, Ethan Coen, Matt Charman
Fotografía: Janusz Kaminski
Duración: 138 min.

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