The Walk, crítica

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En la cuerda floja
La historia de la reconciliación
Por Erick Estrada
Cinegarage

The Walk es un acto de ilusionismo. Uso el nombre original de la película pues aunque En la cuerda floja es acertado en más de un sentido, The Walk lo es en más.

Caminar. Ir de un lado al otro. Cambiar de ubicación aunque ese caminar se haga en un trayecto circular de 360 grados pues, uniendo tiempo y espacio (o separándolos), uno nunca está en el mismo sitio aunque se regrese al punto geográfico en que se partió. Esa es la propuesta de Robert Zemeckis (acompañado por Christopher Browne en el guión).

Artista de las nuevas tecnologías Zemeckis las usa aquí para un engaño prodigioso. Celebrado ahora por las no menos apantallantes Volver al futuro (EUA, 1985) y sus secuelas. Aplaudido por el experimento/rescate de otros experimentos visuales en ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (EUA, 1988). Mimado tras el estreno de la no menos alucinante La muerte le sienta bien. (EUA, 1992). Ovacionado por los encuentros de Tom Hanks con la historia americana en Forrest Gump (EUA, 1994). Puesto al día con Contacto (EUA, 1997) sin la cual Interestelar (EUA-Reino Unido, 2014) sería un simple cuento para niños. Mimado nuevamente por el impuslo a la captura de movimiento en El expreso polar (EUA, 2004) y Beowulf (EUA, 2007), ahora Zemeckis entra a la tercera re-dimensión.

No hay en The Walk una idea dramática como la tuvo Scorsese en Hugo (EUA, 2011). Zemeckis quiere golpearnos el estómago con las gafas 3D puestas y sacar desde lo más lejano del intestino y de la memoria el vértigo del antiguo World Trade Center en Nueva York. El pretexto (aquí comienza su acto) es narrar la aventura del megalomaniaco Philippe Petit que en un acto de ceguera suicida cruzó como alambrista de una torre de ese WTC a la otra, clandestina e ilegalmente. La película de Zemeckis está basada en el libro escrito por el propio Petit y en el documental Man on Wire (Reino Unido-EUA, 2008) en el que Petit (como en The Walk) es una presencia permanente y asfixiante.

La cinta abre con Petit (un gran Joseph Gordon-Levitt), acomodado en la cima de la Estatua de la Libertad y con las Torres Gemelas al fondo; juega con una pelota que aparece y desaparece frente a nosotros anunciando que lo que vamos a ver es tan sorprendente como falso. Lo es, de nuevo, en varios sentidos. En primer lugar las Torres Gemelas no existen desde el trágico 11 de spetiembre de 2001 y están en la película gracias a los prodigios de los efectos digitales. En segundo lugar, aunque las atosigantes palabras y descripciones grandilocuentes de Petit nos acompañan de comienzo a fin, no es él en realidad quien aparece a cuadro ni es esa, tampoco, la historia que se nos cuenta.

Efectivamente. La tercera re-dimensión usada para traer a la vida al Nueva York de los 70 (tan decadente y atractivo que no existe más, destruido definitivamente ese 9 de septiembre) sirve para ver la proeza de Petit y con ella quizá hasta para desatar uno que otro sueño aspiracional.

Sí, la tercera dimensión nos acomoda en la situación física de Petit, comunica el peligro y el atrevimiento golpeando el intestino y la memoria. Es una tercera dimensión que quiere y consigue emocionarnos en el vértigo de caminar sobre una cuerda floja a esas alturas.

Y sin embargo, debajo de ello, engañando primero al omnipresente Petit que cree que hablamos de él y que lo vemos en encuadres delirantes que Man on Wire no pudo -por razones obvias- obtener, debajo (digo debajo como si viésemos todo a nivel de calle), la mirada de Zemeckis está en las Torres, hoy símbolo de dos ciudades (el Nueva York de antes y el de ahora), de dos países (el Estados Unidos pre ataque y el de hoy) y de dos mundos: todos cambiamos esa manaña de fin de verano.

Petit se mantiene en su narración yoísta mientras Zemeckis recrea a esa ciudad y a esas Torres ya transformadas en símbolo para que las veamos conquistadas de nuevo. Un alambrista frágil sube y las conquista en nuestro ahora, después de que fueron destruidas por sueños megalomaníacos más tenebrosos, los del terrorismo más bajo y cobarde. Zemeckis las muestra, las luce, nos las entrega en el vértigo grandilocuente de sus logros: el arquitectónico, el cultural, el tecnológico, el de las urbes, y las trae de regreso desde allá, desde esa inocencia del mundo del siglo XX a través de un acto circense inofensivo.

Lo que Zemeckis en realidad hace (aquí culmina el acto ilusionista) es rescatar a las torres, malditas desde ese día, odiadas por ser el objetivo de un delirio feroz, para ser conquistadas no por Petit, sino por la gente que desde la calle puede verlas ahora y sentir su vértigo sin necesidad de que estén presentes. Después de verlas caer cientos de veces en documentales y una que otra atrevida ficción en The Walk vemos cómo se construyeron.

Los despliegues visuales de Zemeckis para provocar vértigo y ver a Petit en su hazaña no tienen efecto sin la comparación desde nivel de calle, desde donde inevitablemente lo vemos nosotros. Esos despliegues se quedan cortos ante lo que provoca desde abajo: el recuerdo, el mal sabor de boca, la tácita (y aveces no tanto) prohición auto impuesta por Hollywood por mostrar a ese WTC aunque sea accidentalmente.

Y Zemeckis trae a esos edificios de regreso en una especie de reconquista, de acto de reivindicación: ante la fúnebre imagen de todos los que cayeron desde sus ventanas aquí está la historia de un hombre que no cayó ni temió hacerlo. Pero esa imagen no es la de Petit. Es la de las torres pues esa idea cruza nuestra mente cuando los súbditos de Petit lo ven desde abajo e incluso imaginan verlo caer para después confirmar lo contrario.

Caminar puede significar recorrer un círculo completo pero volver al punto de partida no nos devuelve al mismo lugar. Algo ha cambiado en el trayecto: el tiempo, el espacio, transformaciones diminutas que Zemeckis vuelve gigantescas. La caminata que nos propone es la de ir de ese mundo trágico y cruel a uno distinto, ni mejor ni peor, sólo uno diferente. Seguir en el mismo lugar resultaría tan necio como inútil.

El último encuadre de la película desvela el truco y más que esperanza comunica la necesidad de la resolución de los problemas mientras se pueda seguir caminando, alejándonos de ese mundo en equilibrio sobre una cuerda floja.

En la cuerda floja
(The Walk, EUA, 2015)
Dirige: Robert Zemeckis
Actúan: Joseph Gordon-Levitt, Ben Kingsley, Charlotte Le Bon, James Badge Dale
Guión: Robert Zemeckis, Christopher Browne
Fotografía: Dariusz Wolski
Duración: 100 min.

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